Enfoque

Cerezo y la evolución de “sapiens a dioses”

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JONATHAN D’OLEO PUIGSanto Domingo

El pasado jueves 4 de noviem­bre, en su dis­curso central en ocasión del se­senta aniversario de la Aso­ciación de Comerciantes e Industriales de Santiago, el expresidente de Guatema­la y ex secretario general del Sistema de Integración Centroamericana, Vinicio Cerezo, presentó una visión íntimamente alienada con convicciones nietzscheanas, materialistas y macro-evo­lucionistas sobre el origen y propósito de la vida. En ese orden presentó al ser huma­no como un ente capaz de “evolucionar” y convertir­se en otra especie. Específi­camente en un “dios”. Esa creencia la pronunció con tanta vehemencia y gran­dilocuencia que muchos miembros de la audiencia al final del discurso se pusie­ron sobre sus pies para ex­presar simpatía con lo que él decía. Yo, por mi parte, me quedé sentado, en so­bremanera preocupado no solo por el carácter nocivo de la tesis que el expresi­dente había articulado, si­no por el entusiasmo con el cual fue recibida por la élite política y empresarial con­gregada en El Gran Teatro del Cibao.

Ante mi preocupación algunos dirán “pero ¿qué tiene de nocivo un men­saje que comunique la ca­pacidad que tiene el ser humano de superarse?” Bueno, el mensaje de Ce­rezo en particular es peli­groso por sus precedentes históricos y porque presen­ta al ser humano como un ente que simplemente vi­no a ser sin la intervención de un Creador con la potes­tad de establecer paráme­tros específicos para su des­envolvimiento. Dicho eso, la raíz del peligro está en que sin Creador y sin pará­metros, el ser humano tiene, básicamente, un cheque en blanco para hacer lo que sea en su gesta por evolucionar hacia una especie de “dios” que actúa cual dueño y señor cuando en verdad es un tor­pe pecador. Ese fue, a gran­des rasgos, el argumento fun­damental del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. “Dios es­tá muerto”, dijo. Por tanto, en la ausencia de Dios, el ser hu­mano busca, por cualquier medio necesario, constituir­se en un “dios”. ¿Y cuál ha si­do el resultado histórico de la puesta en práctica de ese postulado pernicioso? Por mencionar algunos, el sur­gimiento de Margaret San­ger y su proyecto Planned Parenthood, la clínica abor­tista estadounidense que des­de la legalización del aborto en la década de los 1970 ha asesinado a más de 60 millo­nes de bebés (en República Dominicana, cabe decir, que dicha clínica opera bajo el nombre de Profamilia). Por otro lado, Adolfo Hitler, com­patriota de Nietzsche, abrazó el concepto del superhombre y del “Dios está muerto” y lo llevó a la práctica haciendo de la eugenesia una política de Estado y el exterminio de más de 6 millones de judíos uno de los crímenes más rui­nes que la humanidad, a tra­vés de su historia, ha atesti­guado.

Haciendo uso de su evi­dente erudición, Cerezo dis­frazó el lado oscuro de su mensaje de superación. Si­guiendo las reglas del libro de los paladines contempo­ráneos de su cosmovisión, el expresidente utilizó los te­mas de igualdad, justicia, confraternización y protec­ción medioambiental para vestir las implicaciones de su tesis fundamental. Ese es el modus operandi de los adep­tos del humanismo secular del siglo XXI. Por ejemplo, si a los que abrazan esa cos­movisión les preguntas si es­tán de acuerdo con el abor­to - eso es, con el asesinato de bebés no natos – es muy probable que no te digan que sí directamente. Habla­rán sobre el derecho que tie­ne la mujer de decidir sobre su propio cuerpo y después te dirán que sí, que están de acuerdo con el derecho que tiene la mujer de elegir. Y lo dejarán ahí. No profundiza­rán en torno a qué tipo de elección se trata. Pues se tra­ta, como sabemos, de la elec­ción de matar o dejar con vi­da a un ser humano. En otros tiempos hablaban más fran­camente. Margaret Sanger y Adolfo Hitler, por ejemplo, hablaban al desnudo sobre la raza superior y como, para alcanzarla, era necesario eli­minar cualquier cosa que la obstaculizara y como “Dios está muerto”, argumenta­ban ellos, no hay nada que nos cohíba de hacer lo pro­pio con todo el arrojo. En el caso de Sanger, el obstácu­lo a ser eliminado era, preci­samente, los bebés no natos. Concretamente los procrea­dos por gente que, a su jui­cio, eran de una raza inferior. Para Hitler el obstáculo prin­cipal eran los descendientes de Isaac. Para la agenda pro­gresista de la actualidad el obstáculo a ser cancelado es todo aquel que no se ajuste y celebre su programa de re­ingeniería social. Programa que, a su vez, está diseñado a la imagen y semejanza de una filosofía donde la mega­lomanía es la orden del día y el endiosamiento de la cien­cia, la tendencia por excelen­cia, aún cuando esta carece de los recursos y la evidencia para sustentar lo que argu­menta.

En ese tono fue que, de hecho, concluyó Cerezo. Di­ciendo que el concepto que la humanidad tiene de la muerte será distinto “porque la biotecnología está cam­biando todo”. Seguido, aña­dió que los pueblos “ya no podrán encontrar ni en la muerte el gran igualador so­cial que daba el consuelo y la aceptación de la vida que ha­bía tocado vivir”. “Antes”, di­jo el expresidente guatemal­teco, “se decía que cuando muramos todos vamos a ir al mismo hoyo”. Hoy, según lo articulado textualmente por el Sr. Cerezo, eso “¡se acabó!”. “Ahora los que tienen mayo­res posibilidades y capacida­des pueden vivir más”, dijo. Ahí, precisamente, dejó ver de manera explícita el carác­ter nietzscheano de su men­saje. Al referirse “a los que tie­nen mayores posibilidades y capacidades” se refirió al “su­perhombre”; al sapiens que evolucionó a “dios”. Mas, to­dos sabemos, que eso es pu­ra ficción. Sabemos que to­do hombre, sin importar su apellido, patrimonio, rango militar y/o nivel académico, caerá en el hoyo cuando lo determine el Todopoderoso. Y de ahí ¿quién lo saca? ¿La biotecnología? ¡Imposible! Solo el que resucitó del ho­yo después de haber estado ahí tres días puede darnos vida más allá de la muerte. Fuera de Él no hay esperan­za, aunque te creas la titáni­ca mentira de que puedes evolucionar de mero mortal a una deidad con todo el ri­gor de lugar.

El autor es economista.

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