EL CORRER DE LOS DÍAS
La sombra de lo pensado: la última columna de Marcio Veloz Maggiolo
Recordar lo que una vez nos llegó al alma como algo instantáneo es un ejercicio que no se aprende en un día. Cada instantaneidad parece venir acompañada de un pensamiento doloroso.
Además las instantaneidades no parecen dejar dentro de nuestras mentes una marca estable, sino pasajera y por ello a veces no se aprende nunca a retenerla volitivamente como algo manejable, porque lo instantáneo es a veces tan incorpóreo como el vuelo sorpresivo, inesperado, de una “animita”, cocuyo que en vuelo lumínico y casi metálico, roza los hierros de la balconada, y demuestra que toda sorpresa lumínica es impredecible, que la luz solo a veces puede explicarse y que es solo perdurable en el recuerdo si se aprende a enfatizar la memoria. Hay instantaneidades interiores, y las hay exteriores. Las primeras son parte de la naturaleza que nos rodea, las segundas son a veces signos del mundo interior que llevamos como significado de las cosas. Y es que lo momentáneo tiene como cuerpo de su iconicidad, la sorpresa. Por eso en parte del pensamiento religioso hindú existen seres que viven insertos en el gerundio, representaciones mixtas en las que el sexo es una totalidad sin glándulas coercitivas pero en movimiento. Hay instantaneidades ajenas a nuestra biología, voces de la naturaleza expresándose casi sin anuncio y las hay producto del pensamiento cuando comienza a resquebrajarse, a doler, como diría el poeta Manuel José Othón, angustiado por la instantaneidad del malestar interior en aquellos versos desgarradoramente románticos: “me duele el pensamiento cuando pienso”. “Do se alzaban los templos de mis diosas/ya sólo queda el arenal inmenso, /quise entrar en tu alma y ¡que descenso!/ qué andar por entre ruinas y entre fosas/ ¡a fuerza de pensar en tales cosas, /me duele el pensamiento cuando pienso!”.
Como en un escrito anterior he hablado de antologías de temas y atributos que no parecen fáciles de antologar y lo peor, de “coleccionar,” acontece lo mismo con las instantaneidades, las sorpresivas muestras de expresiones y formas en las que nunca pensamos, las que rehúyen el análisis, como lo es el descubrimiento de músicas que no sabíamos existentes. Músicas que nos llegan y escuchamos en la madrugada entre sueño y vigilia, músicas internas diferentes a las que vulgares “llevamos por dentro”.
Con estas expresiones de la instantaneidad comprendemos por qué el hombre inventó los dioses, por cuáles razones relampagueantes o sombrías, el confirió importancia a parte de su naciente lógica, dolorosa como un parto, o trató de explicarla al insertarse en los ruidos y luces que parecían logos, pensamientos vibrando antes que las palabras, voces de los demiurgos, reflejos de una lucha divina e interior concertada con espadas de fuego entre divinidades siempre en desacuerdo. Nacencia de las primarias contradicciones-
Lo instantáneo predominó, sin testigo, desde el comienzo de los siglos cuando hubo de ser “lo instantáneo virgen”, (todavía debe existir alguna instantaneidad desconocida) hasta que ciertos animales con capacidades especiales para la percepción, respondieron creando sus propias instantaneidades, como la de imitar el fuego copiando el relámpago de la tormenta, “instantaneidad domesticada” que pudo haber dado inicio a la cultura de lo dominable, la imitación de un producto como la llamarada madre de las brasas fuego autónomo y por tanto divino.
La instantaneidad, en la medida en la que el universo se complicó con millares de vidas de todo tipo, con millones de formas sensibles dependiendo de la temperatura, la luz, la humedad, el calor, los sonidos, los ruidos y su propia instantaneidad intrínseca, se fue haciendo parte de un vecindario universal.
Creando, como en la misma realidad, los barrios del alma, aldeas donde habitan recuerdos, voces de muchas épocas y figuras de viejo cuño que la imaginación ha construido y colocado en un lugar especial, en su universo interior, donde el ego humano discute consigo mismo y con los personajes que ha creados
La instantaneidad fue voz de la naturaleza predictora y murmurio de los chamanes o brujos, maestros anteriores a toda lógica, los que manejaron lo sorpresivo para orientar o inventar el futuro, dictando porvenires también presentados como transitorios, para difundirlos convertidos en palabras, en la vieja oratee, locura oral, hablada, complicándolos.