Enfoque
Inteligencia artificial, regulación y derechos fundamentales
El pueblo de Hanover, ubicado en el condado de Grafton, New Hampshire, en Estados Unidos apenas tiene 12 mil habitantes.
En el verano de 1956, cuando República Dominicana sucumbía bajo la mano de hierro del dictador, aquella diminuta ciudad sirvió de anfitriona a un grupo reducido de científicos que, en la Universidad Dartmouh, sentó las bases conceptuales de la Inteligencia Artificial (IA), en aquel resonante evento denominado “Dartmouth Summer Research Project on Artificial intelligence”.
Asistieron John McCarthy, representando a Dartmouh College; Marvin L. Minsky, un prestigioso científico de la Universidad de Harvard y del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que escribió el trabajo fundacional sobre las redes neuronales artificiales; Nathaniel Rochester, de la Corporation IBM; Claude E. Shannon, de Beli Telephone Laboratories, y Alan Turing, que no solo fueron los artífices de aquella memorable conferencia, sino que ese grupo ecléctico creó los conceptos depurados para el desarrollo de los robots que imitan la inteligencia humana.
De eso se trata la inteligencia artificial: de máquinas que simulan la inteligencia del hombre por medio de distintos software y hardware. No ignoro que antes que ellos, incluso previo al nacimiento de Jesucristo, ya se había teorizado sobre la mente humana y su manipulación artificial.
Sin embargo, la Cuarta Revolución Industrial, que finalmente ha traído todos los avances que conocemos (y aquellos que desconocemos), enfrenta grandes desafíos en estos tiempos, pues como ocurre en todas las etapas de cambios de la Humanidad, las nuevas tecnologías ganan la carrera a la regulación y el orden.
Al cambio abrupto y radical que vivieron, las generaciones que nos precedieron también experimentaron momentos de dudas respecto de la conveniencia de las innovaciones tecnológicas. Hay, empero, la certeza científica del beneficio que aporta al desarrollo de las sociedades las innovaciones tecnológicas bien manipuladas, en provecho de los seres que habitan el globo.
No son solo máquinas y sistemas inteligentes conectados cuyo alcance representan los mayores avances que haya experimentado la Humanidad en toda su historia, sino que la actual revolución industrial la hace diferente a las que le precedieron.
El mundo dispone hoy, por ejemplo, de secuenciación genética, nanotecnología, energías renovables, computación cuántica, robótica, de sistemas de fabricación virtuales y físicos.
La velocidad y el nivel de rendimiento que está teniendo la innovación tecnológica a escala global son impresionantes. Los Estados están a la zaga para regular y ordenar la casa, a los fines de evitar que mentes malignas- no importa si son delincuentes, empresarios o políticos sabichosos- no encuentren limitaciones al momento de querer emplear esos adelantos en detrimento de la gente.
La Inteligencia Artificial, en las democracias como en los regímenes autoritarios, tiene que estar al servicio de las buenas causas, de los anhelos de los seres humanos para el desarrollo de sus capacidades, la mejora de su calidad de vida, la convivencia pacífica y el respeto de sus derechos.
En mi trabajo anterior titulado “Vigilancia masiva y el derecho a la privacidad” refería sobre las cámara de reconocimiento facial y de otras tecnologías que sirven a los Estados, especialmente a los organismos de inteligencia para vigilar masivamente a los ciudadanos. Se debate si hay una transgresión ética en el empleo de cámaras de reconocimiento facial, que también sirven para etiquetar a personas en redes sociales, para desbloquear teléfonos, para el chequeo en los aeropuertos y controlar a los alumnos en las escuelas y universidades, entre otros usos. Hay dudas más que razonables sobre su utilidad y los límites de esos equipos.
¿Por qué? Debido a que el rostro de una persona es único. Es frágil, es su identidad, es su singularidad. Lo que está en cuestionamiento es la capacidad adquirida por empresas y gobiernos que controlan estos equipos a los fines de desnaturalizar su empleo, como convertir el rostro de Zutano en otro, un tema que no solo se relaciona con la privacidad, abordado en el trabajo publicado el pasado día 2 de enero.
