Enfoque
Ventura y Yolanda Reyna: vidas paralelas, punto en común
Al país le arrancaron un pedazo de alegría con la partida física de Johnny Ventura del mundo de los vivos.
Con las muertes en menos de 15 días del “Rey del Merengue” y de doña Yolanda Reyna, la madre del expresidente Leonel Fernández, el país pierde dos íconos importantes de la familia dominicana.
Johnny Ventura fue ejemplo de padre amoroso, artista, político, abogado, empresario y conciliador.
Doña Yolanda Reyna es el símbolo dominicano de la madre protectora, abnegada, trabajadora, honrada y de carácter indomable que no dejó sus hijos a la suerte.
Fueron dos noticias estremecedoras debido al rol que jugaron ambos en la sociedad dominicana. Las dos muertes ocurrieron un miércoles y marcaron tendencias en las redes sociales.
Del percance de salud de Ventura me puso en alerta con la llamada desde Santiago mi sobrino periodista Maxuel Reyes a las 3:18 de la tarde de este miércoles. En ese momento, el país estaba ajeno al hecho sobre el cual estaba enterado basado en fuentes de la clínica donde fue llevado el músico y amigo, información a la que había tenido acceso Maxuel.
El cielo de Santo Domingo se tornó nublado, mientras toda la tarde entristeció con el color gris que presagiaba lo peor. Aferrado a la idea positiva de que Johnny solo había sufrido un vahído que ameritó su internamiento de urgencia en el centro de salud donde realmente había expirado, seguí conduciendo a casa de mi hermana por la misma ruta que tomo para llegar a la residencia de Johnny Ventura en Arroyo Hondo.
-No puede ser- pensé cuando me encontraba en las cercanías del Jardín Botánico. Pero el rumor se iba propagando en las redes sociales a la velocidad que corrían por mi mente los pensamientos sobre aquella infortunada noticia, hasta que la llamada del colega José Tomás Paulino, jefe de prensa de Telecentro, me sacó de aquella tormenta de cavilaciones.
-Está en el Centro Médico Unión, pero hay dos versiones. Una cuenta de que está muy delicado y la otra de que habría muerto. Llama y confirma porque lo más certero a la verdad que te puedo decir es que fue ingresado por emergencia- le dije a Paulino.
Minutos después se confirmó en los digitales de medios impresos lo que todos nos negábamos a reconocer.
Con la muerte de Johnny Ventura se apagó la luz que mayor fulgor en el firmamento artístico iluminó por más de seis décadas y cuyo brillo brotó como volcán musical para contagiar con su ritmo y alegría a los millones de seguidores que por todo el mundo, y en todo los escenarios, escucharon su forma única de cantar y bailar.
Al “Rey del Merengue” no se puede ver desde una sola dimensión, son múltiples. Difícilmente otro dominicano de su origen se pueda equiparar con Johnny Ventura.
Al ponderar su dimensión de artista, todos los dominicanos sin excepción, coincidimos en que Johnny Ventura es el merengue, como el pueblo lo definió y él mismo admitió en varias entrevistas. Con 106 discos grabados, galardonado con 28 discos de oro, dos de platino, un Grammy Latino y un Grammy a la Excelencia por su trayectoria, Ventura obtuvo mas que premios, reconocimiento de la sociedad dominicana y mundial. Ganó todos los premios que se han otorgado en República Dominicana.
Bajo su aura especial se formó una retahíla de músicos que luego trillaron su propio camino, mientras por su orquesta, El Combo Show, pasaron los más diversos intérpretes juveniles para acompañarle en su exitosa carrera.
Como él mismo me narró en el balcón de su residencia de Arroyo Hondo, lugar al que solía invitar a conversar a sus invitados, la mayoría de las canciones que grabó son de su autoría, no solo en las letras sino en la arquitectura musical.
Johnny Ventura no tuvo límites en su proyecto musical que permitiese dejar un nicho sin experimentar. Se mantenía actualizado de la evolución de la música, especialmente del merengue.
El país estará de duelo por siempre, pero en vez de apagarnos en tristeza y lágrimas, Johnny nos enseñó a reír, a cantar y, sobre todo, a bailar de una forma que solo él marcaba la clave.
Su paso por la política “El Caballo Mayor”, apodo que el pueblo le dio no solo fue un hombre que incursionó en la música, sino que lo hizo también en la política con el líder que fue su ídolo en el momento de mayor esplendor en la vida de ambos: José Francisco Peña Gómez.
