El negocio millonario de la pesca del tiburón
Cien millones de tiburones son capturados cada año, sobre todo por sus aletas, pero la industria saca provecho de todo el animal: incluso con su piel se hacen galletas. Este negocio supone, además, una amenaza para todo el ecosistema marino.
Las mejores imágenes del fotógrafo Federico Borella son aquellas que no se le van de la cabeza cuando ya ha vuelto de sus viajes. Sin embargo, en su reportaje sobre la pesca de tiburones en Indonesia fueron otras experiencias sensoriales las que se le quedaron grabadas, y eso que regresó con un buen número de instantáneas impresionantes. «El hedor era indescriptible. Una mezcla de sangre, agua salada, entrañas de pescado y amoniaco -cuenta Borella-. Ese olor me sigue persiguiendo hoy. Una pesadilla».
Aquellos vapores tan penetrantes lo asaltaron cuando se bajó del taxi en el puerto de la localidad indonesia de Tanjung Luar poco antes del amanecer. Cuatro barcas se mecían junto al malecón; todas ellas, llenas de tiburones muertos.
Los pescadores usaban largos ganchos para sacar los cuerpos del agua teñida de sangre de las bodegas y alinearlos sobre el asfalto. Borella tuvo que contener las náuseas. A sus 36 años, Federico Borella acababa de renunciar a su puesto fijo como fotógrafo local del periódico Quotidiano Nazionaleen Bolonia. El viaje a Indonesia para conocer a los pescadores de tiburones era el primero de su nueva vida como fotorreportero freelance. Antes solía aprovechar las vacaciones para irse a fotografiar lugares lejanos. Las personas siempre estaban en el centro de sus trabajos. «Aquella era la primera vez que me centraba en fotografiar animales -como cuenta Borella-. Quería llamar la atención sobre el drama al que se enfrentan muchas especies de tiburones, amenazadas de extinción a pesar de las prohibiciones de pesca».
Según el ecólogo marino Boris Worm, investigador de la Universidad Dalhousie en Halifax, Canadá, cada año se capturan unos 100 millones de tiburones en los mares de todo el mundo. «Pero es algo que solo preocupa a pocos. Los tiburones son depredadores, tienen fama de peligrosos, de ser enemigos del ser humano -añade Borella-. Estos pobres animales no tienen ningún lobby que los defienda».
El fotógrafo italiano preparó su viaje con la ayuda de la organización World Wildlife Fund (WWF). En Indonesia no existe ningún tipo de prohibición que regule la pesca de tiburones. El país se cuenta entre los mayores exportadores mundiales y el puerto de Tanjung Luar es uno de los principales dedicados a esta actividad. «Todo el pueblo vive de la pesca de tiburones -dice Borella-. La economía de la región al completo está orientada a su explotación». Por eso, organizaciones como WWF intentan crear fuentes de ingresos alternativas para los habitantes y pescadores del lugar.
En solo una hora de aquella mañana en la que Federico Borella empezó su reportaje, hasta 120 tiburones sacados de cuatro barcas de pesca yacían alineados sobre el suelo del muelle.
La intención inicial del fotógrafo había sido enrolarse en una de esas embarcaciones, pero no lo consiguió. Para hacerle sitio a él, tendrían que haber renunciado a alguno de los pescadores que forman parte de la tripulación. Y ninguno de ellos es prescindible durante las tres semanas que duran las salidas de pesca. Todas las manos son necesarias para tender las enormes redes y luego recogerlas. «Una barca tiene que volver con al menos 25 tiburones -dice Borella-. Si no, no cubren los gastos de tripulación, alquiler, gasolina y el hielo que hace falta para conservar los ejemplares capturados».
La mayor parte del dinero la obtienen de la venta de las aletas, su precios varía en función de la especie y el tamaño.
En Tailandia, Vietnam y sobre todo en China se las considera una delicatessen. Pero los principales consumidores de carne de tiburón están en Europa y Sudamérica: Italia, Brasil, Uruguay y España (consumimos cazón, marrajo y otras especies) son los mayores importadores.
A las aletas de tiburón se les atribuyen, entre otros, efectos afrodisiacos. Esta creencia popular no cuenta con ningún respaldo científico, pero es casi imposible de erradicar. Su carne se sirve en ocasiones especiales y grandes celebraciones, como las bodas chinas, sobre todo en forma de sopa. Figura en la carta de algunos restaurantes incluso en lugares como Londres. «Puede llegar a costar 500 euros», asegura Federico Borella.
Los tiburones son descuartizados en la costa apenas se los desembarca. «Se aprovecha hasta el trozo más pequeño, de todo se saca dinero», afirma. En el interior de la isla se procesan las partes menos atractivas de sus cuerpos. Borella recuerda cómo miles de moscas volaban sobre las instalaciones al aire libre como enormes nubes negras. «Y el olor allí -añade- era mucho peor que el insoportable hedor del puerto».
El aceite del hígado, por ejemplo, se envasa en botellas. Hay quienes creen que es bueno para tratar el sida y el cáncer. Los huesos se muelen y el polvo obtenido se usa para elaborar medicamentos tradicionales. Con la piel hacen crackers para aperitivos. Incluso la carne más dura se aprovecha. «Los pobres de la isla la hacen a la brasa en brochetas», comenta Borella.
«Los tiburones son los depredadores más fuertes del mar y desempeñan un papel muy relevante en el equilibrio de las cadenas alimentarias marinas -explica Borella-. Tenemos que ser conscientes de que eso los hace enormemente importantes para la conservación del ecosistema. Un ecosistema que en Indonesia está sometido a una presión especialmente intensa. es uno de los países que, tras China, más contribuyen a la contaminación de los mares.
Saber más Los llamados tiburones grises son los que atacan al ser humano. Acechan como lobos. Se sienten los aletazos. Su piel fría roza el neopreno de los buzos. Dan miedo. Cuesta mantener la calma y continuar sujetando los focos o con la mirada en el visor de la cámara. Los latidos del corazón se disparan. Las piernas se encogen involuntariamente. Los músculos, en tensión, están preparados para bracear y patalear con fuerza para salir de allí.
Hasta ahora se creía que los tiburones grises se disgregaban al anochecer para cazar en solitario… Las potentes lámparas de los submarinistas han revelado, sin embargo, un espectáculo inédito: en las profundidades nocturnas hordas sobreexcitadas de escualos dan vueltas y vueltas en busca de nuevas presas.
Al caer la noche, cuando cazan en las tinieblas, desechan las precauciones y comienza una actividad frenética. Se acercan sin prevención ningunas a las personas.