Enfoque
Gestión de una economía de guerra derivada de la pandemia
El impacto económico, social, cultural, político y al sistema sanitario provocado por el Covid-19 a nuestras sociedades tiene consecuencias devastadoras, que se reflejará por mucho tiempo sin importar si la gestión de la crisis sanitaria ha sido correcta.
Los niveles de interdependencia nos arrastraron a una economía de guerra como resultado de los efectos de la pandemia, agravado por múltiples factores internos, que requiere ser gerenciada con creatividad y apertura.
Nadie recuerda en República Dominicana, por ejemplo, los estragos económicos causados por “La Gripe Española” de 1918 al término de la Primera Guerra Mundial que mató a 50 millones de personas- más que en la guerra- porque la Humanidad no tenía el nivel de desarrollo e interdependencia global que tenemos hoy.
Los efectos del Covid-19 arrastran cierre de empresas, comercios quebrados, incremento del desempleo, rezagos en la educación y un retroceso del desarrollo económico, científico y cultural, aparte de las nocivas huellas psicológicas y de otros daños colaterales.
Solo apuntar que actualmente la única economía grande que creció (2,3 por ciento del PIB) fue China aunque parezca una paradoja porque fue donde surgió el virus, mientras el Fondo Monetario Internacional prevé para este año un crecimiento mundial de 5,2 por ciento del PIB.
Escasas consecuencias económicas produjo la pandemia de 1918 en un país intervenido militarmente por Estados Unidos, que apenas contábamos con una población de 800 mil personas. La producción agrícola no se paralizó, la fabricación de azúcar, de manufacturas y el comercio mayorista tampoco. Para esos años, las exportaciones se redujeron en solo un 0.3 por ciento, pues de 22.5 millones de dólares en 1917, bajó a 22.4 millones en el año 1918. Para el gobierno militar de ocupación no hubo dificultad en el manejo de la economía ya que los socios principales de los centrales azucareros procedían de Norteamérica. Éramos exportadores de materias primas hacia Estados Unidos, obteniendo altos beneficios.
Hasta el año 1922, República Dominicana experimentó un balance positivo si comparamos exportaciones e importaciones, como lo refleja el dato de que por la venta de azúcar, café, cacao y otros productos, el país percibió 28,7 millones de dólares, mientras el valor de las importaciones, esencialmente alimentos, fue 22.2 millones de dólares, un superávit de 2.4 del PIB.
En relación a los muertos e infectados, el país alcanzó los 1,700 muertos y 96, 828 contagios. Los primeros casos llegaron en un barco por Barahona y luego por Haití. En diciembre de 1918 culminó la Primera Guerra Mundial, lo que fue celebrado por los dominicanos con un tremendo fiestón a orillas del río Ozama. Luego para el 30 de diciembre se reportaron más defunciones: 15 dominicanos, entre ellos el poeta Apolinar Perdomo.
La producción El historiador Frank Moya Pons describe cómo la economía dominicana se sostuvo por muchos años de la producción de caña de azúcar, café, cacao, tabaco y otros rubros. La salida de las tropas norteamericanas del territorio implicó la imposición, en 1919, “de una nueva ley de aranceles que eliminó los derechos aduanales a 245 artículos y productos de Estados Unidos y redujo significativamente los derechos a otros 700”.
Posteriormente, el gobierno de Horacio Vázquez protegió al pujante sector artesanal local promulgando la ley 190 que creó nuevos gravámenes a los artículos importados, que “funcionó como un nuevo arancel interno”.
A raíz de la Gran Depresión de 1929 se cayeron las importaciones debido a la reducción de los precios en los productos que exportábamos. El control de las aduanas por parte de los norteamericanos desde la ocupación, no culminó hasta la llegada del tirano Rafael L. Trujillo que firmó el Tratado Trujillo-Hull. Sin embargo, éste tuvo que sortear una crisis profunda como resultado del ciclón de San Zenón, con secuelas de enfermedades y millonarios daños materiales.
De los vaivenes posteriores en la economía y la situación social y política nos hablan los historiadores a raudales, pero hasta la muerte de Trujillo no hubo en el país mayores acontecimientos que generaran un cataclismo hasta 1965.
