Enfoque: Medio ambiente

Los hipopótamos de Pablo Escobar

Tres de los hipopótamos que compró Escobar para su Hacienda Nápoles.

Tres de los hipopótamos que compró Escobar para su Hacienda Nápoles.

¿Qué es grande como el narcotráfico, se reproduce como el narcotráfico, se adapta al entorno como el narcotráfico, amenaza el equilibrio ecológico y a la sociedad como el narcotráfico, es agresivo si se le impide medrar a sus anchas como el narcotráfico, todos saben que está ahí –como el narcotráfico- pero no es nada fácil de controlar, terminar o tomar medidas que no resulten muy debatibles y complejas social y jurídicamente en el país o en el ámbito internacional, como sucede con el narcotráfico? ¡Pues los hipopótamos del narcotráfico!

Estamos hablando de unos 200 hipopótamos, casi la mitad de ellos machos hermosos, como de película, perfectos para documentales y siempre listos para procrear, y un grupo de hembras que, a diferencia de sus familiares africanas, en estas tierras colombianas frondosas y generosas encuentran más motivos y tranquilidad para ejercer la maternidad como Dios manda y así poblar esta tierra americana con regordetas crías que crecen y se reproducen felices para seguir así con el ciclo de la vida.

Todo empezó en 1981 cuando el entonces capo de capos, Pablo Escobar Gaviria, trajo de zoológicos de Estados Unidos a su Hacienda Nápoles cuatro crías (por su tamañito fáciles de transportar a Colombia), para sumar a la fauna que le daría vida a su sueño de tener un zoológico ubicado en las riberas del Gran Río de la Magdalena, en su trayecto por el departamento de Antioquia. El macho y las tres hembras crecieron felices y libres. Pero con la caída del capo, la confiscación de sus bienes y la crisis para mantener el zoológico, los hipopótamos mostraron el tamaño real del problema.

Hacia 2008, los cuatro ya eran 28 y se pronosticó entonces que, en 10 años, es decir por estas fechas, serían 100. Y en esa cifra vamos. ¿Qué hacer? Ese es el gran debate hoy entre ambientalistas, defensores de los animales, autoridades regionales y nacionales, así como académicas. Se hacen foros, visitas, se plantea hacer un conteo por la zona, apoyados por pobladores, pescadores y expertos para saber a ciencia cierta las dimensiones del reto, e inclusive no se descarta el sacrificio de varios de ellos como último recurso y cumpliendo con la legislación internacional en esa materia.

La cosa no se puede hacer a lo salvaje. María Piedad Baptiste, investigadora adjunta del Programa Ciencias de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, entidad que da una base científica para las decisiones que deba tomar el Ministerio del Medio Ambiente, señala que el comité de seguimiento ha destacado tres puntos técnicos: «Primero, la validación del censo de hipopótamos en el país, para hacer un manejo diferencial según el grupo de individuos contados. El otro, apoyar las instancias para dar asistencia técnica,como en su momento lo fue declarar la especie como invasora, y posteriormente dar el apoyo al Ministerio y a la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare ‘Cornare’, autoridad ambiental en el departamento de Antioquia, en su plan de manejo».

Cuando habla de manejo no es como bajar un gato del tejado. Carlos Valderrama, veterinario y quien más ha lidiado con los hipopótamos, fue el artífice de la castración de Napolitano, un ejemplar inmenso al que le aplicaron cinco dardos para dormirlo, lo izaron con grúa para poderlo ubicar en la jaula/quirófano diseñada especialmente, en una labor que tomó 12 horas, entre atrapada, sedación, bisturí, cortar, coser la armadura de piel y grasa y liberarlo de nuevo.

«Existen tres opciones –dice Valderrama-: repatriarlos sería la ideal, todos quedaríamos contentos, pero ya no es viable pues todos provienen de tres hembras y un mismo macho (‘El viejo’, su nombre), así que los problemas genéticos por endogamia eventualmente traerían consecuencias a la población nativa africana, que genéticamente está bien y tiene variabilidad. Estos individuos no aportan a la conservación de la especie a nivel mundial».

La segunda opción, que es en la que están y a la que le corre el tiempo en contra, es el confinamiento. Es lo deseable, pero tiene limitaciones. «La primera, por temas de bienestar animal no puede confinarse una población sin control reproductivo, traería hacinamiento, enfermedades y riesgos biológicos», explica Valderrama. Además implicaría tener un espacio suficiente para animales de hasta cinco toneladas, que derriban fácilmente las barreras, lo que demanda inversión costosa.

En 2009 esa fue la recomendación, pero a paso de tortuga las autoridades no hicieron nada. Entonces se fugaron algunos, por peleas entre machos y fue entonces el boom demográfico. Los riesgos para las poblaciones de pescadores empezaron a evidenciarse, además del inicio de su impacto para los ecosistemas de la región, que no están diseñados para soportar la carga de estos animales, sin depredadores, que comen pastos y más cosas, además de refrescarse felices en los ríos y humedales de la región. Como dijo un experto sudafricano que vino a analizar el caso: «Este es el cielo para los hipopótamos» y recomendó la vía de sacrificar a algunos y castrar a otros, como método de control sin llegar al sacrificio total.

Efectos en el ecosistema Lo que tan bien luce en las sabanas africanas, en Colombia es un desastre para el ecosistema, que además no cuenta con animales que pesen más de la mitad de lo que pesa un hipopótamo. Su comportamiento territorial hace que, además, se desplacen y vayan colonizando sin Dios ni ley, amenazando a manatíes y caimanes que usan los mismos ecosistemas. «Lo que más nos debería importar es el impacto ambiental», dice Valderrama. «Si bien socialmente tienen un impacto para los pescadores a los que persiguen y los afectan económicamente, la principal preocupación es la ambiental».

Estudio recientes señalan que los volúmenes de heces y el consumo de oxígeno en la zona muestran niveles menores por los excrementos y el orín, alterando la sedimentación y con un impacto notable ya. «En África es importante ese desecho orgánico porque fertiliza y su presencia en las dunas sirve para mantener los canales de agua vivos pues se entierran en el lodo y ayudan a que el sistema se mantenga despejado. Son motores ecológicos, pero en Colombia generan el efecto contrario», explica Carlos Valderrama..

SEPA MÁS Estamos hablando de unos 200 hipopótamos, casi la mitad de ellos machos hermosos, siempre listos para procrear, y un grupo de hembras que, en estas tierras colombianas frondosas encuentran más tranquilidad para ejercer la maternidad como Dios manda.

El capo y sus mascotas. EFE

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