En el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) se inició como militante hasta alcanzar posiciones cimeras que le sirvió de plataforma para presentarse como candidato a diputado primero, que ganó, luego para la alcaldía del Distrito Nacional, elección esta última que obtuvo en el período 1998-2002.
Con la muerte de Peña Gómez, Ventura pierde a su mentor político por lo que buscó refugio en el liderazgo del doctor Leonel Fernández, entonces líder del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), al que siguió en sus pasos para la fundación de la Fuerza del Pueblo, del que fue candidato a la alcaldía nueva vez en el 2020, partido del que era de la máxima dirección en el momento de su deceso.
La última imagen que recuerda el país del “Caballo” es aquella donde casi se va a los puños con los gendarmes enviados por el régimen del presiente Medina a reprimir a quienes nos oponíamos a la reforma Constitucional para una segunda reelección.
Johnny Ventura tenía otros afanes en su vida: los negocios y otros proyectos empresariales; se hizo del título de abogado en la Universidad de la Tercera Edad. A los siete hijos dio mil muestras de respaldo en sus proyectos, como fue el grupo musical de dos de los varones.
Con doña Yolanda Reyna punto común A pesar de que llevaron dos vidas paralelas, uno en la música y en otras áreas, Johnny Ventura y doña Yolanda Reyna, aparte de la admiración que esta distinguida dama le profesaba al artista, tuvieron un punto que los unía: Leonel Fernández Reyna.
Esta mujer, nativa de Barahona, procreó a dos varones: Leonel y Dalcio. Su vida se apagó a los 94 años cuando no tenía más fuerzas para seguir luchando contra una deficiencia cardíaca, que se unió a los padecimientos de una caída en su casa.
Sola con las dos prole emigró a Estados Unidos donde tuvo que trabajar en sendos turnos laborales para echar hacia delante a Leonel y Dalcio. La política siempre estuvo como tema de conversación en su mesa a finales de los sesenta, ha comentado su hijo que luego llegaría a ser Presidente en tres oportunidades.
Conocí a doña Yolanda en el año 1993 cuando su hijo Leonel ni siquiera se distinguía entre las figuras emergentes que podrían heredar el liderazgo del profesor Juan Bosch. En su casa de la avenida Lope de Vega, en La Agustina, le visitaba cuando salía de la redacción de El Nacional.
Con la misma humildad y gentileza que le caracterizó me invitaba doña Yolanda a sentarme a desayunar o almorzar en la mesa con su hijo. Con no pocas frecuencias acudía allí a dialogar sobre política y periodismo con Fernández.
Cuando su hijo se juramentó como presidente de la República el 16 de agosto de 1996 no pocas personas esperaban un cambio radical en la vida social y económica de la dama. A partir de ese momento, construí una relación más estrecha, de complicidad en las conversaciones, pues mi posición de director de Comunicación me daba la ventaja de mantenerla al tanto de cómo veía el rumbo del gobierno y del país.
Luego, en su modesta casa de Las Praderas, me convocaba a esos encuentros de los que su hijo se enteraba cuando quien suscribe se lo informaba. Nunca actuó con ínfulas de ser la madre del presidente, conducta que le consta a todos los que fungimos como funcionarios del gobierno encabezado por su hijo.
En el segundo piso de su residencia, habilitó un espacio para un especie de museo en el que se guardan todas las pertenencias de Fernández desde los reconocimientos, placas, fotografías con dignatarios y personalidades políticas y académicas. Cooperaba con ella en proporcionarle algunas cosas que solicitaba. Doña Yolanda lo hacía como aquella persona que pedía un favor, con amabilidad, humildad y siempre de favor.
Allí, en ese museo personal, está la Banda Presidencial que en 1996 recibió Fernández de manos del doctor Joaquín Balaguer. Esa cinta tricolor la guardó doña Yolanda con escrupuloso celo en su casa.
Distinto a otras damas que se movieron en las cercanías del poder, doña Yolanda con su carácter firme mantuvo su humildad y no se involucró en los quehaceres de la administración pública. Nunca tomó un teléfono para llamar para un reclamo a funcionario alguno, aunque tuviera razones para hacerlo.
La terraza de su casa de Las Praderas se convirtió en su “santuario” de audiencias perennes donde escuchaba y opinaba lo imprescindible, solo con el donaire de una madre preocupada porque su hijo lo hiciera bien en la Presidencia.
A Johnny Ventura como a doña Yolanda Reyna con los que cultivé una buena amistad, los percibí como paradigmas de trabajo, honestidad y bondad, en dos vidas que transcurrieron paralelas, solo unidas por un nombre: Leonel Fernández Reyna.