La República

Reminiscencias

La Venezuela bipolar

Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD

En estos días he fijado mucho mi atención al enorme con­flicto de la Ve­nezuela bipolar.

Lo que se admite que fue y lo que no se cree que es; se la recuerda como un Estado-Nación rico, de prosperidad indiscutida, dada su riqueza petrolera.

Lo que no se quiere re­cordar es que, precisamen­te por ello, se daba la abe­rración de dos naciones superpuestas sobre una misma tierra, bajo control de “aros menores del gran capital” en compañía de una política incandescen­te que, desde instituciones formalmente funciona­les, desarrolló un protago­nismo excitante que supo acomodar al centrismo a una clase media rentista. Todo ello en capacidad de mantener por debajo ca­pas muy numerosas de po­blación en severa pobreza.

Las imágenes reflejadas de la Venezuela de enton­ces estaban contrapues­tas, pero se creyó plausible y permanente la convi­vencia, sin mayores tras­tornos. Para mí, aboga­do penalista de intenso ejercicio, cuando la cono­cí, me lució preocupante el porvenir de aquel pue­blo hermano del mío. Me bastó una prueba gráfi­ca obtenida a las diez ho­ras de llegar a conocerla en los años sesenta: Ver a su entrañable Caracas de noche y sus luces fascinan­tes y, luego, al amanecer, los ranchos abigarrados en sus cerros, que resultaba una experiencia estreme­cedora.

Qué rudo el contraste y cómo me devolvió del asombro de las luces a os­curas incertidumbres de sentir íntimamente una sensación aprehensiva de que allí pasaría algo grave. No sabía cuándo ni cómo, para bien o para mal.

Desde luego, entendí que ese temor era muy ge­neralizado, dada la desnu­dez de las desigualdades y sus lógicos enconos conte­nidos expuestos con rude­za entre la caída del Sol y la aurora subsiguiente; pa­ra comprender los alcances de aquel contraste, se opo­nía la imaginaria seguridad de que, en todo caso, la ri­queza petrolera se encarga­ría de hacer justicia y esas miserias serían superadas, al decir de sus políticos y sus combativos medios de co­municación.

Venezuela, una verdade­ra potencia en ciernes, y en ese alero de esperanza dor­mía tranquila Caracas; todo estaba por llegar; así se es­peraba y prometía.

Mencioné los años sesen­ta y ocurre que fue un Mi­nistro de Defensa quien, en una bienvenida que me die­ran familiares comunes, me dijo las cosas que hoy re­cuerdo conmovido.

Al responder mis elogios por la profesionalidad al­canzada por las Fuerzas Ar­madas, me hizo reflexiones proféticas.

Luego de agradecer­me los elogios, me indicó los posibles destinos de su amada Venezuela, de este modo: “Es cierto que nues­tras Fuerzas Armadas son impecables en el respeto y la obediencia al poder ci­vil, pero lo creo sólo parcial­mente; su oficialidad supe­rior está muy bien dotada de principios. Lo que no sa­bemos es cuáles podrían ser las reacciones de la oficiali­dad menor y lo que piensan las clases y soldados ante los desórdenes de la políti­ca, que no ha habido mane­ra de evitarlos. Son los rui­dos de esos escándalos de corrupción los más peligro­sos.”

“Además, los beneficios de nuestro oro negro se han concentrado en forma de­fectuosa y no pasan a esos ranchos, que tanto le han impresionado a usted. Y oi­ga lo peor, quienes pueden capitalizar en su provecho esa injusticia es la gente de su región, el Caribe, que ya tienen Revolución y aspi­ran a que eso de allá se mu­de a Los Andes. Van a en­contrar una buena cantera si logran hacerse oír en los ranchos y entonces no se podría concebir lo que ven­dría. Nosotros somos el va­lladar, pero, si los sargen­tos, muchos nacidos allí, se toman las cosas en serio, ¿quién los va a contener? Imagínese, si en lugar de un Batista, vienen los coro­neles. Nadie sabe lo que po­dría surgir.”

Hablamos algo de Nas­ser, pero el Ministro apun­tó la cuestión primordial de la ideología que tenía di­rección internacional pode­rosa. “Todo eso puede ba­rrer con cuanto conocemos, doctor.”

Regresé pensando hon­damente en aquella expe­riencia admonitoria. La úl­tima reflexión fue la más penetrante, cuando dijo: “Formarían milicias popu­lares y eso disminuiría la capacidad de reaccionar de nuestros cuarteles, si es que no los indoctrinan, pues vendría una guerra civil más cruenta que la de Espa­ña o la de México.”

Lo único que el Minis­tro dejó de profetizar fue que vendría la entrada ple­na de dos superpotencias, con intereses económicos descomunales, que harían de Coach, pero uniforma­dos, por si hay que entrar al juego.

Ganó el Caribe y hasta Chávez, el militar rebel­de, nacionalista e intera­mericanista, a lo Nasser, sucumbió al encanto de aquel liderato que soñara y llegara a anunciar, recién nacida su revolución, que eso de hoy vendría.

Lo que no se supuso entonces es que sería el ensayo un desastre. Yo creo que, de haber vivi­do, Chávez lo hubiera evi­tado, porque era un líder genuino, capaz de reco­nocer una derrota en Refe­réndum, en horas, cuando propuso asumir el sistema que luego vino a ser marco de tal desastre.

Traeré en la próxima otra reminiscencia de la trage­dia venezolana, presagia­da por un amigo profesio­nal de gran clase que me honró con su amistad, ya desaparecido. De sus la­bios oí la bipolaridad por primera vez aplicada a su patria: “Fortuna infinita de grupos vs miseria insonda­ble del pueblo sumergido”. Me advirtió: “Mientras es­tén superpuestas, habrá opresión; si llegaren a es­tar frente a frente, habría ruina y destrucción”, fue­ron sus palabras mayores.

Chávez, no creo que es­té tranquilo en el Cuartel de la Montaña. Su nom­bre, como emblema de tantos sufrimientos sobre­venidos, no puede ser. La región se estremece. Que Dios nos ampare.

Carta de Vincho Castillo

Mis queridos amigos:

Habrán sentido ustedes mi si­lencio al no agregarme al me­recido júbilo que despierta el 132 Aniversario del diario que ustedes representan tan digna­mente.

En verdad, la experiencia con el diario ha sido magnífi­ca, pues fue más el tiempo de relaciones pacíficas y armo­niosas con la inteligencia su­perior, inmensa, de don Ra­fael, que los brotes virulentos de desencuentros que tuvimos en ocasión de la aplicación de las Leyes Agrarias y todas esas turbulencias de la política que me llevó a asumir actitudes muy beligerantes.

Con mi padre ocurrió algo parecido y yo, examinando el principio del siglo pasado, me encontré con muchas muestras de lo uno y de lo otro. Es decir, cómo oscilaban las relaciones entre ese portentoso diario de la República y aquél viril y fogoso hombre público, que yo no co­nociera, de no ser por sus escri­tos y los testimonios de sus con­temporáneos.

Ustedes dos, Miguel a la ca­beza y Fabio como un excelen­te periodista dando apoyo, han constituido una experiencia re­frescante y pueden, desde ya, sentirse orgullosos de haber dado la medida en la dirección de ese innegable baluarte de la prensa nacional que es el Listín Diario.

En todo caso, reciban mis fe­licitaciones, tanto para el diario como para ustedes, en el 132 Aniversario de su fundación.

Con el afecto de siempre,

Marino Vinicio Castillo

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