Ozoria llama a no ser indiferente ante el malestar social

La Iglesia Católica celebró ayer el Domingo de Ramos, iniciando así la Semana Mayor. /RAÚL ASENCIO

La Iglesia Católica celebró ayer el Domingo de Ramos, iniciando así la Semana Mayor. /RAÚL ASENCIO

“No podemos adorar al cru­cificado y vivir de espaldas al sufrimiento de los seres humanos destruidos por el hambre, las guerras y la mi­seria”, dijo ayer monseñor Francisco Ozoria Acosta.

“No podemos permane­cer indiferentes como es­pectadores ante la cruci­fixión de tantos hermanos nuestros, no podemos en­cerrarnos en nuestra socie­dad de bienestar y confort, ignorando a esa otra socie­dad de malestar, de sufri­miento, de miseria. El se­ñor nos llama a este desafío de contemplar a tantos her­manos nuestros crucifica­dos que padecen la vida”, fueron las palabras de Ozo­ria de reflexión en la cele­bración de la misa por el Domingo de Ramos.

Desde tempranas horas de la mañana, cientos de fe­ligreses acudieron el día de ayer a sus iglesias en con­memoración del Domingo de Ramos, la fecha en que inicia la Semana Santa, un período en que se recuer­da la muerte, pasión y resu­rrección de Jesucristo.

Con la celebración del Domingo de Ramos se re­cuerda la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

Francisco Ozoria Acosta, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, ofició la tra­dicional misa que se realiza por el Domingo de Ramos en la Catedral Primada de Amé­rica, en la Zona Colonial.

Bendijo los Ramos de los fieles con una catedral com­pletamente llena.

“Hoy (domingo) nos dis­ponemos a inaugurar, en co­munión con toda la iglesia, la celebración anual del mis­terio pascual de la pasión y resurrección de nuestro Se­ñor Jesucristo, quien para llevarlo a cabo hizo la entra­da en la ciudad santa de Je­rusalén. Por este motivo re­cordamos con fe y devoción esta entrada salvadora”, fue­ron sus palabras en el primer momento de la celebración.

Antes de la eucaristía se realizó una procesión con los ramos, mientras el co­ro de la Catedral entonaba unas canciones de alabanza en la Plaza de los Curas.

Allí también se dio el evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén.

“En esta Semana Mayor contémplanos todos estos acontecimientos. Sin du­da, estos acontecimientos provocan en nosotros sen­timientos y distintas reac­ciones..., pena, admiración, asombro...”, manifestó Mon­señor Ozoria en sus palabras de bendición a los fieles.

Luego, los cristianos, re­corrieron en peregrinación todo el patio hasta el tem­plo.

La conmemoración de Ramos El color litúrgico de la cele­bración del Domingo de Ra­mos es el rojo, que para los católicos tiene el significado de realeza.

Con el domingo de Ra­mos se recuerda la entrada de Jesús a Jerusalén y cómo fue recibido con cantos y pal­mas.

Además, se reconoce a Je­sucristo como aquel que vie­ne, que ha hecho su entrada solemne entre nosotros. Y al mismo tiempo, como aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida.

La entrada a Jerusalén Se­gún la historia La entrada triunfal de Je­sús a Jerusalén está conteni­da en el capítulo 21 del libro de Mateo (versículos 1-11) de la Biblia: “Cuando se acer­caron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al Monte de los Olivos, Jesús envió dos discí­pulos, diciéndoles: Id a la al­dea que está enfrente de vo­sotros, y en seguida hallaréis una asna atada y un pollino con ella. Desatadla, y traéd­melos.

Y si alguien os dice algo, contestadle: El Señor los ne­cesita, pero luego los devol­verá. Todo esto aconteció pa­ra que se cumpliera lo que dijo el profeta: Decid a la hi­ja de Sión: tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de animal de carga.

Entonces, los discípulos fueron e hicieron como Jesús les mandó. Trajeron el asna y el pollino; pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sen­tó encima.

La multitud, que era muy numerosa, tendía sus man­tos en el camino; otros cor­taban ramas de los árboles y las tendían en el camino.

Y la gente que iba delan­te y la que iba detrás acla­maba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las altu­ras!.