La difícil vida de los indigentes debajo del elevado de la avenida 27 de Febrero
Sus mascarillas están desgastadas y sucias en unos rostros que reflejan la miseria de tener como refugio para dormir uno de los principales elevados de la ciudad de Santo Domingo, en pleno toque de queda.
Y es que el temor de ser desalojados por las autoridades es más grande que el que le tienen al propio virus, ya que tirados en el suelo, en sus camas improvisadas de cartón y cubiertos de sabanas viejas, llenas de polvo, se puede observar a alguno de ellos dormir profundamente, mientras que otros al percatarse de que cualquier persona puede invadir su espacio se ponen en alerta sin pasar a mayores.
Algunos de esos indigentes han sido vistos durmiendo debajo de los elevados antes de la amenaza del coronavirus (Covid-19) en el país, debido a varias circunstancias que los condujeron a quedarse sin opción de tener un techo o una familia a la cual recurrir.
En un recorrido realizado por reporteros de Listín Diario un lunes cualquiera dentro de esta pandemia, se constató que la mayoría de esas personas son adultos mayores con edades entre los 40 y 75 años de edad.
Pese a estas personas estar aislados de los lujos y la tecnología, están informados de la amenaza de un enemigo invisible que enferma a los dominicanos y que obliga a mantener la higiene dentro de las posibilidades para evitar el contagio.
Las circunstancias que llevaron a esos hombres a vivir debajo de ese elevado son variadas.
Sus razones
“A veces la situación... uno coge la calle, ¿tú me entiende?”. Esta es la corta explicación que ofrece a reporteros de este medio un indigente que dice llamarse “Leonardo” y que vive debajo del referido elevado desde hace más de un año.
Comentó que nació en el sector capitalino Cristo Rey, y que tras sus andanzas terminó en los alrededores del Ensanche Miraflores con la compañía de otros indigentes con una situación igual o peor a la suya.
A diferencia de Leonardo, un señor de 54 años llamado Rafelito Martínez, dijo haber nacido en un campo del municipio de Villa Altagracia, en la provincia San Cristóbal (al sur del país), y que lleva más de dos años viviendo en ese lugar.
Explicó que siendo joven decidió viajar a Santo Domingo en busca de un mejor porvenir para su familia, pero dice que las “cosas no salieron como esperaba”.
Rafelito Martínez, con la mirada perdida y sentado en su cama de cartón, dice sentir vergüenza de que en algún momento su familia se entere de la situación en la que se encuentra y que al final no logró ayudarlos.
Además, confesó haber procreado dos hijos, de los cuales uno falleció cuando apenas era un niño y el otro en la actualidad tiene 25 años de edad y vive junto a su madre en un pequeño campo del referido municipio.
La parte hostil
Así como Leopoldo y Rafelito hay otras personas pero con situaciones distintas de abandono y marginalidad más marcado. Son personas que al hablar mostraron agresividad y demanda de atención por parte de las autoridades del país en atención a su situación ya que pregonan a toda voz la falta de alimentación antes y durante el azote del Covid-19.
“Es hambre que estoy pasando y nadie pasa por aquí a quitarme el hambre… Estuve preso por una semana en Los Mameyes y aquí estoy sin nada”, enfatizó un señor que se identificó como “Carlos”, quien dijo no tener un lugar específico donde dormir.
Además, dijo vivir de la venta de metales y de recoger escombros de las vías.
Leonardo indicó que la mayor parte del tiempo se la pasa visitando las diferentes casas para recoger la basura para luego recibir 50 o 100 pesos dominicanos que les servirán para comer.
Rafelito señaló hacer lo mismo pero con la diferencia de que se pasa la mayor parte del tiempo buscando alimentos en la basura para comer o para su uso personal.