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Enfoque: Narrativa

Cayetano Brulé, lucha contra el “demonio”

Cayetano Brulé es una ficción parida por Roberto Ampuero, un magnífico escritor chileno. El detective es un tipo entrado en años y en libras.

1) Caricatura del personaje. 2) Portada del libro. 3) El escritor chileno Roberto Ampuero.

1) Caricatura del personaje. 2) Portada del libro. 3) El escritor chileno Roberto Ampuero.

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

Aquí hay gato encerra­do. Chile era el gran modelo de desarro­llo latinoamericano. Era el chico con ga­fas, el sabelotodo que tenía todas las respuestas. Parecía que el país se encaminaba con paso firme ha­cia el Primer Mundo. De pronto, ante un mínimo aumento del costo del transporte público en el 2019, se armó un pandemónium que es “el rayo que no cesa”, como tituló Mi­guel Hernández a su poemario de amor inspirado por la pintora su­rrealista Maruja Mallo.

¿Qué había pasado? El escritor Roberto Ampuero pensó que debía hacerle esa pregunta a Cayetano Brulé. Cayetano Brulé es un detecti­ve privado nacido en Cuba en torno a 1950. Reside en el Chile actual y tiene y quiere “al país de la loca geo­grafía” como a su patria. No es un exagente del FBI. Obtuvo su título de investigador por corresponden­cia en Miami muy modestamente. No obstante, ha tenido algunos lo­gros en su carrera, generalmente ayudado por Bernardo Suzuki, su fiel ayudante, hijo de un marino ja­ponés y de una dama chilena que murió poco después del parto.

Brulé no es un exiliado cubano, mas no ignora que la Revolución es un desastre total. La vida y la expe­riencia lo han llevado de la mano al anticomunismo y al antifascismo. Llegó al país, muy joven, a bordo de una señora chilena, Ángela Un­durraga, a la que había conocido en los cayos de la Florida. La mujer lo abandonó, nunca mejor dicho, “a la primera de cambio”.

Cayetano Brulé es una ficción parida por Roberto Ampuero, un magnífico escritor chileno. El de­tective es un tipo entrado en años y en libras. Bebe café y fuma como un demente. Es el protagonista de varios relatos policiales. Obviamen­te, no es James Bond y no conduce coches espectaculares, sino un hu­milde Lada. No existe más allá de lo que existen los personajes imagi­narios. Los abundantes detalles que aporta de la vida de Brulé es un mé­todo para presentarnos a un perso­naje creíble que sintamos como uno más de nosotros. Utiliza su reali­dad para enmarcar su narrativa, co­mo casi todos los escritores. En to­do caso, el padre Cervantes realizó el mismo truco literario con su per­sonaje universal: “en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quie­ro acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lan­za en astillero, adarga antigua, ro­cín flaco y galgo corredor”. Hasta hoy subsiste la duda: ¿existía Don Quijo­te? ¿Existe Cayetano Brulé?

Por supuesto que existe. Es el alter ego de Roberto Ampuero. El que le sirve para dar respuestas comprome­tidas con su pasado. El novelista ha vivido en Cuba y en la Alemania co­munista. Fue un joven marxista-leni­nista hasta que logró quitarse esa sar­na ideológica. Vivió las ensoñaciones de esa tribu boba y peligrosa, capaz de matar por sostener sus supersticio­nes. Ya llevan más de cien millones de muertos.

Ampuero se ha servido del detecti­ve en ocho novelas. La saga comenzó con ¿Quién mató a Cristián Kuster­mann?, un libro premiado que asen­tó a Ampuero entre los grandes de la novela policiaca. Era natural que le preguntara a Cayetano Brulé por la reacción homicida y suicida de la so­ciedad chilena.

La respuesta está en la novela De­monio. Ese es el nombre de guerra de quien dirige la trama contra Chile. Cayetano Brulé tiene la correcta co­razonada de que Demonio es la cla­ve. En el background comparecen el Foro de San Pablo y el Grupo de Pue­bla. Están La Habana, Caracas y has­ta en el ejemplo de Nicaragua, cuan­do tomaron el Parlamento Nacional, con todos los congresistas dentro, en una operación guerrillera que cata­pultó hacia la fama a Edén Pastora, el Comandante Cero. De acuerdo con Demonio, pensaban reproducir ese episodio en Santiago de Chile.

La izquierdería ha segregado sus propias células de acción in­ternacional. Eso no quiere decir que todos los que tiran piedras son parte de la conspiración. Hay muchos jóvenes que marchan ino­centemente al matadero. Ya se exiliarán, serán fusilados o se “in­tegrarán” a la revolución, cuando les toque el turno de decidir qué quieren hacer con sus viditas os­curas. Están en la etapa prelimi­nar de “acumular las piedras”, co­mo predicaba Hugo Chávez.

La novela tiene un gran princi­pio y un gran final. Primero, una señora nerviosa le pide a Cayeta­no Brulé, instalado desde siempre en Valparaíso, que averigüe por qué un pintor ha aparecido muer­to. Pero por ese hilo se va tejiendo la trama que explica la destrucción de Chile y culmina en “Demonio”. Brulé está a punto de atrapar en una iglesia a su enemigo, pero éste consigue escapar dándole un pun­tapié en la cara al viejo y mohoso detective.

Brulé, más adelante, logra sa­ber una noticia escalofriante: la lo­ca guerrilla tiene y va a utilizar un cohete hombre-avión. Se dispa­ra desde el hombro y es muy fácil acertar durante el despegue o el aterrizaje de la aeronave. El pro­yecto es congelar todos los vuelos en los aeropuertos. Paralizar Chi­le. “Demonio” no logra su objetivo. No lo cuento, porque sería traicio­nar al lector. Si yo fuera un director o un productor de series de televi­sión filmaría los ocho o diez capítu­los de este libro extraordinario. No hay mejor manera de pasar la pan­demia o de explicarse qué sucede en América.

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