La República

Enfoque

¿Crisis de liderazgo y degradación del poder?

RAFAEL NÚÑEZSanto Domingo, RD

En los espacios privados de la cúpula de la Iglesia católica se produjo un escarceo poco habitual que se hizo público a partir de unas apreciaciones que hiciera el obispo de la diócesis de la provincia Peravia, monseñor Víctor Masalles, relativas a la ausencia de líderes que sirvan como mediadores para soluciones conflictivas.

Para analizar sus declaraciones, dadas a un medio de televisión y periodísticamente dimensionada por Listín Diario, hay que conocer más del mensajero y valorar el contexto en el que se produce el mensaje.

Víctor Emilio Masalles Pere es de origen catalán, nacionalizado dominicano, economista y teólogo, tutelado en la carrera sacerdotal por uno de los dominicanos líderes más cultos que haya tenido la Iglesia católica vernácula en las últimas décadas: el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, retirado ya. Masalles viene de un hogar de formación académica, pues su padre David fue un ingeniero químico que murió cuando apenas él tenía 14 años.

Masalles y sus otros tres hermanos recibieron enseñanza familiar de su madre viuda. Es un gran nadador, disciplina en la que estableció varios récords nacionales, al tiempo que participó en competencias nacionales e internacionales. En su labor pastoral dedica importantes horas a enseñar a los niños y jóvenes el deporte en el que se destacó en la región del Caribe.

Su formación religiosa la adquiere en el seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Masalles no pertenece al amplio círculo de ciudadanos que tiene dudas al comunicar sus ideas. Abordó un tema de amplio debate en la agenda global. Es el relativo al evidente rezago del liderazgo que en las últimas décadas se percibe no solo en las iglesias, sino en todos los ámbitos de las sociedades modernas.

Este fenómeno se evidencia cuando pasamos revista a los personajes que tuvieron la encomienda de ser portavoces de los temas de la agenda mundial, donde salen a relucir nombres que alcanzaron una dimensión extraordinaria sin importar que sus puntos de vistas no encajaran con las corrientes de pensamientos más aplaudidas.

Hay un punto de inflexión que nos sirve de referencia para saber cuándo el mundo comienza a dar paso a sociedades más complejas, conflictivas, de múltiples actores y de menos poder. Ese momento donde inicia el declive del liderazgo y el poder a degradarse, los estudiosos lo ubican con la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque de países socialistas en 1989.

Hay que auscultar las cualidades políticas y militares de quienes lideraron buena parte de la primera mitad del siglo XX hasta después de la Segunda Guerra Mundial: Winston Churchill, Franklín D. Roosevelt y Harry S. Truman, Charles de Gaulle, Joseph Stalin, Adolf Hitler, Benito Mussolini, el emperador Hirohito y Chiang Kai-Shek. Sin entrar en valoraciones ideológicas, ese grupo y otros que participaron como aliados de un bando y otro fueron hombres de una gran formación, carisma y capacidad para dirigir a sus respectivos pueblos.

En los ámbitos de la música, la escultura, los deportes, el activismo social, la pintura, en los proyectos revolucionarios, en el arte, la ingeniería y arquitectura, las ciencias, encontramos héroes e inspiradores que sirvieron de paradigma en el siglo XX: Martin Luther King, Henry Ford, Charles Chaplin, Walt Disney, Juan Pablo Segundo, la madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, Ana Frank, Mahatma Gandi, Marie Curie y Albert Einstein, por solo citar un reducido grupo. Son figuras de otra dimensión que difícilmente se vuelvan a repetir.

¿Significa que ciertamente como señalaba el obispo Masalles hay una crisis de liderazgo a nivel local y global que no solo se refleja en su iglesia sino en todos los ámbitos de la vida de nuestras naciones? Tiene muchísima razón.

Es un fenómeno que no se puede ocultar y nadie puede impedir: se trata de la dispersión y degradación del poder en todo el sentido de la palabra que inició su proceso involutivo burocrático del cual habló el erudito alemán Max Weber.

Por un lado, con el fin de la Guerra Fría terminó la necesidad de las naciones de acumular poder político y militar. Desaparecida la rivalidad ideológica y ante la emergencia de innovaciones tecnológicas que dieron vida a nuevos actores en todos los ámbitos, el mundo es otro. La rivalidad se traslada a otros ámbitos.

Es innegable que con la desaparición de la cortina de hierro, muchos pueblos alcanzaron su libertad después de años sin replicar. Las economías abrieron sus puertas y dieron riendas sueltas a la innovación tecnológica, gracias a inversiones con visión desarrollista. Desde entonces, hay mayor libertad económica, política, social y el gasto militar en armas convencionales y de destrucción masiva si bien no se ha frenado su incremento es monitoreado por la unidad de la Organización de las Naciones Unidas dedicada a esos fines.

La evolución que en todos los órdenes se ha producido en las sociedades modernas tras la desaparición de la confrontación ideológica dio paso a cambios radicales. Hay alteraciones demográficas dramáticas que, a su vez, generan riesgos; hay movilidad y cambio de mentalidad que procrean nuevos ciudadanos. Antes éramos menos personas, por consiguiente, más fácil de controlar. La esperanza de vida es mayor, a pesar de que hay más desnutrición y defunciones por esa causa; más ingresos, aunque hay más hambre; tenemos mayor acceso al conocimiento, pero más analfabetos.

La horizontalidad de la comunicación fruto de la innovación tecnológica de la Internet dio paso a nuevos actores que inciden en la opinión pública y presionan en la toma de decisiones frente a los estamentos de poder.

En fin, el poder fáctico de hoy no es el que teníamos ayer. Los líderes de este tiempo, no son los del pretérito.

Como refiere Moisés Naim en su obra El Fin del Poder, “todas estas revoluciones hacen que las barreras que permiten a los poderosos resguardarse de nuevos rivales y retener el poder ya no los protegen tanto como antes. Las barreras son cada vez más fáciles de atacar, rodear y socavar”. Y en ese punto no hay líderes ni poderes que puedan sentirse soberanos en sus poltronas.

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