Ciudad

La soledad en el toque de queda

Aunque para los indigentes las mañanas y noches suelen parecer las mismas, están seguros de que el coronavirus es un mal de salud que ha agravado sus vidas.

Fotos: Jorge Cruz/LD

Mientras muchos esperan la eliminación del toque de queda para disfrutar de las fiestas y compartir en familia, los indigentes le­jos de tener un hogar y, en su mayoría una familia, vi­ven cada día su propio to­que de queda sin ninguna protección al virus que no mira clases ni estatus so­ciales.

Cada noche, lejos de sentir una cama y un ho­gar, son los múltiples car­tones y bancos los dormi­torios de los necesitados que duermen en los par­ques, plazas, avenidas y techados de las calles de Santo Domingo.

Sin geles antibacterial en sus bolsillos, alcohol, uso adecuado de masca­rillas e incluso distancia­miento social son las con­diciones en las que viven día a día los indigentes en la Republica Dominicana, distantes a las festivida­des, navidad, familia e in­cluso sin llevar pendien­tes el cuidado que tanto se pregona para “sobrevivir al virus’’.

Entre semblantes caí­dos, tristes, preocupados e intimidantes suelen circu­lar los necesitados del po­lígono central de la capital dominicana, donde suelen centrarse en horas noctur­nas para dormir, “leer un li­bro”, arrinconarse e incluso algunos ejercer la predica­ción en horarios del toque de queda como parte de su rutina.

Muy poca compañía

El sonido del viento, algu­nos carros al pasar y uno que otros animales son la compañía de los indigentes en el toque de queda pero esto no siempre fue así, no solo el coronavirus los ha distanciado de la sociedad sino también los maltratos, el alzheimer, abandono y los giros de la vida que han hecho de las calles su hogar.

José Gustavo Almonte es uno de ellos. Hasta el 2005 era encargado de seguri­dad suprema en una com­pañía llamada Metropoli­tana pero al ser amputada una de sus piernas según informó al equipo del Lis­tín Diario, la compañía lo despidió y más adelante se vio afectado su proceso de pensión debido a un cam­bio de nombre que hizo la empresa.

Desde la amputación, Jo­sé duerme en la parada A de la duarte que conduce a San Cristóbal, allí se refu­gia al caer la noche cerca al destacamento de la policía. Se auspicia de comida y ce­na que suelen impartir co­munidades cristianas y en ocasiones los comedores económicos.

Al preguntar sobre su fa­milia dijo solo tener un hermano pero prefiere vivir sin un lugar fijo a ser humilla­do.

Esta es la realidad de muchas personas que viven en las calles como José. El problema es que estamos ante un virus que no hace caso omiso de ningún tipo.

José no posee mascari­llas, sólo una sombrilla ro­ja en su mano con la que se oculta del sol, y su silla de ruedas la cual coloca al la­do del banco donde se sien­ta para vender artefactos en el parque.

Asimismo, Luz Emilia viuda Méndez de 80 años perteneciente a Santiago de los caballeros, recuerda te­ner dos años viviendo en el parque Enriquillo donde se mantiene al frente del des­tacamento.

Para sobrevivir Luz ven­de toallas pequeñas y lo que pueda encontrar en caso de cualquier imprevisto.

‘“Yo vendo mis toallitas para buscármela’’, dijo.

Los moradores del lugar cuentan que Luz lleva más tiempo en los alrededores y que su familia la ha bus­cado e incluso se la llevado a casa pero termina retor­nando al parque debido a que presenta un trastorno mental.

“No quiero ser una carga”

Respecto a su familia, Luz Emilia dice tener cuatro hi­jos, una hembra y tres varo­nes, al ser cuestionada por el equipo de Listín Diario so­bre reintegrarse con su fa­milia dijo no querer volver a Bonao donde viven sus hi­jos porque no quiere ser una carga y prefiere ir a un asilo.

Prefiere un asilo

‘“Mi hijo venía a veces de Bonao pero no voy a vivir en casa ajena molestando, mejor voy a un asilo y me porto bien’’, expreso.

Mientras realizamos el reportaje, Listín Diario fue testigo de una evaluación a Emilia realizada por el Con­sejo Nacional de la Persona Envejecientes (CONAPE), tras la denuncia de una se­ñora en la zona al ver las condiciones en las que vivía en la calle.

Con su vestido negro, abrigo rojo, mascarilla, una mochila y dos bultos Emilia se fue contenta porque iría aun asilo donde le brinda­rían atención. A pesar del fi­nal de Emilia, esta no es la misma situación de muchos de los indigentes que se en­cuentran en el parque.

Yajaira, quién limpia el parque junto a otros compa­ñeros suele estar en el área a las 8 de la mañana y obser­va todos los días alrededor de 15 personas incluyendo ancianos y jóvenes en todo el lugar, sin protecciones y sin distanciamiento como una familia.

“Ellos son una familia en­tre ellos mismos’’, comento Yajaira.

Aunque para los indigen­tes las mañanas y las noches suelen parecer las mismas saben que el coronavirus y la pandemia es otra, y que ha cambiado sus vidas y las forma en las que se desarro­llan día a día, porque si antes vivían expuestos hoy el riesgo es mayor.

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