Basura y miseria, el cuadro de penurias en que viven los del vertedero de Haina
Su padre y tres hermanos viven de la basura del vertedero de Haina.
A pesar de la mascarilla, un olor nauseabundo se percibía desde cierta distancia, el sol caribeño era intenso y acentuaba la aridez del lugar mientras la basura y las moscas se encuentran por doquier.
Sin embargo, al adentrarse en el vertedero de Haina, además de desperdicios de todo tipo, se encuentra “una comunidad”, un barrio donde niños juegan entre los desechos y adultos buscan su medio de sustento en lo más profundo de aquel estercolero.
La intención, al llegar al lugar, era ver la situación en la que se encontraba el vertedero, lugar donde en varias ocasiones se han desatado incendios que amenazan la salud de los residentes en la zona y uno de los que están en la lista de las autoridades para “su modernización”. Pero esa transformación no ha llegado. Allí estaba William Alberto Robles. Había cumplido su jornada laboral y caminaba por una de las calles polvorientas del área junto a su compañero de labores, Víctor Alfonso.
Una sonrisa tímida y un adiós con las manos se vieron por la ventana del vehículo, lo que motivó a los reporteros a desmontarse y preguntarles por la situación en la que se encontraba el basurero.
Robles, mostrando timidez, respondió pocas veces. Una de esas lo hizo para destacar la situación de salud en la que se encontraba su amigo Alfonso que caminaba con muletas. Luego de escuchar la historia de su compañero, se insistió en conocer la de él, quien se veía una persona alegre, hasta que la dura realidad golpeó a los reporteros al llegar a su casa.
Subió despacio en la parte trasera del vehículo, los demás miraban fijamente debido al letrero de LISTÍN DIARIO. Él dirigió en el trayecto entre calles sin asfalto y rocosas hasta llegar a un punto donde hubo que seguir caminando.
“Ezequiel, ven a ver, vinieron unas personas a comerte la comida”, exclamó Robles a su hijo en forma jocosa, lo que causó una risa tímida e infantil en el pequeño, que sueña con ser ingeniero “y tener una casa bonita y normal”.
A pesar de su miseria, este pequeño afirma que él es feliz porque está junto a su padre, pero le gustaría vivir como las “personas normales” .
En un “fogón” hecho con tres piedras, colocado en un lado de lo que debe ser el patio de la casa, Ezequiel revisaba un arroz blanco como todo un profesional, levantando la funda que le servía de tapa para “ver si ya estaba listo”.
Hace cinco meses William quedó solo a cargo de sus cuatro hijos. Su esposa, con la que mantuvo una relación de 16 años abandonó la casa, dejándole al cuidado sus cuatro vástagos, dos hembras y dos varones. Las hembras viven con su abuela, que reside a pocos metros, porque según relata el padre, prefiere que ella las cuide ya que “las hembras son muy delicadas”.
“Yo me hago responsable a mis hijos de buscarles qué comer, pero con las niñas me sentía mal, porque aunque ellas se bañan y se ponen su ropa, a la hora de peinarse y darse las condiciones que tienen que darse, usted me entiende, por eso viven allá”, relata sobre su vida con palabras entrecortadas y unas lágrimas que no cesan de rodar por rostro marcado por la angustia. Cuatro tablas, cubiertas con un zinc y en su interior una cama, es lo que esta familia tiene como hogar hace 14 años en el barrio Las Mercedes, a unos pocos metros del vertedero.
No cuentan con ventanas para cubrirse de la intemperie, no tienen baño donde hacer sus necesidades, mucho menos estufas, abanico, nevera, ni muebles y el piso de tierra apoya sus pies descalzos, negros por el polvo. La basura es el único medio de sustento de Robles y de sus hijos, luego de que una infección en el pie lo dejara postrado en una cama y sin empleo durante diez meses. Al recuperarse inició este “oficio” que a duras penas le alcanza para comer arroz blanco vacío al mediodía y algunos víveres “con lo que aparezca” en la noche.
“Antes de tener el accidente yo pintaba casas y hacia plomería, pero luego que quedé en cama ha sido muy difícil, además con la pandemia todo empeoró” , cuenta William mientras se seca las lágrimas y da gracias a Dios por todo lo que tiene y asegura que lo que hace es por sus hijos.
Hace una semana el protagonista de esta historia tuvo otro accidente mientras rebuscaba entre la basura en el vertedero. Un objeto cortante le provocó una herida profunda en la palma de su mano izquierda, la cual cubrió con un pedazo de tela, siguió trabajando y así ha continuado todos los días en busca del sustento de sus hijos. La herida en su mano parece no importarle, a pesar de lo grave que se percibe.
SEPA MÁS Y los niños, ¿estudian? Desde que las escuelas cerraron, sus hijos Daniel, de 9 años; Daniela de 6; Génesis, de 3, y Ezequiel, de 12, no han podido estudiar. Los cuadernillos que les entregan son difíciles de llenar por su escasa formación, no tienen un televisor para seguir los cursos, ni un teléfono para mantenerse en contacto con la maestra, además de que su “vivienda” carece de servicio eléctrico y ni pensar en un dispositivo inteligente.
La más pequeña de las niñas no asiste al Instituto Nacional de Atención Integral a la Primera Infancia (Inaipi) a pesar de que en el sector hay uno, a solo unos metros de la casa.
“Hay cosas que para entenderlas tiene que estar con la televisión y con el cuadernillo también y con un libro para escribirlo (cuaderno)”, interrumpe Ezequiel para explicar por qué no ha estudiado desde que llegó la pandemia.