Reportaje

La vida en los barrios regresa a la rutina

Los vecinos de Villas Agrícolas ya lucen inmersos en sus actividades cotidianas.

Los vecinos de Villas Agrícolas ya lucen inmersos en sus actividades cotidianas.

Una ligera modificación a la frase que inmortalizó el locutor y filósofo popular, Manuel Antonio Rodríguez (Rodriguito) en su programa radial de la década de los 50 del siglo pasado “El informador policiaco”, retrata la actual realidad de los barrios en medio de la pandemia por el nuevo coronavirus (Covid-19): La vida ha retomado su agitado curso.

LISTÍN DIARIO decidió hacer el ejercicio de observar el día a día en un barrio de la capital, para lo que eligió el sector Villas Agrícolas, donde según denunció el pasado 12 de mayo el cardiólogo Pedro Ureña, se ha detectado una alta cantidad de casos positivos del virus.

En ese sector de la zona norte de la capital el desplazamiento de las personas casi roza la normalidad desde las primeras horas de la mañana hasta el inicio del toque de queda impuesto por las autoridades para contrarrestar la expansión de la pandemia.

Los primeros en romper con la quietud del toque de queda que se extiendía hasta ayer desde las 5:00 de la tarde hasta las 6:00 de la mañana del día siguiente son los vendedores de víveres, vegetales, frutas y otros rubros agrícolas que adquieren previamente en el Mercado Nuevo de la avenida Duarte.

La mayoría se desplazan por las calles del sector en triciclos dotados de bulliciosos altoparlantes. Hacen paradas en lugares estratégicos, donde son abordados por los moradores del barrio, con quienes interactúan y regatean precios, tengan o no mascarillas.

“La gente tiene que salir a buscar los cuartos (dinero)”, expresa un comerciante haitiano mientras acomoda en una camioneta “platanera” artículos que temprano adquirió al por mayor en el Mercado Nuevo, donde la presencia de compradores y vendedores luce igual que en cualquier día anterior a la subida de contagios por el virus en marzo pasado.

A unos dos metros de distancia, un vendedor de cocos de agua también oriundo del vecino país, cuenta que rompió la cuarentena hace dos semanas porque tiene hijos que mantener y el alquiler de una casa que pagar.

“La necesidad tiene cara de hereje”, a esa expresión tan usada por una persona que enfrenta una situación apremiante sin importar los riesgos, apelan algunos moradores para justificar por qué la mayoría de los habitantes del barrio ha salido de la cuarentena, pese a lo que significaría contagiarse de un virus tan letal.

Ana Silvia Brador, de 58 años, hipertensa y prediabética, sin importar esas tres condiciones de riesgo, sale cada día a comprar comestibles y a limpiar casas de familia, ya que es madre de tres hijos y tiene cuatro nietos, una especial, por quienes debe velar.

“Si me paro me caigo muerta con todo y muchachos”, exclamó Brador, quien también hace diligencias a personas con problemas de movilidad, una manera de aportar en estos tiempos de pandemia.

Escenas comunes en el barrio son las conversaciones en grupos frente a las viviendas o cualquier negocio, incluso sin las mascarillas recomendadas por las autoridades para evitar contagios, así como el desplazamiento por las vías en actividades cotidianas, salir a tomar aire o simplemente para mitigar los efectos del confinamiento.

Preocupados

Quienes han decidido observar el aislamiento consideran preocupante que la mayoría de los moradores no asuma igual actitud. “En el día la gente se mueve con normalidad. En el toque de queda hay personas que tampoco respetan, eso es algo que las autoridades no han observado”, precisó un lugareño de la calle Moca.

Mientras, Katherine Ynfante lamenta que la mayoría en el barrio asuma con irresponsabilidad las medidas restrictivas adoptadas por el gobierno.

“Es un poco cuesta arriba saber que tú estás cumpliendo con las medidas normativas y que otro grupo no está respetando el distanciamiento social. Me ha impactado mucho ver a gente salir a las calles después del toque de queda, ver que las personas no respetan a las autoridades”, añadió la empleada privada con dos meses suspendida en su trabajo, pero que aun así ha guardado rigurosamente la cuarentena.

Piden operar

Pero mientras los vecinos circulan por la calles del sector sin ninguna restricción, entre los propietarios de micro, pequeños y medianos negocios hay un solo grito: Que se disponga la reapertura de la economía.

El barbero Roberto Francisco considera que su negocio ya puede comenzar a brindar servicios con las medidas preventivas de lugar. Del inmueble que usa como vivienda y local comercial ya adeuda tres meses de alquiler que deberá saldar con un préstamo cuando se reabra la economía. “Yo a veces abro un ratico, pero cierro otra vez por temor a la Policía. Cuido a mis clientes y me cuido yo, contrario a mucha gente que veo en las calles reunidas conversando hasta sin mascarillas”, dijo al criticar que la cotidianidad siga en el barrio, excepto para algunos negocios.

A Odalis de la Rosa, propietario de colmado que lleva su nombre, le afectó mucho la noticia de que en Villas Agrícolas hay una elevada cantidad de contagiados por el nuevo coronavirus. “La clientela ha bajado bastante desde que dijeron que Villas Agrícolas y Villa Juana se han convertido en el foco de la epidemia en el Distrito, pocos compradores y vendedores vienen a la zona”, añadió.

Felipe León, propietario de un taller de herrería, lamentó que la factura eléctrica le llegó más cara pese a que su negocio tiene dos meses en que solo ha tenido algunos “picoteos” dando puntos de soldadura.

“Si la gente tiene libertad de 6:00 de la mañana a 5:00 de la tarde, puede moverse sin restricciones, por qué los negocios no pueden estar abiertos tomando precauciones para poder generar recursos”, reflexionó el herrero, quien opera su negocio desde hace doce años en Villas Agrícolas.

El movimiento de peatones y vehículos solo comienza a mermar en ese sector de la zona norte cuando se acerca el horario del toque de queda.

Casi al filo del mediodía de esa mañana en Villas Agrícolas, Ana Silvia Brador ya tenía su ropa secando al sol en la verja de su casa en el segundo nivel. En la acera, un niño pedalea sudoroso en su bicicleta y casi choca a un vendedor de fracatanes que interrumpe una animada conversación entre dos transeúntes para invitar a tentar la suerte.

A menos de un metro, en la calzada, el altoparlante de un vendedor rivaliza con la bocina del propietario de una yipeta. “Ají cubanela, tomates Barceló, a dos pesos guineos maduros, marchanta cuanta cebolla roja”, se oye por un lado. “La calle es una selva de cemento, y de fieras salvajes cómo no”, resuena muy cerca en el yipetón la salsa “Juanito Alimaña” de Héctor Lavoe.

La cotidianidad ha vuelto a los barrios.