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Enfoque: Historia

Las damas cazadoras

“Randy, creo que el cazador encontrado en la tumba de Los Andes podría ser una mujer”. Jim Watson, bioarqueólogo de la Universidad de Arizona, se dirige a Randy Haas, profesor de Antropología de la Universidad de California en Davis. Y lo hace con la cautela de quien sabe que con sus palabras está moviendo cimientos profundamente asentados. A saber: que, en las sociedades de cazadores-recolectores que vivieron sobre la Tierra hasta hace aproximadamente 10.000 años, los hombres se ocupaban de la caza y las mujeres, de la recolección y el cuidado de los menores. Este ha sido el dogma durante décadas. Y el hallazgo lo cuestiona.

El antropólogo Randy Haas estuvo al frente del equipo que localizó un yacimiento sepulcral en Wilamaya Patjxa, en lo que hoy es Perú. Allí, entre otros muchos restos, se encontraron con dos tumbas que llamaron especialmente su atención. Junto a los huesos había herramientas que permitían suponer que se trataba de cazadores con un estatus elevado dentro de su grupo.

Una de las tumbas, la del individuo que los arqueólogos denominan WMP6, tenía varias puntas de proyectil, raspadores, un cuchillo de piedra… y otros instrumentos utilizados para desollar la piel de los animales o para limpiar sus vísceras.

Pertenecían claramente a alguien dedicado a la caza de grandes animales, como vicuñas, un mamífero de la familia de los camélidos que todavía hoy habita zonas andinas de Perú (sobre todo), Bolivia, Chile o Argentina. Y este completo pack de herramientas se encontraba bien agrupado, reunido junto a la cadera, como si se hubieran alojado en una bolsa que el tiempo ha hecho desaparecer.

Todos en el equipo de excavadores, que trabajó con el apoyo de la comunidad andina mulla fasiri, asumieron que era un hombre. «Todo el mundo hablaba de cómo este tenía que ser un gran jefe, un hombre con poder que había sido enterrado ceremoniosamente –explica Randy Haas–. Pero nos dimos cuenta de que nos equivocábamos ya de vuelta en el laboratorio. Cuando Jim, el bioarqueólogo del proyecto, realizó un análisis osteométrico de los huesos». Por su forma y tamaño parecían indicar que se trataba de una mujer. Pero albergaban dudas todavía. «Era algo que no podíamos descartar –cuenta hoy Randy Haas–, pero aun así no sabía muy bien cómo tomármelo. Estaba emocionado, pero también un poco escéptico».

La prueba definitiva llegó algún tiempo después con los análisis realizados por Glendon Parker, profesor del Departamento de Toxicología Ambiental de la Universidad de California en Davis y coautor del artículo que se publicó hace algunas semanas en la revista Science Advances para explicar el hallazgo.

Una sorpresa oculta en el esmalte dental Parker aplicó una técnica que permite conocer el sexo de unos restos mediante el análisis de las proteínas presentes en los dientes. La clave está en la amelogenina, una proteína del esmalte dental que se codifica de manera diversa en los cromosomas X (femeninos) e Y (masculinos). El diagnóstico era preciso: WMP6, el cazador que derribaba vicuñas y tarucas (o venado andino) hace 9000 años, era una mujer.

Los dientes arrojaron más datos: los terceros molares –las muelas del juicio– todavía no se habían formado del todo, pero el resto de los dientes sí, y mostraban signos de desgaste. Este nivel de desarrollo permite afirmar que tenía entre 17 y 19 años en el momento de su muerte. Y el análisis de los isótopos óseos mostraba una dieta que incluía carne y vegetal. En su tumba había huesos de taruca.

Así pues, WMP6 era mujer, gozaba de un elevado estatus en su grupo y se dedicaba a la caza mayor. Sin embargo, desde hace décadas se asume, en artículos académicos pero también en los libros de texto, que había ya en la Prehistoria una división sexual del trabajo de subsistencia.

La pregunta para Haas y su equipo era evidente: «Me pregunté si era una excepción o estábamos ante un comportamiento habitual. Los arqueólogos no tenemos una máquina del tiempo, pero lo que podíamos hacer era estudiar el trabajo de los últimos 50 años y ver cuántos individuos se han encontrado asociados con herramientas de caza y cuántos eran o podían ser mujeres». Y eso hicieron. Recogieron datos de 107 yacimientos del tardo Pleistoceno y temprano Holoceno de América del Norte y del Sur. De los 429 individuos encontrados en total, 27 eran cazadores… y 11 de ellos eran mujeres. «Un modelo plausible nos permite hablar de entre un 30 y un 50 por ciento de participación femenina, lo que sugiere que la caza mayor era neutral desde el punto de vista del género», afirma el artículo.

Otros trabajos recientes también han parecido arrojar dudas sobre el dogma asumido. Por ejemplo, en unas excavaciones de Illinois realizadas en los años sesenta se encontraron dos cuerpos enterrados con proyectiles de caza. Se asumió que se trataba de dos hombres, pero un análisis realizado en 2016 vio que uno de ellos era una mujer. Y, de nuevo, se asociaba a la caza y a un alto estatus en su comunidad.

Una sociedad mucho más equitativa Si los resultados de estos trabajos son ciertos, es ineludible una pregunta más: ¿y por qué hasta ahora se ha asumido que las mujeres no se dedicaban a la caza mayor? El antropólogo explica que los trabajos etnográficos en las sociedades de cazadores-recolectores actuales muestran que las mujeres raramente participan en la caza de grandes animales. «Es, por tanto, un punto de partida razonable », manifiesta. Aunque no evita las implicaciones más amplias del debate. «Consideramos que estos hallazgos son muy apropiados a la luz de las conversaciones actuales en torno a la desigualdad de género –ha dicho–. Y esto demuestra que la división sexual del trabajo era mucho más equitativa en el pasado de nuestra especie. Yo espero que entender esto ayude a reconocer que no hay nada ‘natural’ en las disparidades de género actuales».

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