¿Amenaza a los derechos fundamentales?
No es la primera vez que las innovaciones tecnológicas paridas de las cuatro revoluciones industriales que conocemos, genera la inquietud en la comunidades política, intelectual, académica y científica respecto del quebrantamiento de derechos fundamentales cuando el uso inadecuado de las innovaciones tecnológicas afectan derechos como los sociales y políticos, el de la libertad, de la dignidad, la vida, el derecho a la verdad, el respeto a la familia, a la educación y a la propiedad, entre otros.
Las distintas convenciones y convenios internacionales firmados por los países que conforman la comunidad internacional obligan a los Estados a respetar la dignidad humana, por citar un primer elemento.
Hay, pues, mucha inquietud en las sociedades modernas sobre la falta de límites que tiene una empresa, o gobierno, sobre el control de cámaras de identidad facial para manipular un rostro mediante procesos automatizados.
En Estados Unidos, donde los ciudadanos tienen mucha fe en el buen uso que dan las autoridades a estos instrumentos tecnológicos por el nivel de institucionalidad, ya vemos que después del 11S las cosas se fueron de la mano, tal como lo revela uno de los suyos, Eduard Snowden en su libro “Vigilancia Permanente”.
La pregunta que no pocos se hacen es: ¿hasta qué punto cambiamos el derecho a la privacidad por la promesa de lseguridad ciudadana que nos hace el Estado con el empleo de la cámara de reconocimiento facial? Hay ejemplos en el mundo, de Estados totalitarios y democráticos, que utilizan Inteligencia Artificial para vulnerar los derechos de las personas.
Hay riesgos comprobados, por ejemplo, en la manipulación de los votantes al recomendarle contenidos mediante algoritmos específicos, especialmente en Facebook.
El caso que mayor escándalo generó tuvo que ver con los resultados electorales de las últimas elecciones de Estados Unidos, donde se identificó a la empresa inglesa Cambridge Analytica como proveedora de servicios a la campaña de Donald Trump para rastrear los perfiles de por lo menos 87 millones de electores norteamericanos.
Tras una larga investigación, la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos ((FTC) multó por malas prácticas con 5 mil millones dólares en el manejo de los datos de los usuarios a la red social Facebook. La acusación contra Facebook fue de que compartió de manera inapropiada los datos de 87 millones de usuarios con la consultora política Cambridge Analytica.
La decisión de la FTC obligó al propietario de la empresa, Mark Zuckerberg, a tener que crear un comité independiente de vigilancia de la privacidad, del cual el multimillonario no tiene control.
¿Hay en estos países emergentes tal institucionalidad para hacer eso? No, sino veamos el rollo con los resultados electorales del 6 de octubre que aún el organismo rector de las elecciones no ha dado muestras de diafanizar el proceso, que garantice la tutela del derecho al voto, por ejemplo.
Y las más recientes elecciones en Bolivia es otro ejemplo de vulnerabilidad de la Inteligencia Artificial cuando los Estados y las autoridades no se sienten inclinadas a preservar un derecho universal como el del sufragio.
No es una exageración decir que en estos tiempos, la innovación tecnolígica en vez de sacársele toda la ventaja positiva que ella brinda, juega un rol esencial en la conformación del panorama de riesgos mundiales, vistos por las distintas instituciones que reflexionan el provenir.
La décimo cuarta edición del “Informe de Riesgos Mundiales de 2019”, del Foro Económico Mundial plantea el dilema en el que está inmersa la sociedad actual.
Borge Brende, presidente del foro, dice: “El mundo está muy mal preparado incluso para las amenazas biológicas más modestas, lo que nos deja vulnerables a impactos potencialmente enormes en las vidas de las personas, en el bienestar de la sociedad, la actividad económica y la seguridad nacional. Las nuevas biotecnologías revolucionarias prometen avances milagrosos, pero también crean enormes desafíos de supervisión y control, como lo demuestran las afirmaciones que se realizaron en el 2018 en el sentido de que se habían creado los primeros bebés con genes modificados del mundo.
La actual civilización debe seguir impulsando el desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero tiene que regular su uso para proteger esas mismas conquistas.