Enfoque: alcoholismo
La venta de alcohol en Texas en tiempos del Covid-19
La regulación de venta, distribución y servicio de bebidas alcohólicas en Texas es célebre por su rigor, a través de la Comisión de Bebidas Alcohólicas de Texas. Sin embargo, la pandemia ha generado cambios y ajustes en dicha regulación, lo cual seguramente tendrá consecuencias, motivo de este enfoquesobre su propia obra literaria.
De los estados de la Unión Americana, Texas cuenta con uno de los organismos más estrictos para regular la venta, distribución y consumo de bebidas alcohólicas: la Comisión de Bebidas Alcohólicas de Texas (tabc, por sus siglas en inglés). Esta instancia, cuya sede se encuentra en Austin, ha funcionado con distintos nombres desde 1935, dos años después de que el gobierno federal dio fin a la llamada Ley Seca, que prohibía la producción, distribución y venta de alcohol en el país. La capacidad de legislar sobre esa materia le fue conferida a cada estado; Texas, de fuertes raíces conservadoras, desde un primer momento emitió un severo reglamento que regulaba la venta y consumo de toda la gama de bebidas que requieran alcohol para su preparación.
Con el correr de los años, la Comisión se ha vuelto más rigurosa en cuanto a requerimientos para permitir el comercio de alcohol. Como es de suponerse, los dueños deben tramitar el permiso para vender este tipo de bebidas. Pero eso no es todo: los involucrados en la venta de alcohol o que pretendan trabajar como meseros o cantineros, habrán de tomar un curso, aprobar un examen y pagar una certificación bianual que los autoriza a manipular en todos los sentidos los productos derivados del alcohol.
Hay que ser mayor de edad para poder solicitarlo. En el curso, que no es impartido por tabc sino por institutos independientes, se enseñan las formas de expender alcohol en Texas. Se hace hincapié en el cuidado que se debe tener cuando son menores de edad (según esto, es requisito indispensable pedir una identificación oficial, vigente y con foto para verificar la edad) o personas ya alcoholizadas las que intentan comprar la bebida. A grandes rasgos, se da una introducción de cómo calcular los grados de alcohol con que cuenta cada bebida y cuánto es lo que se puede vender a los clientes tomando en cuenta su peso, género, el tiempo en que tardan en consumir una bebida y si han ingerido alimentos o no. Muy penado es, o era, dispensar alcohol para llevar.
Muchos tópicos para una clase de dos horas, luego de la cual viene el examen. Todo el proceso cuesta unos veinte dólares. Con la llegada de internet el curso se puede cubrir en línea. Esto ha reducido los costos (unos diez dólares) pero ha propiciado algunos vicios, siendo el más común que el servicio se revenda por fuera: hay personas que ofrecen aprobar por otros cobrándoles cinco dólares. Muchos prefieren pagarlos que estar sentados frente a la computadora
tabc regularmente hace operativos, sobre todo con menores de edad, a los que envía a bares y restaurantes a pedir alcohol. Muchos han caído y, con la promesa de una buena propina, sirven las bebidas y se vuelven criminales, según la ley, y se les imputan multas y cárcel, así como la pérdida de su certificación y su trabajo.
Algunos grupos civiles, integrados por familias en cuyo seno ha habido muertos y accidentados por la ingestión de alcohol, han presionado al gobierno para que sea inflexible con los responsables de estos percances. Hasta hace poco,
cuando el cliente no aceptaba las disposiciones e insistía en seguir bebiendo, el empleado tenía que involucrar a los gerentes y, de ser necesario, al dueño del local. Si el conflicto no se resolvía, había que llamar a la policía y los uniformados se encargaban. Hace poco más de una década, luego de que un joven ebrio murió en un accidente en el que aparentemente no había culpable porque el muchacho impactó su auto contra un árbol, la madre exigió que se castigara a quien le había proporcionado las bebidas. Los propietarios de bares y restaurantes fueron señalados, pero se defendieron. Alegaron que en muchas ocasiones ellos ni siquiera están presentes a la hora de la venta de alcohol; entonces, no se les podía acusar de nada. La responsabilidad recayó en el que quizá sea el eslabón más frágil de la cadena: los meseros y cantineros. Actualmente, si alguien bebe y se accidenta, el responsable es el último que puso una bebida a su disposición, lo cual es arbitrario y hace que paguen justos por pecadores. Los meseros ganan alrededor de dos dólares por hora y dependen de las propinas para subsistir. Es uno de los trabajos que los gringos no quieren hacer. La mayoría son ilegales, una acusación les acarrearía graves problemas.
Ahora bien, cuando Greg Abbot, gobernador del estado, anunció hace unas semanas la reapertura al veinticinco por ciento de su capacidad, de bares y restaurantes, también emitió un edicto que autoriza a vender alcohol para llevar a la casa con el pretexto de que así será más fácil y rápida la recuperación económica. Con esto, de un plumazo, dio fin a reglas que tenían visos de legendarias, no por su aceptación sino el tiempo que tenían funcionando.
La semana pasada, en su cuenta de twitter, el político escribió que la venta de alcohol para llevar continuará durante mayo y, con un dejo de alegría, agregó que por lo que le han comentado sus gobernados, esta práctica puede seguir por siempre. Hay quienes están contentos con la medida y hasta ahora los detractores no se han manifestado.
¿A quién se culpará cuando empiecen los accidentes que esta medida genere?