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Análisis: Bajo fuego del Covid-19

¿Se desvanece la reforma fiscal?

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Felipe CipriánSanto Domingo, RD

Aunque hace dos semanas lanzar una re­forma fiscal parecía una acción inminente, la voz de algunos funcionarios se ha tornado gangosa y todo pa­rece indicar que eso “está en veremos”.

Absolutamente com­prensible que el gobierno de Luis Abinader proyec­te muy bien los posibles escenarios que sobreven­drían al país en los planos económicos y sociales, los que pueden transformarse en políticos si se arriesga la gobernabilidad.

De que las recaudacio­nes del gobierno son insu­ficientes para hacer frente a la cantidad de compro­misos de la actual adminis­tración no hay dudas, lo di­fícil es encontrar ahora en República Dominicana un sector al que se pueda po­ner a pagar más impuestos. La estrella divina de la eco­nomía dominicana ahora es la remesa, que sigue cre­ciendo a niveles muy altos lo que representa un ingre­so neto de divisas sin que el gobierno invierta nada para generarlas.

Supongo que a ningún genio en el arte de gobernar se le ocurrirá ponerle un im­puesto a las remesas porque si lo hacen van a matar la ga­llina de los huevos de oro. Una parte significativa de las remesas –que no se cuanti­fica en las estadísticas- es la que llega a mano, que casi siempre es la destinada a in­versión en remodelación de casas, compra de muebles, vehículos y otros, que por lo general es en mayor volu­men que la de manutención mensual.

Ese sector, más la ventani­lla siniestra del narcotráfico, está salvando la superviven­cia de un gran porcentaje de la población y eso explica que no estén en extrema po­breza o en las calles protes­tando.

Por eso dije la semana pasada que la alternativa a la reforma fiscal que puede resultar menos dolorosa es “frenar la evasión, limitar el gasto y controlar el endeu­damiento”.

Lo que tradicionalmente se ha hecho aquí en materia de cobro de impuesto es ex­primir al que paga y dejar al que no paga tranquilo. Igua­lito que con el sistema eléc­trico: quien tiene un con­trato de energía y se atrasa un día, le cortan el servicio. Quien no lo paga nunca, for­ma parte de ese 30 por cien­to que tiene años en la mis­ma situación.

En materia de limitar gas­tos, al gobierno le conviene ser selectivo porque el gasto corriente es demasiado al­to y la inversión baja, lo cual es una trampa porque desti­nando el dinero a inversión es que se fomenta la produc­ción y el crecimiento, con el gasto corriente el resultado es dinámica de consumo.

El gasto corriente que no se puede limitar en esta eta­pa es el relativo a hacer fren­te a la pandemia del Co­vid-19, porque sin salud no hay educación, ni produc­ción y mucho menos turis­mo y esparcimiento.

Por igual puede decirse del endeudamiento. Lo úni­co que justifica endeudarse en las actuales condiciones es para confrontarse con el coronavirus y para dinami­zar la producción real y la infraestructura esencial.

Si el gobierno se embarca en pisar el acelerador de la deuda y no emplea el finan­ciamiento para atacar el Co­vid y relanzar la agropecua­ria, la minería, la pesca, la construcción de viviendas, construir y reconstruir acue­ductos, recuperar y proteger las cuencas de los ríos, po­ner orden en el tránsito, ba­tir la inseguridad pública y dignificar el sistema carcela­rio, entre otras políticas, no vale la pena coger prestado o comprar a crédito. El cre­cimiento de la deuda sin un despunte real de la econo­mía dominicana puede crear más problemas de los que resuelva porque el volumen anual de los intereses de la deuda está llegando a por­centajes peligrosos. Es ob­vio que el gobierno tiene una gran esperanza puesta en una recuperación del sector turístico, pero quien confun­da su propio entusiasmo con la realidad del mundo y de ese mercado en particular, terminará arando en el mar.

Para que los turistas vuel­van al país a los niveles de 2018, tendría que haber un repunte en la economía de los países desarrollados muy significativo, un control del Covid mucho mayor del que hay hoy, lo que tendría como contrapartida alzas impor­tantes en el petróleo, los fle­tes y pasajes.

Es de sabios no inventar mucho cuando no se está dispuesto a tocar a los into­cables, porque apretar ha­cia abajo no siempre resulta una buena opción y la pe­lea que se puede evitar no se provoca.

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