Reportaje

Con 103 años, doña Pura quiere seguir “subida en el caballo de Dios”

Su fe en Dios y en la Virgen de la Altagracia, una buena alimentación, y hábitos de vida saludable, han sido la clave para que la maestra Juana Luisa Schotborgh de Martínez, mejor conocida como doña Pura, llegue a 103 años. “Y puedo llegar a 104, a 105, a 106 Ö montada en el mismo caballo de papá Dios”, comentó cuando se le pregunta el secreto de su longevidad, en una entrevista en su humilde vivienda del sector Villa Consuelo del Distrito Nacional.

Devota de la religión católica, con orgullo dice que su matrimonio fue a través de esa iglesia.

Le fascina alimentarse bien. “Yo trabajé para comer bien”, subraya. Sus comidas favoritas son los pescados, los vegetales y las sopas. Nunca ha fumado. Y solo acostumbraba a tomar vino o un traguito de alcohol en alguna fiesta social, a la cual le llama “fiestas escogidas”, o en una actividad familiar, como los cumpleaños.

Maestra por vocación, comenzó a impartir clases siendo una adolescente, desde su hogar, en su ciudad natal, San Pedro de Macorís. Luego fue nombrada en una escuela pública en El Bejucal, de Higüey, de donde pasó a otros centros de la región Este, y más tarde fue trasladada a la capital, a la escuela El Galá, en el kilómetro 6 de la carretera Duarte, por disposición del presidente Joaquín Balaguer (fallecido), porque se la recomendaron como “una profesora de buen timón”. “Parece ser que yo nací para ser maestra”, reflexiona. Después de pensionada, siguió alfabetizando en su casa, para ayudar a niños necesitados de Villa Consuelo, donde es querida por sus vecinos.

Su pasión fue leer novelas literarias y escribir versos. Relata que terminaba de leer una obra y de inmediato compraba otra. En su juventud bailó bastante, porque le gustaba, al igual que cantar en el coro de la iglesia católica.

Se emociona cuando relata su experiencia dando clases y cuenta sus anécdotas en las aulas. Pero luce perturbada cuando tiene que referirse a su vida familiar, principalmente a sus hijos. Recuerda que pidió el traslado en una escuela porque se molestó por unas palabras de un inspector de educación. “Me dijo que se iba a casar conmigo, estando yo casada. y yo tenía mis hijos grandecitos”, contó.

Se mantiene por la pensión de 5,000 pesos, la ayuda de tres hijas que viven en el extranjero, y el apoyo de una ex alumna a la que alfabetizó y le agradece su formación. Al momento de la entrevista llegó su hija, Mildred, que vive en Aruba. No se detuvo mucho, porque, dijo, le esperaba un taxi.

La única dolencia que presenta Juana fue producto de una caída, el 30 de noviembre del 2018, cuando colocaba un clavo en una pared, lo que le provocó una fractura en la cadera que la ha postrado en una cama. Con dificultad, fue sentada en una mecedora para la entrevista por las hermanas Juana y Felicia Aybar, dos ex alumnas, la primera la atiende, y la otra acude a darle apoyo para llevarla a cobrar el cheque de la pensión y a un centro médico.

El día que se cayó estaba molesta porque se enteró que la habían excluido de la nómina, por confusión. Por gestiones legales, se logró su reposición.

Ahora tienen dificultad para trasladarla a un centro médico, por lo cual piden ayuda al Consejo Nacional de la Persona Envejeciente (Conape), para lograr que un galeno la vea en la casa.

Aunque ha perdido la nitidez del habla, se expresa con coherencia, siempre está de buen humor, y muy atenta al protocolo.

“Bienvenidos a mi casa como ángeles”, fueron sus primeras palabras. Con precisión y lucidez, empezó a dar su nombre y fecha de nacimiento, con día y hora. Y de inmediato entró a relatar su trayectoria como maestra, desde 1928.

En ningún momento puntualizó los años que duró dando clases, y ante esa interrogante, siempre respondía: “Yo fui maestra de toda la vida”. Incluso, todavía conserva un poco de la autoridad y el carácter fuerte que le caracterizaba en las aulas. Escoge las ropas que se va a poner. Para la entrevista pidió que le pasaran un elegante conjunto crema. Se despidió agradeciendo la visita del equipo de LISTÍN DIARIO. “La satisfacción enorme que tengo de su visita me lleva a agradecerla y quiero que se repita una y otra vez”, concluyó.

Juana Luisa Schotborgh de Martínez conversa con Felícita Aybar, exalumna que la cuida, en Villa Consuelo, del Distrito Nacional. JORGE CRUZ.