La República

Entrevista: Fernando Savater

En un país que valora el PIB y no la cultura, el producto interior será cada vez más bruto

JESÚS GARCÍA CALEROMadrid, España.

Hablar con Fer­nando Sava­ter (San Se­bastián, 1947) siempre es un lujo. En estos días de pande­mia y confinamiento, todos valoramos mucho el contacto con lo que nos hace más lleva­dero el encierro. La cultura, los libros, el cine, todo nos ayuda, como la tecnología, a no caer en el hastío.

¿Qué papel tiene la cultura, esa trama de referencias y re­laciones, en nuestra actual si­tuación de aislamiento? Yo siempre he dicho que lo que diferencia a una persona culta de una persona inculta es que las personas cultas necesi­tan mucho menos dinero para pasar los fines de semana o las vacaciones. El inculto es co­mo esos países que tienen que importarlo todo. Alguien culto disfruta con cosas económicas, como son los libros, o la músi­ca, etcétera, que no son ni mu­cho menos las cosas más caras que hay. Pero además de eso es que la persona culta es capaz de crear cosas.

—¿Crear?

—Claro, en un paseo va creando el paisaje, va sacando cosas de lo que lee, reflexiones sobre lo que vive. La palabra poeta significa creador. Uno no puede hacerse más grande más que por dentro. Uno no puede ocupar más espacio físi­co, pero uno por dentro sí pue­de ampliarse. Hay personas que dentro de sí mismas viven en habitaciones suntuosas, magní­ficamente amuebladas. Y eso es lo más importante, que el aloja­miento interior esté bien amue­blado, bien ventilado, que sea amplio, para poder dar grandes vueltas por ahí. La cultura es eso lo que nos da.

—La tecnología se ha de­mostrado como un elemento muy positivo. —Por supuesto. La gente que acusa a la tecnología es boba. La cursilería o el esno­bismo de todos esos que dicen «yo no me compro un ipho­ne», «yo veo nunca la televi­sión»... son tonterías. Todo se puede utilizar mal, tam­bién los libros se pueden uti­lizar mal. Las tecnologías nos abren una capacidad asom­brosa de datos, de recuerdos, de la posibilidad de buscar… Es tan rico que no se puede resumir.

«La cultura que el Estado tiene que defender y prote­ger es la cultura de la demo­cracia» —¿Qué le parece que mú­sicos y escritores ofrezcan sus obras por redes?

—Han abierto un ágora ex­traordinaria, todos vivimos ahí, comunicados gracias a es­tos mecanismos. Imagínate tú todo esto del encierro si no tu­viéramos la posibilidad de co­municarnos con los demás. En fin, si tuviéramos que mandar cartas, ahora que hasta han sus­pendido el servicio de correos. No quiero ni imaginarlo. La tec­nología actual es una aliada ex­traordinaria de la cultura.

—¿Está bajo amenaza la globalización? —La amenaza existe por­que los aspectos positivos de esa globalización están he­chos por personas, y si esas personas están confinadas, enfermas, eso empeora. La globalización no tiene piloto automático, salvo en sus as­pectos menos interesantes, menos positivos. En los aspec­tos positivos somos las perso­nas las que estamos aportando los contenidos, las creaciones nuevas, las vinculaciones más originales…

—Dicen que las dictaduras manejan mejor esta crisis. ¿Está en cuestión el estándar de libertades europeo? —Siempre hemos sabido que hay una vinculación negativa, que cuando sube una baja otra, entre la libertad y la seguridad. Todos aceptamos una serie de restricciones a la libertad porque la seguridad es una parte impor­tante que funda la libertad. En el fondo creemos que somos libres si estamos en una situación de perfecta seguridad. Lo que hacen los autoritarios es decir «no le va a pasar a usted nada, salvo lo que le haga yo». La persona que vive en un mundo libre tiene cientos de amenazas posibles, peque­ñas pero posibles, a su alrededor. El que vive en una dictadura, en cambio, no tiene más que una, pero muy grande, que es el pro­pio dictador. Hay países asiáticos en los que se está llevando el control hasta el punto de que la persona está cada vez más atrapada y sobre todo tiene menos margen de invención personal, porque todo está determi­nado desde el exterior.

—¿Esto va a cambiar la forma de relacionarnos físi­camente? —Seguro. Pero a lo largo de la historia ha habido mu­chas pestes y muchas epide­mias y no han acabado con el hecho de que los seres hu­manos sigan asistiendo a ac­tos públicos. Tampoco exage­remos. Si no acabaron con el teatro griego tampoco debe­rían acabar con el actual… Y en la Edad Media hubo una peste terrible y la gente siguió reuniéndose en las iglesias.

—Alemania, que en 2008 no hizo recortes culturales, proclama que la cultura es estratégica. En España to­davía no hemos hecho na­da así. —Yo creo que, primero, en un estado democrático e ilustrado, como queremos ser los estados europeos, la cultura evidentemente tiene que ser un sector prioritario, de los fundamentales. Fran­cia siempre ha tenido una es­pecie de interés fundamental por la cultura, y protege a los escritores, protege a los crea­dores. Eso es una señal de ci­vilización. Que en un país so­lo se valore la fabricación de máquinas o solo se valore el PIB y no la cultura... Pues bueno, en efecto el produc­to interior será cada vez más bruto.

—¿Y en España hay esa mentalidad de protección de la cultura? —Pues no, yo creo que no lo hay. Y además no lo hay con un agravante: se ha crea­do un uso folclórico-naciona­lista de la cultura. La cultura se utiliza fundamentalmen­te en cada una de las auto­nomías como mecanismo de refuerzo político de identida­des más o menos supuestas. En fin, para reforzar un po­co la diferencia con los de­más, cuando la cultura, preci­samente, tiene la función de acercarnos a los otros y dar­nos cuenta hasta qué punto todos los humanos comparti­mos cosas. La humanidad es una tarea común. En cambio, aquí, en España, hay un uso diacrítico de la cultura: para separarla de las demás y de­cir «la cultura mía es así».

—Nadie se ha preocupa­do por construir en España una cultura común. —La cultura que el Estado tiene que defender y prote¬ger es la cultura de la demo¬cracia. Igual que la identidad que es importante en estos países es la democrática, no la territorial. El problema es que no se ha creado una idea de qué es ser un ciudadano demócrata en nuestro país. La idea de ciudadanía no se entiende, y eso es quizás el fallo mayor de la cultura de¬mocrática.

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