Enfoque
El gran sueño de la fraternidad universal
Comentario al tercer capítulo de la Encíclica Fratelli Tutti de papa Francisco
En el tercer capítulo de Fratelli tutti, papa Francisco explica con profundidad, el amor fraterno en su dimensión universal, para luego formular el nuevo sueño de fraternidad y de amistad social a nivel mundial, invitando a soñar juntos como humanidad, para realizarlo a partir del reconocimiento de la dignidad humana (cfr. n. 6. 8) Este sueño de fraternidad universal es el mismo sueño de Jesús, que él llamo Reino de Dios, en el que todos somos hermanos porque tenemos un mismo Padre. Es la consigna del Señor para el mundo: «Todos ustedes son hermanos» (Mt?23,8).
Mi lectura reflexiva de este tercer capítulo la integro en tres grandes apartados:
I. El sueño de Jesús de la fraternidad universal interpretado por papa Francisco.
II. Los grandes obstáculos para la realización de este sueño universal: el individualismo, el nacionalismo excluyente y los falsos universalismos.
III. Una mirada desde nuestros pueblos caribeños.
El sueño de Jesús de la fraternidad universal interpretado por papa Francisco.
Subrayemos algunas características propias del amor fraterno, destacadas por el papa:
1 El amor fraterno “es una necesidad del ser humano mismo que está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud ni reconocer su propia verdad «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[GS 62]. Esto explica por qué “nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar” (n. 87) De ahí que “la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor ya que “lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13)” (n. 92).
2 El amor fraterno se inicia “desde la intimidad de cada corazón” en la relación con un pequeño grupo pero “que se amplía en un tejido más amplio de relaciones sanas y verdaderas que van más allá de la propia familia, de su propio pueblo, de su pareja y de sus amigos y que nos abren a los otros que nos completan y enriquecen (cfr. 87. 88. 89). “Abre el corazón en círculos que nos hace capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos” y nos permite practicar la hospitalidad “que es el encuentro con la humanidad más allá del propio grupo” (cf. nn. 89. 90).
3 Como explicaba santo Tomás, este amor fraterno “parte de un aprecio, de una valoración, que en definitiva es lo que está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es “caro” para mí, es decir, «es estimado como de alto valor», considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. (nn. 93.94).
4 El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal (n. 95), “a la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos” (n. 94), que reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt?23,8)” (n. 95). “En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros» (n. 96). Hoy se hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra […] comparten un destino común.
5 El verdadero amor fraterno lleva a crear sociedades abiertas que integran a todos los que viven en las periferias existenciales de nuestras ciudades como son todos los que sufren, los abandonados, los ignorados, los que son considerados como extranjeros existenciales, los “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad como son las personas con discapacidad, los ancianos vistos como una carga. (nn. 97.98)
6 El amor universal encuentra una explicación en la parábola del buen samaritano que “libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo necesitaba” (n. 101). Contrario a los grupos sociales en los que “sólo es posible ser prójimo de quien permita asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado por determinados intereses” (n. 102). “Los que únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados” (n. 104)
7 La fraternidad que crea este amor universal lleva a “la libertad que está orientada sobre todo al amor”, “a través de una voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores” (n. 103). El amor universal conduce a la igualdad “que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad” (n. 104).
8 El amor universal promueve a las personas ya que nos hace percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia. Si cada uno vale tanto, todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones, porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. (n. 107)
9 Este amor fraterno implica también procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne; indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes (n. 112)
10 El amor fraterno se expresa en la solidaridad, que se vuelve servicio que es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano (n. 115). La solidaridad es mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares». (n. 116)
11 El amor fraterno universal nos lleva a re-proponer la función social de la propiedad desde el destino universal de los bienes. Es decir, que el mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad no importan las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral (nn. 118. 119) Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso.
12 El amor universal no tiene fronteras ni límites geográficos por lo que nadie puede ser excluido no importa donde haya nacido. Los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos no tienen fronteras ni el derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente.
13 El amor universal nos lleva a reconocer los derechos de los pueblos, de sus territorios y de sus posibilidades desde la convicción del destino común de los bienes de la tierra. Eso nos lleva a decir que cada país es asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar. Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país.
14 El amor fraterno universal nos impulsa a crear “una nueva red en las relaciones internacionales, ya que «la inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales» [LS 51]. Y la justicia exige reconocer y respetar no sólo los derechos individuales, sino también los derechos sociales y los derechos de los pueblos [CV 6]. Lo que estamos diciendo implica asegurar «el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso»[CA 35], que a veces se ve fuertemente dificultado por la presión que origina la deuda externa que lo limita y lo condiciona fuertemente.
