El mercedes que sedujo a picasso, a su fotógrafo y a la cúpula soviética

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Santiago De Gárnica CortezoMadrid, España

En 1945 la industria alemana del automóvil se encuentra totalmente destruida tras el conflicto bélico. Pero rápidamente llega ayuda económica tanto del Reino Unido como de los Estados Unidos que no desean abandonar a una Alemania arruinada, y por tanto potencialmente vulnerable en el plano político, en el umbral de la famosa guerra fría entre el Este y el Oeste. Así los fabricantes alemanes, con los medios que les quedaban, se pusieron nuevamente en marcha. En la aventura desaparecieron marcas como Borgward, Goliath, Gutbrod. Glas o DKW, pero otras afrontaron una ofensiva que les llevaría hasta convertirse en la referencia mundial que son hoy día.

En particular Daimler-Benz mostraría desde un principio sus ambiciones y potencial. Así tan solo nueve años después del conflicto, en el Salón del Automóvil de Nueva York la marca de la estrella presenta un coupé que con el tiempo se convertirá en uno de los grandes clásicos de la historia del automóvil. Se trataba del Mercedes 300 SL, un deportivo que marca una ruptura total no solo con el pasado sino incluso con sus rivales del momento entre los que destacaba el Jaguar XK 120. Así el 300 SL parecía más un caza de combate, rasgo acentuado por la peculiar forma de apertura de sus puertas que le valdrán el sobrenombre «Flügelturer» en alemán , «Gullwing» para los anglosajones, o de «Alas de Gaviota» por nuestros lares. Eso sin olvidar que el 300 SL escondía bajo su capó un soberbio motor de seis cilindros en línea dotado (y estamos hablando de 1954…) de un sistema de alimentación por inyección directa.

El fotógrafo

Las imágenes del 300 SL impactan, y sobre todo un reportaje muy especial de catorce páginas que aparece en la revista americana Sport Illustrated, bajo el título de «Los fantasmas de Sindelfingen». El protagonista es ni más ni menos que el 300 SL y las fotos, aquellas que unos meses atrás había contemplado el responsable de comunicación de Sindelfingen, llevan la rúbrica de nada menos que David Douglas Duncan.

«DDD» había nacido en Kansas City en 1916. Estudiante de arqueología en la Universidad de Arizona, su primera foto la tomó en un incendio de un hotel de Tucson; en la instantánea aparecía un hombre intentado de forma desesperada rescatar su maletín. Al día siguiente se enteró por los periódicos de que el fotografiado era el famoso gangster John Dillinger. Aunque sus fotos no se publican, sí entra como frelance en el periódico «The Kansas City Start», un paso que supondrá un giro de ciento ochenta grados en su vida.

Su fama se inicia con las fotografías realizadas en el frente durante la II Guerra Mundial, que le llevan a entrar en el equipo de la famosa revista Life. Más tarde sus trabajos sobre el final del Imperio Británico en la India, los conflictos de Turquía y Oriente Medio, en el frente de Corea o más tarde en la guerra del Vietnam le convierten en una referencia del fotoperiodismo a nivel mundial.

El pintor

Pero una de las facetas más características de Duncan se encuentra muy alejada de los escenarios bélicos. Hablamos de su trabajo como fotógrafo de Pablo Picasso (se lo presentó Robert Capa) en cuya casa de La Californie, cerca de Cannes, su presencia era habitual de ahí que las placas más personales y características del genial malagueño y de toda su familia van firmadas por el americano.

En 1956 Duncan, que se había enamorado dos años antes a través del objetivo de sus Leica, del fabuloso «Alas de Gaviota», recogía en la fábrica de Sindelfingen un impecable 300 SL negro que se convertiría a lo largo de cuarenta años y casi medio millón de kilómetros en un inseparable compañero y testigo de su nómada vida profesional por todo el mundo.

En 1959 emprendió un viaje desde el sur de Francia con rumbo a Moscú, donde estacionó su espectacular automóvil frente al Kremlin: alguno de los miembros del Politburó no resistió la tentación de sentarse en el coche de Duncan. A su regreso a Cannes, a La Californie, compartió el caviar ruso que había traído con Pablo y Jacqueline Picasso. El pintor, que no conducía, disfrutaba como un niño viajando de copiloto en el 300 SL por las carreteras de La Corniche, y son muchas las instantáneas de Duncan que dejan constancia de la admiración que sentía Picasso por el deportivo, del que siempre decía que algún día realizaría una escultura en bronce.

El encuentro

Precisamente a bordo de aquel Mercedes había llegado a La Californie un 19 de abril de 1957 un personaje muy especial en la vida de Picasso. Cuando el «alas de gaviota «se detuvo sobre la gravilla y abrieron sus características puertas, por una de ellas se asomó «Lump» un teckel nacido en Stuttgart. «Buenos días, amigo» dijo de inmediato Picasso al verlo, y hombre y perro se fundieron en un abrazo bajo la mirada estupefacta de Jacqueline; en la casa siempre hubo perros a los que no prestaba mucho interés el pintor, pero con «Lump» («Granujilla» en alemán) era evidente que se iniciaba una relación muy especial. Aquel día Picasso dibujó a «Lump» en un plato, tiempo después la gran envidia de coleccionistas. «Lump» era de Duncan pero el fotógrafo decidió regalárselo al pintor pues sus continuos viajes y un galgo afgano que tenía en su casa no le hacían muy feliz al cachorro. En pocos días La Californie ya era el feudo de aquel perro que corría entre los pies de Claude, Cathy y Paloma, o de Ives Montand, Simone Signoret y Luis Miguel Dominguín entre otros, mientras Duncan disparaba sus Leicas M3 personalizadas. Y además se convirtió en protagonista de muchas de las obras de Picasso; si observamos su colección de pinturas inspiradas en Las Meninas de Velazquez se puede observar que el mastín original situado en primer plano, es reemplazado por diversas versiones de Lump.

E inseparables hasta el final cuando, en el año 1973, perro y pintor dejaron este mundo al mismo tiempo.

Secuestro y rescate

Tres años después, en Holanda, el negro Mercedes 300 SL desaparece sin dejar rastro. Duncan contacta con la mafia y después de varias semanas y tras el pago de 12.000 francos suizos, su automóvil le fue devuelto perfectamente lavado y con el depósito lleno.

En 1996, ya con 80 años, Duncan decide abandonar la vida nómada que llevaba por sus obligaciones profesionales y regala su venerado 300 SL al hijo del artista, Claude, gran amante de los coches clásicos, a fin de que el SL «permaneciera en la familia». Claude Picasso continuaría haciendo un uso regular del Alas de Gaviota, participando en pruebas como la Mille Miglia Histórica

David Douglas Duncan fallece en 2018, a los 102 años, en su amada Costa Azul. Tras de sí dejará toda su obra fotográfica y unos treinta libros como «I Protest..! y «War Without Heroes», en los que se muestra muy crítico con la política gubernamental americana, o «Self portrait» de carácter autobiográfico.

Pero hoy y aquí, recordando aquellos días de Pablo, Jacqueline, «Lump» y el «Alas de Gaviota», recojo de mi estantería el pequeño pero maravilloso libro de fotografías de David Douglas Duncan, «My Black Gullwing; Picasso y Lump», un retrato íntimo y genial de personajes, de seres vivos y automóviles, simplemente irrepetibles.

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