La vida de los centenarios
A sus 100 años doña Gisela se maquilla y se pone coqueta
A sus 100 años, doña Gisela Monzón Desangles no ha perdido el interés de posar bella ante la cámara fotográfica, para verse “coqueta”, como siempre le gustó lucir, según testimonió.
Por eso, antes de iniciar la entrevista, le pidió a su nieta e hija de crianza, Jacqueline, que le pusiera un poco de maquillaje, porque pese a la edad, quiere mantener la elegancia que le caracterizó en sus años mozos.
Todas las semanas hay que llevarla al salón a arreglarse el pelo y depilarla.
“Tú crees que es justo que pierda esa coquetería”, exclamó. Luego enfatizó, con tono jocoso y ameno: “Yo estoy mona, porque nunca me habían hecho una entrevista”. Doña Gisela relató cómo ha podido tener una larga vida, aunque, tal vez, en la postrimería no ha sido como habría soñado, pero tampoco de sus labios brotan quejas.
Y es que doña Gisela lleva seis años viviendo en un centro geriátrico privado, donde optaron llevarla sus hijas, que viven en el extranjero, luego de tener experiencias negativas con las personas que les pagaban para que se ocuparan del cuidado de la dama.
“Mis hijas han sido muy buenas muchachas”, manifestó, aunque lamentó que se casaran muy jóvenes, porque consideró que eso impidió que se hicieran profesionales, como siempre aspiró.
Tener que alojarse en un hogar de ancianos para que la atiendan parece una paradoja, ya que doña Gisela no solo se ocupó de la crianza de sus 3 hijas, sino también de hermanos pequeños, de nietos y biznietos. “Yo le abría los brazos a los nietos y biznietos”, indicó.
Desde los 10 años, se vio en la necesidad de cuidar a sus hermanos, ya que su mamá era maestra y se pasaba la semana en los lugares donde impartía docencia, generalmente retirados de la casa.
“Cuando yo salía para la escuela tenía que dejar a mis hermanos desayunados”, contó. Ahora a ella hay que atenderla en un geriátrico, donde no recibe el calor de sus familiares con la frecuencia que quisiera.
Aunque no le toca cuidar a nadie, allí también está pendiente de envejecientes que no pueden valerse por sí mismos. “Yo tengo amor para dar”, asegura. Considera que hay que amar y dar amor a los demás. “Si no hubiera sido así no sigo amando a mi marido aún cuando me dejó... y me dejó por otra”, refirió.
Dice sentirse tranquila en el hogar de ancianos, sin embargo, cuando se le preguntó qué le gusta comer, hizo una pausa, y luego respondió: “No puedo tener platos favoritos porque allá (geriátrico) no hay para escoger”, con lo cual expresó su inconformidad. Pero si pudiera elegir, dice que prefiere las pastas y el pollo en todas sus formas.
Lo que sí usa allí es su celular y se pone feliz cuando suena porque significa que hablará con algún familiar. “No puedo vivir sin mi celular”, sostiene. Sufre de osteoporosis, por lo cual pasa la mayor parte del tiempo sentada.
En parte, la clave de su longevidad la atribuye “al interés que siempre he tenido de mantener mi familia unida”. De ahí que expresa que no quiere pensar en morir, no por ella, sino por su familia, porque afirma: “Yo amo mucho a mi familia. Porque han sido muchas las ocasiones que me han necesitado, y yo los aconsejo”,
Estilo de vida
Relató que hasta la adolescencia, cuando se produjo la separación de sus padres, en su casa lo que más había era comida. “Nos ponían la carne al sol en los cordeles y nosotras nos la comíamos así, porque el sol la cocina”, expuso. En ese tiempo, vivía en su natal Ingenio Quisqueya, de San Pedro de Macorís.
Más tarde, expresó, la situación de la familia fue precaria, porque tuvieron que trasladarse a la capital con su madre, que continuó su crianza sola.
“Nunca fui a una fiesta, porque no iba a ir mal tramada”, relató. Señaló que en ese tiempo no tenían ropas. No tuvo hábito de fumar, ni de tomar alcohol.
Trabajo
Su experiencia laboral incluyó ocupar funciones gerenciales en el Banco de Reservas por 42 años, de donde salió pensionada. Contó que estudió y trabajó mucho. Con orgullo dice que tiene 5 títulos, ya que se hizo bachiller en ciencias, y en matemática, estudió farmacia y ciencias químicas, contabilidad y magisterio. Pese a que no había ido a la escuela en su campo, cuando se trasladó a la capital, la inscribieron en sexto curso, lo cual constituye un orgullo para ella. Y mientras cursaba el bachillerato, solía salirse a escondidas para dar clases a casas donde era solicitada.
Su primer empleo fue como monitora en la entonces Universidad Santo Domingo, ahora UASD, donde ganaba 10 pesos. Más tarde trabajó en las Fuerzas Armadas y en el Palacio Nacional, en laboratorios y en el Banco de Reservas, en el programa del ahorro obligatorio que se instauró en el régimen de Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Cuando salió del banco, se dedicó a regentear farmacias, porque, señaló, siempre le ha gustado estar activa.
“Yo he trabajado demasiado en la vida”, enfatizó. Como vive en un geriátrico, su casa, en el sector San Gerónimo, la tiene cerrada. Cuando su nieta la busca, se la lleva a su residencia, en el sector Los Prados, donde se realizó la entrevista, y lucía muy cómoda y a gusto.
SEPA MÁS Trayectoria de una longeva. Origen. Nació en la Colonia Ingenio Quisqueya, de San Pedro de Macorís, el 14 de julio de 1919. Hija del agrónomo Miguel Ángel Monzón y la institutriz Pura Desangles Aybar.