Los grandes obstáculos para la realización de este sueño universal.
A lo largo de este tercer capítulo, papa Francisco a la vez que proclama el ideal del amor fraterno universal, denuncia aquellos grandes obstáculos que buscan impedir que éste se realice:
a) Primer obstáculo: el liberalismo que promueve el individualismo.
A este amor universal se opone el individualismo que no nos hace más libres, más iguales, más hermanos, ni es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad; no es capaz y nos engaña, haciéndonos “creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común” (n. 105). Este individualismo se ha convertido en un sistema económico y social que lleva al descarte de las personas débiles, de los menos dotados, de los exiliados en sus propios países, de los migrantes, de los discapacitados, que cultiva el vitrus del racismo porque “se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia” (nn. 108-110). “Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado de decir individualistas—, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás), cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias» (n. 112).
b) Segundo obstáculo: el nacionalismo excluyente.
El papa señala los grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto y tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización auto-protectora y autorreferencial. “Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos” (n. 118). “Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla” (n. 121).
c) Tercer obstáculo: los falsos universalismos.
El papa rechaza dos falsos universalismos: El primero es “el falso universalismo de quien necesita viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo. Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera niega que haya lugar para todos” (n. 99). El segundo es “un universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar. Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo». Ese falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su belleza y en definitiva su humanidad. Porque «el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos» (n. 100).
Una mirada desde nuestros pueblos caribeños.
Este ideal de fraternidad universal en nuestros pueblos caribeños encuentra mucha resonancia. Nuestra historia está marcada por la llegada de los colonizadores, cuyo objetivo mayor era conseguir ganancias, lo que supuso someter a los indígenas a esos intereses. Ante esa realidad tronó la voz profética de Fray Antón de Montesinos en el Adviento del 1511, que reclamaba el trato justo y fraterno a aquellos conquistadores que, como cristianos debían demostrar. Es el mismo grito que se manifiesta en esta encíclica, que continúa urgiendo la fraternidad basada en el reconocimiento de la dignidad dada por Dios a cada ser humano y que lleva al uso y destino universal de los bienes.
A este primer contacto con los europeos e indígenas se le añadió la llegada de los africanos traídos como esclavos en un vil intercambio comercial. Los indígenas desaparecieron de nuestras islas en poco menos de 50 años por múltiples razones. La unión de indígenas, europeos y africanos llevó a la configuración de una nueva identidad cultural y social llamada “criolla” con sus propios estilos de vida. A pesar de la opresión de los europeos, se dio una simbiosis cultural entre las tradiciones católicas o protestantes europeas, permeadas en la base por la religiosidad africana que abrió campo a la integración fraterna. A esto se añade el hecho de ser islas en las que hubo y hay un intercambio permanente con otros isleños y con los venidos de tierras continentales americanas y de otros lugares, lo que muestra que ese ideal de fraternidad universal está muy presente y la capacidad de nuestros pueblos de abrirse a otras personas.
Como deja ver papa Francisco, entre los pobres y últimos de la tierra se pueden distinguir acciones muy concretas en la práctica del amor fraterno, expresado en la solidaridad durante los momentos difíciles de la vida, ante la enfermedad y ante la muerte. Se nota fácilmente la familiaridad entre los vecinos, la preocupación por todos los que viven en un mismo sector, la ayuda mutua, el socorro al necesitado y la facilidad de compartir y de armar una fiesta por cualquier motivo. Sin embargo, nos sigue arropando la inequidad económica, social y cultural en una gran parte de la población, reflejando así que no todos somos iguales y que la fraternidad se rompe. Se percibe, asimismo, que la influencia de un sistema económico y social de cuña neoliberal que cultiva “el sálvese quien pueda” y “el que tenga más saliva que coma más hojaldras” y el consumismo voraz, han favorecido el crecimiento del “egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales” (n. 113). Por todo esto, agradecemos a papa Francisco esta hermosa encíclica que nos pone delante ese gran ideal del Evangelio del Reino que es la fraternidad, con la valentía y coraje propia de los profetas; ideal que proviene de tener un solo Padre de todos, desafiándonos a crear fraternidad, que se traduce a su vez en solidaridad con los descartados y los más pobres del Caribe y del mundo.
Concluimos con esta invitación del papa a una conversión a la fraternidad: “Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana» (n. 127).
El autor es Obispo de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey.