Enfoque
El precio de vencer
Esta es la crónica de los últimos once años, dos meses y cuatro días de los tres gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) presididos por Leonel Fernández (2004-2012) y por Danilo Medina (2012-2020); exactamente desde el 16 de agosto de 2008 hasta la noche del domingo 20 de octubre de 2019 en que Fernández, hasta entonces presidente de la organización, anunció su formal renuncia del partido en el que había militado durante 46 años.
¿Qué ha ocurrido en el PLD? De tan complicado, el asunto es sencillo. Los partidos políticos son como los amores o los imperios, que cuando desaparecen los principios que inspiraron su creación y sustentaron su existencia desaparecen ellos también. Desaparecen o comienzan a fallecer con esa muerte lenta que es la división, anticipo de la salida parcial o total del control casi absoluto sobre todas las instancias de poder del Estado, como finalmente ha ocurrido.
Como otras tantas veces a tantos otros partidos, la decadencia del PLD tomó cuerpo y dirección en el momento en que, de tanto ganar siempre y, por lo mismo, una parte de sus dirigentes comenzó a creerse sus propias mentiras. Caía un rayo, y los muy señores afirmaban convencidos que eso era cosa de Dios que quería tomarles una foto, pero volvamos a los orígenes.
Desde su fundación, el Partido de la Liberación Dominicana tuvo la necesidad de demostrar al electorado que era la negación del partido de donde venía, el PRD. Así, de tan organizados, frugales y disciplinados, los peledeístas, más que políticos parecían Testigos de Jehová, mormones “casi” fieles a sus señoras. Ese empeño en construir una imagen de superioridad ética, moral y política acercó peligrosamente a los peledeístas a la arrogancia, a ese terrible sentido absoluto de la verdad, algo que sólo el carisma, la inteligencia y la autoridad moral del profesor Juan Bosch lograba compensar.
Con esa estrategia diferenciadora, que incluía el criticar y protestar, pero siempre proponer soluciones a lo criticado, el PLD fue ganando credibilidad ante los votantes y así, cuando llegó la oportunidad, por la división del PRD en 1990, o por la posibilidad del triunfo de Peña Gómez sobre Balaguer en 1996, ella encontró a “los muchachos del Profesor” trabajando y políticamente formados para aprovecharla, la aprovecharon, y lo demás es historia, gobiernos, división y decadencia.
Si cada ser viviente lleva dentro de sí el germen de su destrucción, el del PLD ha sido el olvido. El partido morado olvidó su historia, pero no podrá repetirla, convertido ya en la negación de sí mismo. Convertido en una descomunal e implacable maquinaria electoral que a falta de aquella utopía unificadora que todo lo resolvía, “servir al partido para servir al pueblo”, hoy no recorre más camino que el de morir de sus éxitos. Quien no entiende las razones de los triunfos del PLD, no entenderá los porqués de sus derrotas, esas terribles ganas de morirse que decía del pueblo dominicano don Pedro Mir hablándole a un portaviones intrépido, símbolo flotante de un imperio.
El PLD del año 1996, 16 agosto exactamente, era un partido asombrado de una victoria que no le pertenecía, inalcanzable e insospechada hasta el momento en que Miguel Cocco y Guaroa Liranzo comenzaron a tejer con maestría de artesano medieval eso que luego recibió el nombre de Frente Patriótico, y ahí mismo tomó el PLD la decisión de vencer para morir, dejar de ser para ganar... y ganó.
El PLD debió hacer historia, pero la historia le ha deshecho, porque todo lo logrado ha sido a partir de olvidar lo principal. El Frente Patriótico fue firmado por los dos grandes caudillos de la segunda mitad del siglo XX dominicano, Juan Bosch y Joaquín Balaguer, en el otoño de sus vidas; uno (Bosch) atrapado en el resquemor hacia el hijo perdido (Peña Gómez, el PRD), y el otro (Balaguer) reivindicando con esa decisión su mal nombre, un nombre que con el paso de los años y la superación marrullera de sus herederos y discípulos, terminaría siendo rescatado del estercolero de la historia, al punto del naufragio ético y la incitación al asco que significó que los legisladores de sus dos grandes adversarios, el PRD el PLD, por encargo vil y politiquero de sus cúpulas, lo declararan padre de la democracia.
Si ese fue el padre que perredeístas y peledeístas le encontraron a nuestra democracia en pañales, lo que habría de venir debimos sospecharlo, ay, pero es tan difícil argumentar contra el éxito, y más aún si él te lleva al parnaso del ascenso social, al paraíso del poder y sus mieles, aunque de paso te conduzca a la negación atea de las sabias palabras del señor y santo, don Mateo Leví de Alfeo, (16:26) “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?” O las de Juan Marcos, el evangelista y también santo de los católicos: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (San Marcos 8:36).
Quizás por todos estos antecedentes, los gobiernos del PLD lograron transformar el cuerpo físico del país nacional pero no su alma vendida al diablo de todo aquello por lo que un viejo sabio de Río Verde fundó la organización el 15 de diciembre de 1973, como forma, según dijo y escribió, de superar las perversiones éticas y las desviaciones ideológicas de un Partido Revolucionario Dominicano del que entonces era líder máximo indiscutido e indiscutible, pero ya ven, casi medio siglo después, el partido morado es un PRD caótico y fratricida, gubernamental y desmemoriado que, -como los malos amantes-, no sabe qué hacer con el amor de la damisela electoral que le ha quedado grande.
De todo esto; de transformaciones y logros, de olvidos y fracasos; de un homenaje y una traición, de aquellas luces y estas sombras; de todo esto tratan estas líneas que pretenden cronificar lo que ha sido el PLD para el país y para sí mismo. Siempre al borde del cinismo. Entre el paraíso de sus logros y el infierno de su olvido. Con unas ganas terribles de morir de éxitos, ahíto ya de tanto ganar siempre... y llega el invierno.