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Sembrados en el Ozama, residentes vieron pasar a Luis Abinader

Helenny AmparoSanto Domingo, RD.

En casitas que parecen brotadas de la basura, el agua y la tierra a orillas del río Ozama, residentes del lugar vieron pasar el domingo al presidente de la República Luis Abinader.

“Yo bajé a la orilla del río a ver al presidente, eso estaba lleno de guardias pero lo vi con una cosa mamey arriba (refiriéndose al chaleco salvavidas que vestía el mandatario durante el recorrido). Yo lo vi sí”. Narró Kelvin Alexander de la Cruz mientras se quejaba de lo rápido que pasó.

El presidente Abinader duró poco más de una hora, pero 45 minutos de navegación bastan para confirmar lo que desde los puentes se puede apreciar: la contaminación y la vulnerabilidad en que se vive.

En el Ozama flota la inocencia de niños que juegan entre la basura, la desesperanza de jóvenes que se sientan en sus orillas acostumbrados al hedor que emana el río.

Desde el inicio y hasta el final del recorrido por el Ozama, realizado por el mandatario y repetido por periodistas del Listín Diario en compañía de la Armada Dominicana, la travesía se enmarca bajo un sol candente y escenarios que se contrastan y contraponen desde las zonas de El Dique y hacia La Esperanza.

A la vista se imponen embarcaciones enormes y las paredes como recién pintadas de lo que parece ser una fábrica. De repente, en el otro extremo luego del impacto de los rayos del sol, que enceguecen brevemente al reflejarse en el agua, aparecen entre las sombras la cruda realidad de vivir entre las aguas del Ozama.

En El Dique se inicia la travesía. Se trata de un barrio que limita con el río pero que se extiende hasta perder la vista formando una pendiente de casas de zinc y bloques de cemento.

Un primer vertedero, de los 77 que yacen sobre el caudal, da la bienvenida al siguiente barrio: Los Barrancones Abajo. Allí, los niños vuelan “chichiguas” sobre montañas de basura que suelen ser más firmes que el suelo que sostiene sus viviendas.

Alexandra Matos, madre de cuatro menores de edad, reconoce que “es un peligro” dejar que los niños jueguen sobre las montañas de contaminación y correteen entre un líquido oscuro que brota de los montones de basura.

Sin embargo, justifica -mientras carga a su hijo menor de 5 años y acaricia al de 10- que “no hay espacio de recreación y todo está muy pegado”.

Debajo del puente Juan Bosch se avista La Lila, otra pequeña comunidad donde sus moradores salen al encuentro de cualquier barquito y con resonante voz piden ayuda.

“Ayúdennos, sáquennos de aquí”, dicen a cualquiera que pase.

Como si ya no estuvieran lo suficientemente cerca del agua, los moradores de Los Tres Brazos, el siguiente barrio en la línea oriental del río Ozama, se las han ingeniado para elevar sus viviendas sobre el agua. Solo se ven los palos que salen del río en dirección vertical, no se puede identificar qué tan largos o fuertes son. La realidad es que con estos inician la construcción de sus casas.

Varias familias se han sumado a la riesgosa tarea de construir sus moradas sobre estas improvisadas estructuras de madera rodeadas por planchas agujeradas de zinc.

A simple vista la tarea de construir sobre el agua parecería descabellada e incomprensible.

Marvin Agüero, un joven de 32 años que ha vivido en el lugar toda su vida, explicó cómo el no tener donde vivir hace que “se las ingenien” para tener un techo.

Según Agüero, construir estas casas conlleva un proceso largo y trabajoso. Primero deben recolectar suficientes palos para ir a “sembrarlos” en el río, luego destruyen tarimas de madera para comenzar a darle forma a lo que sería el suelo.

Una vez terminada la primera etapa proceden a rellenar con piedras y todo lo que encuentren para luego fijarlas con una mezcla de cemento.

Otras de las formas a las que recurren los moradores de las orillas del Ozama para edificar sus viviendas sobre el agua es auxiliándose de las firmes montañas de basura que luego de cubrir con finas capas de caliche u otro material sirven como base para sus hogares.

En medio crece “La Esperanza”

Entre las aguas turbias y el escenario desalentador se impone un pequeño islote llamado “La Isla de la Esperanza”, este marca el punto donde se bifurcan los ríos Isabela y Ozama.

Y aunque su nombre sugiere una realidad distinta, el panorama es igual. Envases de productos ya descontinuados y otros objetos difíciles de identificar rodean a La Esperanza, que se pierde entre la maleza que allí crece sin control.

A pesar de que muchos ignoran su existencia, La Esperanza, con aproximadamente 330 metros de largo, está bajo la contaminación y el olvido.

En medio crece “La Esperanza”

Entre las aguas turbias y el escenario desalentador se impone un pequeño islote llamado “La Isla de la Esperanza”, este marca el punto donde se bifurcan los ríos Isabela y Ozama.

Y aunque su nombre sugiere una realidad distinta, el panorama es igual. Envases de productos ya descontinuados y otros objetos difíciles de identificar rodean a La Esperanza, que se pierde entre la maleza que allí crece sin control.

A pesar de que muchos ignoran su existencia, La Esperanza, con aproximadamente 330 metros de largo, está bajo la contaminación y el olvido.

Regreso

Después de bordear la ribera este del Ozama y dar la vuelta en “La Isla de la Esperanza” se avistan las casas del Simón Bolívar con enormes girasoles pintados sobre las paredes verdes ya descoloridas.

Ahora con dirección norte-sur, además de El Simón Bolívar, Las Cañitas, Gualey, Los Guandules y La Ciénaga aguardan en la ribera del Ozama.

La basura arropa la vista y se conjuga con las cañadas para generar un foco, hasta ahora incontrolable, de contaminación.

De las “cañadas” que dividen estas barriadas salen aguas residuales, heces fecales y para sorpresa de cualquier navegante, también niños que juegan en la zona.

Ignorando los conceptos de salubridad por el velo de la infancia, niños de entre 5 y 8 años entran y salen de las estructuras circulares destinadas para drenar residuos de todo tipo.

Las aguas del Ozama son oscuras; característica inamovible por años, pero entre La Ciénaga y Los Guandules han pasado a ser negras. Allí el agua burbujea producto del alto grado de contaminación, y se hace imposible ver el reflejo en ellas.

SEPA MÁS

Vertederos

Los vertederos son “interminables”. De 8:00 de la mañana a 4:00 de la tarde brigadas de la Dirección General de Dragas, Prensa y Balizamiento, de la Armada Dominicana, recorren las aguas del Ozama y La Isabela tratando de extraer la basura de los vertederos improvisados por quienes viven en sus orillas.

A la difícil tarea de reducir la cantidad de basura que llega al río se han unido fundaciones y organizaciones como Fundación Tropigas y la Fundación de Saneamiento Ambiental Comunitario (Funsaco).

Bajo la inclemencia del sol, como las fuerzas se los permiten con picos y palas las brigadas de Funsaco intentan diariamente penetrar en las montañas de basura.

Los residuos que se recolectan son recibidos por la Armada y depositados posteriormente en el vertedero de Duquesa.

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