ENFOQUE
Vigilancia masiva y el derecho a la privacidad
Cuando la creación literaria de George Orwell auscultó la dimensión de las súper potencias y el futuro que le aguardaba a la Humanidad después de la Segunda Guerra Mundial, jamás imaginó la premonición de sus musas, plasmada en su novela “1984” en la que advirtió que a pesar de la derrota del “Eje del Mal”, la adicción del hombre al poder le conduciría a violentar derechos fundamentales como la privacidad.
Tal actitud la observamos en estos tiempos en la maniática práctica de las tres potencias hegemónicas de tener control casi absoluto de aquello que los ciudadanos hacen, piensan y dicen, verificable en la posesión y uso de la infraestructura de los medios digitales.
En el momento en que escribo este trabajo pudiera haber un tecnólogo de una de esas agencias de inteligencia observándome online porque digité un metadato que enciende los motores de búsqueda, diseñados para activar una alarma de las agencias. ¿Paranoia? En absoluto, realidad.
Porque la postguerra no trajo consigo la muerte del totalitarismo y su afán de control de los ciudadanos, pues tal como cuenta George Orwell en “1984” (Eric Arthur Blair, nombre real), la gran potencia, el “Hermano Mayor”, tiene a su favor todos los elementos de que disponía el totalitarismo fascista de su época: control total del comportamiento, la absoluta subordinación de lo individual a lo colectivo (ahora, es lo colectivo subordinado a planes individuales) y en tercer lugar, y no menos importante, un control social que se produce en estos tiempos utilizando las tecnologías de la información y la comunicación.
Aunque la obra orweliana fue publicada en 1949, cuatro años después de culminada la Gran Guerra, el circuito integrado de vigilancia era precario entonces, apenas tenía un decenio, pero el escritor bengalí (India) más que predecir lo que sobrevendría a la Humanidad Postguerra, fue capaz de ahondar en el alma humana a través de sus personajes con lo que acertó en una aproximación de la realidad mundial de hoy.
Si después de la caída del Muro de Berlín se hubiese planteado la idea de un Estado totalitario, no pocos ciudadanos del planeta lo habrían asociado a meras fábulas.
Orwell no solo lo describió en su novela “1984”, girando su mirada hacia los alemanes, rusos, ingleses y estadounidenses, sino que aunque no suponía cómo, las nuevas formas de fisgoneo de China, Rusia y Estados Unidos, por solo citar tres, nos dice que no estaba despistado en su visión.
Ahora, lo único necesario es que te conectes a internet o camines por las calles plagadas de cámaras de reconocimiento facial.
Las tecnologías de la información y la comunicación dan a esas y otras potencias posibilidades de utilizar sistemas globales de vigilancia masiva contra los ciudadanos, sin que estos sepan que están siendo observados en todo lo que hacen, sin autorización judicial que medie en la mayoría de los casos y sin poder evitarse.
Para lograr ese nivel de control social de los ciudadanos, las súper potencias utilizan los organismos estatales de inteligencia, a los fines de saber lo más mínimo de una persona para lo cual se valen de celulares, cámaras de reconocimiento facial, bases de datos, de rostros y huellas dactilares, PC, drones y cualquier otro dispositivo que se conecte al internet. De 176 países, 65 utilizan la tecnología para buscar y vigilar a los ciudadanos.
Listín Diario publicó el pasado viernes 21 de diciembre un reportaje de The New York Times, el principal diario de Estados Unidos, en el que describía cómo la policía China ha incrementado su capacidad de espiar a sus 1,400 millones de habitantes, llevándose de encuentro la privacidad personal, que es un tema de reclamos de los organismos de derechos humanos, no solo en China sino en Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña.
Los atentados del 11s
A pesar de que a escala planetaria, los ciudadanos sospechaban que los organismos de inteligencia del Estado tenían un nivel de observación de lo que hacen o dicen los ciudadanos, no fue hasta después del 11S que Estados Unidos y otros países socios establecieron normas y alianzas geoestratégicas para detectar a los “sospechosos” de terrorismo, pero luego eso derivó en una vigilancia masiva, sin ningún miramiento.
