La República

Duquesa

Se hunden entre la basura de Duquesa para sobrevivir

Martín AdamesSanto Domingo, RD

El hedor, el ruido y el sofo­cante calor que se genera en el centro del vertedero a cielo abierto de Duque­sa, sólo parecen molestar al que no ha estado allí.

Cientos de haitianos y decenas de dominicanos que “bucean” diariamen­te a allí, han hecho entre lomas de basura un hábi­tat y un medio de subsis­tencia.

Listín Diario penetró al centro de Duquesa, para constatar uno de los me­dios de vida más margina­les que puedan existir.

En medio de la basura trabajan, comen, descan­san y hasta se recrean, pe­se a que para ellos resulta normal ese modus viven­di. La insalubridad y los riesgos a que se enfrentan haitianos y, en menor pro­porción, dominicanos que viven del vertedero de Du­quesa, donde se produjo un incendio que se prolon­gó por casi un mes. El ver­tedero ya inició su reaper­tura.

Mantenerse fuera de la ruta de los camiones que cada minuto llegan a ver­ter sus desechos desde dis­tintas partes de la capital no es una opción, sino la garantía de permanecer vivos. Estos vehículos pe­sados no se detienen, sus choferes tienen el tiempo contado para tirar la basu­ra y marcharse.

Los “buzos” esperan la llegada de los camiones y tras abrir las compuer­tas, se lanzan a extraer las cosas de mayor valor, los plásticos y metales princi­palmente, para luego ven­derlos.

Buscan uno que otro cal­zado, prenda de vestir o ar­tículo del hogar utilizable y mercadeable. También hurgan en la basura latas y botellas a fin de “inter­cambiarlas” por un par de pesos. La faena es terrible, riesgosa y cansona.

“El hierro se vende por kilos”, explicó a Listín Dia­rio un “buzo” que iba con un pesado saco al hombro, tras terminada su jornada.

Los que se agotan tratan de descansar sobre lomas de basura más pequeñas y menos húmedas.

Esta actividad involucra tanto a hombres, mujeres como a niños, incluso hasta adultos mayores compiten por hallar lo mejor, en una lucha constante por reco­lectar cosas de valor. Quien resulta más hábil gana más.

Ese afán de búsqueda y recolección en Duquesa ha generado riñas con saldo de hechos sangrientos, se­gún confesaron.

Llamó la atención una jo­ven que sonreía por lo que acababa de encontrar. “Es­tos ta’ bueno”, dijo en pre­cario español cuando se le preguntó por los paquetes de pelo que encontró, el probable desecho de algún salón o peluquería.

Entre el vertedero seguí hurgando, montañas de basura parecían más inter­minables que los camiones que entraban y salían. Una “industria” que no para.

Continuó el recorrido hasta llegar al “área de co­mida”, ubicada en el mis­mo centro del vertedero, pero se distinguía por tener una especie de orden.

Varias señoras bajo pa­raguas que disminuían los rayos del sol, y sentadas en bancos o sillas, vendían diferentes alimentos a su clientela. Cientos de traba­jadores informales que de sol a sol laboran en el ver­tedero.

Yaniqueques, yuca, plá­tanos y huevos hervidos predominaban en el menú a precios desde 15 y 20 pe­sos, pues los clientes no son muy remunerados por la “industria” para la que tra­bajan.

El huevo y el arenque eran las principales compa­ñas, según se pudo obser­var, y para completar la die­ta también se ofrecía dulce de leche, cuyas porciones cuestan 5 y 10 pesos.

Los derivados de la hari­na, junto a una especie de bollos de yuca, componían el principal carbohidrato de la dieta, mientras que el huevo y el arenque las prin­cipales fuentes de proteínas.

No es de extrañar que para tan fatigante jornada, haya que comer este tipo de alimentos en importan­tes cantidades, desplazarse a otro sitio era menos via­ ble, y los hace correr el ries­go de perder un “buen ca­mión”. Básicamente esa es la razón por la que comen ahí mismo, según explica­ron.

En cuanto a las bebidas, la oferta está compuesta por funditas de agua y re­frescos, guardados en ter­mo-neveras de diferentes tamaños que, pese al terri­ble calor, cumplen su objeti­vo y los mantienen frescos.

Las preguntas y los equi­pos del Listín Diario pa­recían intimidarlos, no acostumbran a ver allí a desconocidos, entre timidez y risas expresaban sus es­cuetas respuestas, mientras hacíamos un esfuerzo por entenderlas. Otros tenían una actitud más coopera­dora, e incluso se ofrecían como guías, traductores e instructores de lo que que­ríamos averiguar.

Así se vive en Duquesa, donde las ONG, agencias e instituciones que imple­mentan políticas para erra­dicar la pobreza, la margi­nalidad y la migración, no parecen llegar.

La insalubre y precaria forma de subsistencia no es de gran preocupación para ellos, es lo que saben hacer, y muchos es lo único que han visto, pues han abando­nado las escuelas para unir­se a estas labores junto a sus padres, mientras otros ni si­quiera cuentan con la docu­mentación para estudiar o ejercer otro oficio.

Entre las pocas horas que duramos allí, casi resulté herido por pisar maderas con clavos. Pensé entonces en ellos que caminan diaria­mente por más horas.

POBREZA Un mundo de precariedades

Sustento.

Estiman que a diario los “buzos” pueden conse­guir entre 500 y 1000 peso dependiendo de la suerte que trajera el día.

Hábitat.

Dentro de Duquesa hay una vida oculta en la que se sobrevive.

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