Aunque no vivimos para entonces una crisis sanitaria, la guerra civil de ese año provocada por la ruptura del orden constitucional en septiembre de 1963 afectó todas las actividades de la vida nacional hasta estallar la revuelta, incluido el deterioro del ya menguado sistema sanitario.
Los recuerdos que guardo en la memoria sobre mi infancia previo, durante y después de la Guerra de Abril de 1965 causada por la vuelta a la constitucionalidad mancillada por el golpe de Estado a Juan Bosch, los tengo tan frescos que no logro traducirlos a números fríos manoseados por los expertos de la economía.
El golpe La institucionalidad terminó de sucumbir el 25 de septiembre de 1963 con el golpe.
Dos años después, niños y adultos de la época de los barrios de Santo Domingo- los primeros obligados por los padres a pasar horas debajo de las camas resguardando la vida- solo teníamos como termómetro de la situación imperante, cuántas veces al día nuestras madres dejaban rodar debajo de la cama el plato con los alimentos.
Si era una, dos o tres veces no dependía de la voluntad de los padres. Tampoco había condiciones ni oportunidad para escoger de un menú de ensueño. Teníamos que digerir sin distingo lo que el plato traía.
Más bien, la situación del momento se debía a un entorno difícil de eludir, pero también estaba fuera del control de las manos de quienes, de uno y otro bando, empuñaron las armas defendiendo sus posiciones. Mientras no se pusieron de acuerdo, en los barrios de la ciudad de Santo Domingo se vivió una pesadilla.
El terror provocado por el sonido de los aviones P-51D Mustang-aeronaves adquiridas por el dictador Rafael L. Trujillo el 4 de junio de 1952 al gobierno sueco aunque eran de fabricación americana-no desaparece del recuerdo 56 años después. A ese miedo se unía la incertidumbre de millares de familias por la escasez de los alimentos en los barrios de Santo Domingo. Estábamos viviendo en medio de una economía de guerra.
Las precariedades eran extremas, cuyas huellas permanecen indelebles en nuestras mentes. Fue angustiante estar confinados debajo de las camas viendo a nuestros padres con las manos vacías, con las suelas de los zapatos ensangrentadas después de muchas diligencias cruzando por calles con cadáveres de civiles y militares.
El empleo se había caído, el transporte público no funcionaba y había que caerle atrás al peso. Aunque no se registró con el rigor que amerita, el total de dominicanos muertos la Cruz Roja Internacional lo registró entre el 24 de abril al 12 de junio de 1965 en cerca de 2,850 personas y 3,000 heridos.
Durante la guerra fueron muchas las personas que desaparecieron que no fueron declaradas oficialmente muertas. Solo policías se calcula que murieron en el conflicto armado unos 300, de acuerdo con las declaraciones ofrecidas por el entonces coronel Gaspar Morató Pimentel, jefe de Personal y Orden de la institución.
Las destrucciones originadas por la Guerra de Abril no han sido evaluadas con detenimiento aún. En el ámbito institucional el impacto provocado por el golpe de Estado, los daños sicológicos a una generación de civiles y militares y la nefasta violación de la soberanía nacional con su secuela de daños, todavía el país carga esa cruz pesada.
Los cambios que en el orden político se produjeron con el ajusticiamiento de Trujillo indudablemente habían creado las condiciones socioeconómicas para la vuelta a la democracia, que se produjo con la victoria en las urnas del candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), profesor Juan Bosch en diciembre de 1962.
El nuevo gobierno dio un empuje a la reincorporación de la ciudadanía a los espacios democráticos, se registró un resurgimiento del movimiento obrero y la práctica libre del derecho de reunión no solo fueron fortalecidos por el gobierno democrático sietemesino de Bosch, sino que en la Constituyente que dio paso a una nueva Carta Magna, se crearon las normas para comenzar a construir un verdadero estado de derecho, garantizando derechos fundamentales impedidos por 31 años por la dictadura.
El gobierno de Bosch inició el desmonte de la sociedad erigida por Trujillo entre “gente de primera y gente de segunda”. A pesar de que el tirano no era considerado por la clase adinerada como parte de ese grupo selecto de “primera”.
El desafío que tenemos los dominicanos en medio de una economía de guerra debe ser gestionarla con inteligencia, creatividad, procurando que todos los sectores económicos cooperen, planteando salidas ingeniosas local y global en los foros internacionales.