Y todo comienza en el código escrito en inglés: World Wide Web (www). Es el enorme sistema de sitios que almacena textos, fotos, videos y audio. Cuando abrimos una ventana al mundo del internet, empleando protocolos para acceder a mensajes, transferencia de correo, telefonía o cualquier otra aplicación, accedemos al ciberespacio y dejamos rastros de todo lo que planeamos, hacemos, comemos, usamos, bebemos, hasta el más insignificante gusto personal.
Eso no solo sirve a los organismos de inteligencia de ciertos Estados para conocer tu perfil, sino que las grandes empresas multinacionales utilizan esa información para construir un patrón de gustos y usos, de modo que les pueda ser útil en la configuración de una campaña de marketing dirigida a complacer tus exigencias de compra, bombardeo que llega a tú correo y sitios asiduos de navegación.
Los atentados del 11S constituyeron un terror cruel, una osadía y un desafío que puso al descubierto las debilidades de la comunidad de inteligencia (Intelligence Community), no solo de Estados Unidos, sino de sus principales aliados en esa materia: Nueva Zelanda, Australia, Canadá y Reinuno Unido.
Sin que se enfriasen las cenizas del Word Trade Center y partes del Pentágono, el gobierno de George Bush emitió directivas y se hizo aprobar una legislación (Patriot Act) que para no pocas personas dentro y fuera de ese país, fue el comienzo del debilitamiento de las libertades civiles, esas mismas en cuya defensa se basó el entonces presidente estadounidense para lanzar la guerra contra el terrorismo, convirtiéndolo en la excusa perfecta para súper vigilar masivamente a todo el que respire con capacidad cognitiva.
Los actos terroristas del 11S provocaron el repudio generalizado, al extremo de que no pocos seres humanos estaban dispuestos a ir hasta la línea de fuego si era necesario para cooperar en la lucha contra el terrorismo. Y de hecho muchos norteamericanos y de otras nacionalidades murieron defendiendo esa causa.
Uno de esos estadounidenses que dio el paso al frente fue Eduard Snowden, un norteamericano de origen, hijo de servidores del gobierno de Estados Unidos, residente en Carolina del Norte y nieto de inmigrantes que lucharon por la independencia de su país contra Inglaterra.
Con apenas 21 años, impulsado por eso, Snowden decidió enrolarse en la milicia para defender su bandera y poner sus servicios a la orden del país, pero luego derivó aportando sus conocimientos tecnológicos a la Agencia de Seguridad Nacional (National Security Agency) y la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency), operando para Dell como tapadera.
A partir del reclutamiento de jóvenes tecnólogos por parte de la Agencia de Seguridad Nacional, y de la propia CIA, pero especialmente de la primera, luego del 11S comienza la vigilancia masiva de ciudadanos particulares en sus propiedades, incluidos de los jefes de Estado, tal como cuenta Snowden en su más reciente libro “Vigilancia Permanente”.
La labor secreta de captación, almacenamiento y catalogación de información privada de ciudadanos del mundo para los servicios estadounidenses de inteligencia, fueron dados a conocer por Snowden en el año 2013, cuando varios periódicos y medios audiovisuales de prestigio publicaron sus revelaciones, en base a los documentos y testimonios que proporcionó desde Tokio, Japón.
Con experiencia en las dos principales agencias de espionaje, Snowden cuenta que “internet es algo básicamente estadounidense, aunque tuve que salir de Estados Unidos para entender bien lo que eso significaba. La World Wide Web quizás se inventase en Ginebra, en el laboratorio de investigación del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) en 1989, pero los modos de acceder a la red son tan yanquis como el béisbol, algo que deja la Intelligence Community con el factor cancha a su favor”.
“El 90 por ciento de la infraestructura de internet está bajo control de Estados Unidos- dice Snowden- que es por donde pasa el 90 por ciento del tráfico mundial de internet, cuyo desarrollo, propiedad y funcionamiento son responsabilidad del gobierno estadounidense”.
En “Vigilancia Permanente”, Snowden narra los mecanismos, métodos y la tecnología que emplean las agencias de inteligencia para saber el historial reciente o de antaño de una persona, el contenido de lo que está guardado en el escritorio de su computadora, leer sus emails, la historia de navegación, de búsqueda y publicaciones en redes sociales. No se quiere más.