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Dictaduras de izquierda y derecha: Engendros del populismo

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Rafael Guillermo Guzmán FermínSanto Domingo

“Los gobiernos que han pretendido sofocar la voz de los pueblos han muerto asfixiados, apenas se ha hecho el silencio que apetecían”. -José Enrique Rodó-

Siempre me he preguntado las razones por las cuales muchos condenan la opresión y asesinatos cometidos por dictadores de derecha, sin embargo tienden a justificar la represión, persecución, tortura y el asesinato que perpetran los dictadores de izquierda.

En tal virtud, ellos afirman con vehemencia que Augusto Pinochet y Francisco Franco fueron dictadores, pero Fidel Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega no lo han sido, ya que según su propia clasificación, estos últimos pertenecen a la categoría de supuestos “revolucionarios”.

La respuesta a esta visión de la realidad evidentemente distorsionada podría estar en la maternidad doctrinaria marxista del concepto de revolución, que la define como un proceso histórico-material-social a largo plazo, pues su teoría de “revolución social” la basan en la dialéctica de cambios cuantitativos-cualitativos, que tiene un inicio conocido (cuando empieza la revolución), pero no un final determinado, pues según los marxistas el proceso revolucionario nunca termina.

¿Es acaso esta retórica conceptual marxista suficiente pretexto para otorgar a los regímenes de izquierda la “patente de corso” para que, amparados en el famoso “proceso revolucionario” destruyan los cimientos de la sociedad, el núcleo familiar, supriman la libertad de prensa, persigan, torturen, encarcelen, asesinen y modifiquen constituciones como traje a la medida de “corsarios” para eternizarse en el poder como dinastías monárquicas? ¿Y a pesar de todos estos excesos y violaciones a los derechos humanos tampoco pueden ser catalogados de “dictadores”?

Para los que como yo creen en la libertad, el orden democrático, el estado de derecho, la paz social y el desarrollo económico, ¿qué diferencias existen entre los dictadores Anastasio Somoza y Marcos Pérez Jiménez, con los “revolucionarios” Daniel Ortega y Nicolás Maduro? Pienso que sin mucha discusión, los hechos de estos últimos nos dan la respuesta.

Es por ello que afirmo, que las tiranías dictatoriales, sean estas de derecha o de izquierda, no se construyen sobre la base de la templanza e integridad de los dictadores, sino sobre las debilidades y vicios de los demócratas. Por tal razón, las dictaduras se evitan con el riguroso respeto a la Constitución y leyes de la República, no haciéndoles cirugías plásticas constantes, degradándolas a una simple “chapeadora constitucional” para disfrutar de ella a su antojo; las dictaduras se evitan educando al pueblo en el trabajo duro pero honrado, haciéndole conocer sus derechos y la exigente disciplina del deber, y no en las dádivas engañosas del populismo.

A tal efecto, el populismo no se puede definir como una ideología, sino como una estrategia de llegar al poder; tampoco se puede catalogar como una filosofía política, pues carece de una teoría sustentada en esta disciplina técnica, sino más bien, en maniobras de manipulación, cuyo blanco es el centro emocional del pueblo, para con ese poder hipnótico desmantelar la institucionalidad de los estados, modificar sus constituciones y leyes, restringir las libertades apelando al odio y al miedo como instrumentos de dominación social, con el objetivo final de perpetuarse en el poder.

Son por estas razones que, para entender la victoria del recién electo presidente Jair Bolsonaro, en Brasil, primero hay que comprender las razones por las cuales fue derrotada la doctrina populista de Lula Da Silva junto al ‘tsunami’ de escándalos que sumergieron las costas latinoamericanas. Muchos mandatarios están sucumbiendo a este modelo, obnubilados por los pecados capitales de la avaricia, la soberbia, el odio, la envidia y la gula del poder.

Estos tipos de gobiernos populistas utilizan la democracia como medio para llegar al poder, pero luego de alcanzarlo terminan destruyendo a la misma democracia, puesto que el ejercicio del poder no se basa en el libre juego de las ideas ni en la división de los tres poderes del Estado, sino que terminan utilizando los mecanismos de la extorsión y amenazas -aduanas, Impuestos Internos, etc-, así como el uso inapropiado de la ley simulando que cumplen con los preceptos legales, para de este modo someter a los ciudadanos a un régimen de abusos de autoridad, injusticias y arbitrariedades.

En este contexto, estos gobiernos, abrumados de poder, embriagados de codicia y atrapados en los odios, terminan renegando el discurso doctrinal que dio sentido a sus orígenes, y empiezan a disfrutar de las mieles del poder absoluto, a enriquecerse sin límites, asaltando primero las arcas del Estado, después apoderándose de la propiedad privada, confiscando empresas nacionales y extranjeras, corrompiendo comunicadores y medios de comunicación con el fin de debilitarlos y controlarlos hasta apoderarse de ellos, y de este modo, terminar transformándose en una dictadura con el sobrenombre engañoso de “revolucionarios”.

Como ya hemos visto en varios casos puntuales, esta degradación política es tan grande y peligrosa, que termina con encarcelar a la oposición, aniquilando el sistema de partidos políticos, corrompiendo a las Fuerzas Armadas y de seguridad del orden, suplantándolas por “colectivos” armados teledirigidos como títeres por fuerzas exógenas, y financiados por los oscuros recursos del dinero corrosivo del narcotráfico y terrorismo transnacional, todo esto encubierto por el manto protector de la impunidad más espantosa.

Ante este escenario, y tomando como referencia las antiguas pretensiones fracasadas del afamado narcotraficante Pablo Escobar de “legitimar” su fortuna y acceder al poder del Estado, podemos decir que, actualmente tenemos dictaduras de izquierda que han logrado ese sueño anhelado por Escobar, ya que han convertido sus naciones en “narcoestados” que amenazan la estabilidad regional y las democracias latinoamericanas. Debido a estas razones, el presidente chileno Sebastián Piñera hizo un breve análisis del giro a la derecha que ha dado América Latina, asegurando que el “Socialismo del Siglo XXI” que aplicaron los expresidentes Hugo Chávez, Cristina Fernández de Kirchner, Rafael Correa y los hermanos Castro, entre otros, había sido “un desastre”.

A modo de conclusión, hay que recordar que la política es la ciencia social que estudia y promueve la participación ciudadana libre, al poseer la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común. Y es por esto que la lucha actual en el concierto de naciones latinoamericanas no es una lucha entre izquierda y derecha, sino entre dictadura y democracia, entre el populismo y el republicanismo, por lo que exhorto a proteger nuestra libertad y democracia, impidiendo que los vicios y debilidades de los “demócratas” nos conduzcan a la oprobiosa prisión de una dictadura de las tantas que hemos sufrido en el pasado, desde el 1844.

El autor es miembro del Círculo Delta.