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Enfoque: Internacional

La rendición de Afganistán

1) Donald Trump. 2) Barack Obama. 3) Osama Bin Laden.

1) Donald Trump. 2) Barack Obama. 3) Osama Bin Laden.

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

“ Aquel lo no fue un acuerdo de paz. Fue una rendición”. Afirmó Husain Haqqani, hom­bre clave del Hudson Institute para Asia Central y Me­ridional, cuando hizo un recuen­to de los acuerdos de Doha sus­critos por el gobierno de Donald Trump.

Exagera. No creo que Trump sea el único culpable, aunque en esta oportunidad le quepa la res­ponsabilidad mayor. Pero ¿quién ha sido el responsable de que los talibanes tengan, otra vez, el con­trol del gobierno en Afganistán?

A juicio del experto Michel Mc­Kinley, ex embajador en ese país de Estados Unidos: todos. En un artículo publicado en Foreign Affairs (“Todos nosotros perdi­mos a Afganistán: Dos décadas de errores, faltas de juicio y equi­vocaciones colectivas”), demues­tra, precisamente, eso. Entre to­dos les devolvieron Afganistán a los talibanes en bandeja de plata.

“El 29 de febrero de 2020 –re­sume la BBC (Mundo) de Lon­dres– el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, y los talibanes firmaron en Doha, Qatar, el acuerdo que fijó un calendario para la retira­da definitiva de Estados Unidos y sus aliados tras casi 20 años de conflicto”. ¿No habíamos que­dado en que el mayor disparate era ponerle fecha de caducidad a un conflicto armado? Biden tuvo que atenerse a los plazos marca­dos en el peor acuerdo firmado por Trump en su paso por la Ca­sa Blanca.

“A cambio –sigue diciendo el informe– se firmó el compromi­so de los talibanes de no permi­tir que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos”. Era un premio de consolación.

Un team de los Navy Seals ya había liquidado en Paquistán a Osama bin Laden hace más de 10 años, el 2 de mayo del 2011, y Al Qaeda no sólo estaba descabeza­da, sino que tenía sus días conta­dos. Ese era el momento de salir de Afganistán, pero el entonces pre­sidente Obama, por la razón que fuere, ni siquiera lo consideró.

Antes del 9/11/01 podía ser desagradable cómo gobernaban los talibanes, pero fue después de esa fatídica fecha, todavía hu­meantes las “Torres Gemelas”, que USA y sus aliados de la OTAN quisieron destruir al gobierno de Afganistán e instaurar una de­mocracia, olvidando que USA y la OTAN son excelentes destruc­tores, pero pésimos constructo­res, como se ha visto en Libia o en Centroamérica y el Caribe.

En 1898 los norteamericanos se enfrentaron por primera vez a la tarea de “nation building”. Lo hicieron en Cuba bastante bien desde el punto de vista mate­rial. Crearon escuelas, repararon puentes y calzadas, aumentaron y mejoraron los sitios en los que se recibía justicia o atención sanita­ria. Curaron la fiebre amarilla de acuerdo con el presupuesto teó­rico del Dr. Carlos J. Finlay. Has­ta fregaron Cuba, de San Antonio a Maisí, con agua de mar y jabón, una Isla que los españoles y los cu­banos habían dejado percudir en exceso después de una guerra es­pantosa.

En 1902 se inauguró la Repúbli­ca en medio de una enorme ale­gría. Pero la felicidad duró poco. En 1903 se descubrieron planes para secuestrar y, probablemente, ma­tar a Estrada Palma, el primer pre­sidente democráticamente electo. En 1906 los infantes de marina de USA regresaron a ocupar la Isla. Los cubanos, que crearon el primer lobby a mediados del XIX y eran expertos en involucrar a “los ame­ricanos” en sus asuntos, los habían obligado a inmiscuirse en la crisis cubana en virtud de la Enmienda Platt, pese a que el entonces presi­dente Teddy Roosevelt no quería. Tanto fue así, que el presidente ni­caragüense Adolfo Díaz, en su mo­mento, preguntó entusiasmado si a su país se le podía endilgar una legislación parecida. El embajador gringo le dijo que nones, conven­cido de que Díaz pensaba utilizar a los marines para callar y perseguir a sus enemigos.

En 1934 la Enmienda Platt fue revocada por el recién estrenado presidente Franklin Delano Roose­velt como muestra de su nueva po­lítica de los ‘Buenos Vecinos’. (“No­sotros –dijo un cómico cubano de la época– somos los buenos. Ellos son los vecinos”).

No era verdad. Por lo pronto, ninguno de los vecinos centroame­ricanos o del Caribe de los Esta­dos Unidos éramos “buenos”. Ellos tampoco lo eran. Todos tenemos unos valores insuflados por nues­tras circunstancias particulares. La bondad o la maldad son caracte­rísticas personales. Es absurdo ca­lificar a toda una sociedad con esos rasgos.

Si los estadounidenses conocie­ran su propia historia habrían des­cubierto que es inútil el “nation building”, como ellos mismos de­bieron percibir tras la larga doce­na de expediciones militares enca­minadas a mejorar la calidad de los Estados en el traspatio americano. Todas fracasaron. Exactamente lo que les acaba de suceder en Afga­nistán.

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