Enfoque
Con el cambio climático, la naturaleza nos habla
En una tarde sin brumas en el horizonte transitaba en dirección oeste-este por la avenida George Washington (el Malecón) de Santo Domingo. Por la premura de los vehículos con gente acarreando sus vidas de un lado para otro no pocas veces se impide apreciar el magnífico panorama del litoral sur.
La mujer verdiazul llamada Caribe se observaba en un galopar constante sobre su marco. Sus ímpetus bravíos se estrellaban en los arrecifes costeros hasta deshacerse en briznas diminutas de agua, haladas por el viento que sopla en la ciudad.
Seguía conduciendo mientras retrospectivamente caía seducido por las vivencias de una niñez plena, entre el correteo por la avenida Lope de Vega, el “maroteo” en los bosques de Arroyo Hondo y las giras infantiles acompañado de papá (o del vecino) que nos solía llevar al zoológico viejo ubicado en la avenida Tiradentes.
Guardo gratos recuerdos de la infancia en la ciudad de Santo Domingo donde los patios y las calles en aquellos años se vestían con multitudes de mariposas que volaban sin rumbo como significado de esperanza, resistencia, cambio y vida. Desperté abruptamente de las reminiscencias cuando frente a mi ojos observé una larga estela de sargazo pardo, que cubría las tornasoladas aguas del Caribe sur de Santo Domingo.
Es un fenómeno que se repite desde 2011, tiempo desde el cual grandes cantidades de esas algas invaden nuestras costas sur y este, impactando los recursos acuáticos, el turismo de playa y las vías navegables. Aunque los expertos aducen que existen desde tiempos inmemoriales, las macroalgas son fruto del cambio climático que no es más que altas temperaturas de los océanos y el resto del planeta.
Sin proponérmelo, mi memoria vuelve a retrotraerse a las décadas desde los cincuenta hasta los setenta: Poco antes de la revuelta de abril de 1965, el ensanche La Fe apenas era un incipiente conglomerado humano que ya empezaba a empujar los grandes bosques de Arroyo Hondo y Cristo Rey, La Esperilla, ensanche Naco, así como a los ríos y arroyuelos de la zona, en un empuje constante de contaminación.
Arroyo Salado, Gu¨ibia, el río Ozama y la playa de Boca Chica fueron espacios de esparcimiento a los que toda la muchachada acudía a deleitarse en sus cristalinas aguas. Las cosas han cambiado para mal.
Arroyo Salado hoy es apenas un hilo de agua en la entrada del actual Parque Zoológico Nacional; Gu¨ibia es recipiente de toda la inmundicia que se vierte en los ríos Ozama e Isabela desde los barrios a sus orillas, y no sirve para bañarse como se hacía antes, mientras que la playa de Boca Chica-que tuvo su gran esplendor en décadas pasadas- hubo de ser sometida a trabajos de rescate para ampliar su área de baño, pero se siguen echando aguas cloacales, residuos sólidos y todo tipo de porquería, amén del desorden imperante.
De los 7. 8 mil millones de habitantes que pueblan el planeta, una gran parte de ellos no tiene noción, ni le importa, lo que estamos haciendo con el planeta.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) alertó una vez más a los humanos del gran daño que provocamos al medio ambiente cuando el pasado mes de agosto hizo público el informe de cómo el calentamiento global está cambiando nuestro planeta, a pesar del expresidente Donald Trump quien sostiene que eso es un invento.
“Las emisiones continuas de gases de efecto invernadero podrían quebrar un límite clave de la temperatura global en poco más de una década”, dice el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas.
Los hallazgos presentados el pasado 8 de agosto concuerdan en que “no es posible descartar una subida del nivel del mar que se acerque a los 2 metros a fines de este siglo XXl”. El estudio, cuyas conclusiones se desprenden del análisis de 14 mil artículos científicos, está considerado como el más completo.
La falta de educación lleva a buena parte de la población mundial a creer que el Apocalipsis medioambiental es un asunto lejano. Pues no. El cambio climático no es un problema del futuro.
Así como nos asombramos en Santo Domingo de la aparición del sargazo en nuestras costas desde el año 2011 y de la muerte de más de 100 ríos, arroyos y cañadas, cada día es una constante los incendios forestales o las grandes inundaciones en territorios agrestes como resultado del calentamiento global.
El tema de los incendios forestales está asociado a este fenómeno. A escala mundial, aunque las estadísticas indican que el área quemada ha disminuido, los daños a la salud, la propiedad, los costos asociados a mitigar los efectos se calculan en 600 millones de euros anuales solo en España, la perdida de la vegetación y el coste de la restauración económicosocial, es impresionante. No obstante, la intensidad de los incendios se incrementó en los últimos años y cada vez son más comunes.
Conforme a los mismos resultados del estudio presentado por el secretario general de la ONU, António Guterres, la temperatura media mundial fue de 1,09 grados Celsius más alta entre 2011-2020 que entre 1850- 1900, mientras que los últimos cinco años fueron los más calurosos desde 1850.
Otro aspecto a destacar de la alerta dada por las Naciones Unidas tiene que ver con el nivel del mar, que se ha triplicado cuando se comparan los datos de 1901 hasta 1971 y la realidad actual. La influencia humana como elemento desencadenador de estos problemas registra un 90 por ciento de posibilidad.
Solo hay que preguntarse por qué las temperaturas extremas, incluidas las olas de calor que padecemos en Santo Domingo y el polvo del Sahara que no conocíamos aquí, son cada vez más comunes. Eso no ocurría en las décadas de 1950, 60 y 70.
Algo pasa y no es la naturaleza que está contra nosotros, somos los humanos que la hemos estado agrediendo.