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Que la pandemia no deje sin voz (ni voto) a los países en desarrollo

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MARIO ARVELO CAAMAÑORoma, Italia

Las Naciones Unidas se concibieron para corregir los errores de diseño y gestión de la Liga de Naciones, que no pudo evitar la Segunda Guerra Mundial. Así fue como, en 1945, la ONU nació con el designio de preservar la paz. Y no fue casualidad que la primera institución de la nueva arquitectura internacional se especializase en temas agrícolas y alimentarios. El entonces líder alemán occidental Willy Brandt resumiría aquella decisión ante la Asamblea General de la ONU en 1973: “Donde hay hambre, no hay paz”.

El hambre proyecta una sombra sobre la condición humana. Así, los gobiernos del mundo decidieron colocar a la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, mejor conocida como FAO, su acrónimo inglés, a la vanguardia de los esfuerzos globales hacia la erradicación del hambre.

Como entidad técnica de investigación y conocimiento, la FAO reproduce las áreas de trabajo que los Ministerios de Agricultura cubren en cada país, desde identificar las semillas de más rápido crecimiento y mayor fecundidad hasta reducir pérdidas poscosecha, pasando por el cuidado de los suelos, la gestión integral de aguas, o la lucha contra patógenos que amenazan la producción vegetal, pesquera y pecuaria.

Es en la FAO donde los delegados de los países encontramos una plataforma neutral para examinar estudios científicos sobre dietas nutritivas y saludables, protección de los ecosistemas y la biodiversidad, o las bondades de la agroecología, entre muchos otros temas. Los técnicos de la organización identifican buenas prácticas, brindan asesoría y crean capacidades locales para incrementar la productividad de modo sustentable, sobre todo ante los retos del cambio climático, como expresé en el VI Foro Rural Mundial celebrado en Bilbao en marzo de 2019 en calidad de presidente del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial.

En los salones de la FAO, hoy trasladados a medios virtuales a consecuencia de la pandemia, debatimos, negociamos y acordamos por consenso recomendaciones de políticas para implementar estándares de calidad y para fomentar el desarrollo rural inclusivo, de modo que hombres, mujeres y jóvenes campesinos permanezcan en sus comunidades y puedan alcanzar, allí, la realización de sus aspiraciones financieras.

Mi país, República Dominicana, que comparte una pequeña isla caribeña con la República de Haití, es miembro fundador de la ONU, y fue el tercero en ratificar su Carta constitutiva. Desde Santo Domingo, donde nací en 1970, el gobierno del presidente Luis Abinader da prioridad, junto a la lucha contra la pandemia, a todos los tramos de la cadena agroalimentaria.

En este contexto mi nombre surge junto al de otros embajadores como posible sucesor del paquistaní Khalid Mehboob en la presidencia del Consejo de la FAO, el puesto de mando de la agencia desde el que 49 países de todos los continentes debaten, armonizan e impulsan el rumbo estratégico de la organización. A partir de esos acuerdos, el director general (hoy el chino Qu Dongyu, que en 2019 sucedió al brasileño José Graziano da Silva) es el encargado de administrar la organización.

Los otros dos candidatos para presidir el Consejo son mis viejos amigos el húngaro Zoltán Kálmán y el neerlandés Hans Hoogeveen. La Unión Europea no pudo ponerse de acuerdo para presentar una única candidatura, y a mí me honra ser el único aspirante del mundo en desarrollo, con una plataforma de inclusión, transparencia y sensibilidad a las diferencias políticas, sociales y culturales de los Estados miembros. Aspiro a buscar decisiones de consenso que fortalezcan la institución para beneficio de todos.

Quienes dan seguimiento al escenario político latinoamericano podrían sorprenderse al saber que la candidatura dominicana acumula apoyos provenientes de un amplio abanico ideológico: de La Habana a Brasilia, pasando por Caracas, Buenos Aires, San Salvador y Bogotá. Y también, países del Sahel, el África subsahariana, Asia y Oceanía se suman a nuestra propuesta.

Pero, ¿por qué iban a interesar a los lectores del Listín Diario los entresijos de una elección interna de una agencia de la ONU?

Volviendo al inicio, y a esa voluntad de Naciones Unidas de corregir errores del pasado: el método de “un país, un voto” que rige en la ONU permite atenuar las dinámicas de poder que han caracterizado las relaciones internacionales. Así, los votos de Tuvalu, Nauru y Palau, tres países insulares del Pacífico que suman 40,000 ciudadanos en un área menor a la que ocupa la provincia La Romana, valen lo mismo que los de China, India y Estados Unidos, países que acogen al 40 por ciento de la humanidad y en conjunto se extienden por un territorio dos veces mayor al de toda Europa.

Sin embargo, en esta elección, un obstáculo podría alterar esta dinámica de igualdad entre países que impulsa a negociar y buscar consensos.

En la Conferencia bienal de la FAO, a celebrarse del 14 al 18 de junio se decidirá si se permite o no el voto electrónico.

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