La Vida de los Centenarios
“Yo me pregunto de qué estoy hecha, ni la cabeza me duele”
A las 11 de la mañana, del lunes 13 de enero, doña María Yolanda Vargas hojeaba un álbum con las fotos de su cumpleaños número 100, en la galería de su residencia, en Lucerna, Santo Domingo Este.
Estaba sentada en una mecedora, aguardando por la entrevista, encantada de contar sobre sus vivencias y el secreto de su longevidad.
Mientras miraba las fotos, se preguntaba a sí misma por qué habrá durado tanto tiempo. Y de inmediato comenta: “Será una bendición del Señor, como soy tan católica, y será también por lo que uno come”.
A veces ora en su habitación y le pregunta a Dios cuándo es que se la llevará, en referencia a la muerte, al exclamar que “¡tengo años arriba compai!”. Pero recalca que está viva porque es muy devota, y que gracias a Dios ni la cabeza le duele. “Por tener tantos años debería dolerme aunque sean los huesos. Y yo me pregunto, de qué estoy hecha, que ni la cabeza me duele”, reflexiona.
La clave de su larga vida no solo radica en su fe cristiana y en la alimentación, sino también en los ejercicios físicos, pues cuando vivió en Nueva York, Estados Unidos, donde trabajó por mucho tiempo como operaria de máquinas de coser, mantuvo el hábito de ir a gimnasios, aunque estuviera cansada del trabajo.
“Hacía ejercicios para no perder la forma. Yo tenía muy buena figura”, subraya. El 27 de febrero cumplirá 103 años, y se mantiene delgada.
Come con comedimiento, prefiere las ensaladas, las frutas y pollo al horno.
Con orgullo contó que en Santiago, donde nació y se crió, en el sector La Joya, les cosía a familias ricas, alternando por semana. Cuando se trasladó a Estados Unidos y vio que le pagaban en dólar y mucho dinero, se quedó allá. Después de pensionada se radicó en Lucerna, donde compró una casa. Allí vive junto con su hija Carmen Cruz Vargas y su nuero José Madera, quienes también decidieron retornar al país para ocuparse del cuidado de María.
Matrimonio
Doña Nana contó que solo tuvo un novio, Juan Cruz, de quien se enamoró porque era buenmozo.
Para demostrarlo, pidió a su nuero que le buscara un retrato que tenía colocado en la sala. Pero, comentó que las mujeres solían chismosear diciendo que el joven no se casaría con ella por ser blanco y ella de piel oscura.
“Pero me llevó a la iglesia y se casó conmigo”, enfatiza con orgullo.
Su matrimonio fue estable hasta que su marido empezó a tener el vicio del alcohol, y a ella no le gustaba y le llamaba la atención.
“Yo lo puse a elegir, o yo, o la botella de ron, y él dijo que la botella de ron”, rememoró. Sin embargo, afirma que la trató como a una reina. Sostiene que antes no se veía a los hombres maltratar a las mujeres, ni feminicidios. “Los hombres querían mucho a las mujeres, y andaban con ellas de las manos”.
Compara la crianza, destacando que las mamás cuidaban más a sus hijos, sobre todo a las hembras, pero ve que ahora es un desorden.
Cuestiona las relaciones amorosas de los jóvenes de ahora y critica también que hay adolescentes que ya andan con un muchacho al hombro, porque paren temprano. Aconseja a los jóvenes que estudien, porque hay que prepararse en la vida, porque aunque ella llegó solo a octavo curso, dijo que duró 4 años estudiando costura y que con eso pudo continuar manteniendo a sus hijos, a los que llevó a Nueva York.
Le gustaba bailar. Pertenecía a una logia.
Después de la entrevista, mostró los muebles de mimbre que le regaló su marido cuando se casaron, que aún conserva en la sala. Ella quedó con deseos de seguir conversando, por lo que al despedirnos nos preguntó: “¡¿Y por qué se van tan pronto?!”.
CLAVES
Oficio
Fue modista desde los 17 años y trabajó en Santiago, donde estudió costura, y en Nueva York, Estados Unidos, en varias empresas como operadora de máquinas. Está pensionada. Ya no cose.
Salud
“No me duele nada”, afirmó. Habla con voz enérgica y lucidez. Por la edad, necesita un bastÚn para caminar. Solo toma medicamentos para controlar la presión arterial.
Noviazgo
Duró alrededor de 5 años de noviazgo, porque, dice, había seriedad y respeto. “Antes la visita del novio era por hora, nos sentaban con las caras opuestas, uno para un lado y otro para el otro, y mi mamá en una mecedora con un reloj hasta que el novio se fuera”, narró con tono risueño. Se daban un beso en la puerta, al despedirse, y corriendo.