ENFOQUE
El doctor Pedro Ureña y el infarto fronterizo
La frontera está enferma, necesita de “cuidados intensivos”.
No es una simple “arritmia” de incidentes leves y repetitivos, sino una cardiopatía fronteriza de larga data agravada por una política genuflexa ante nuestros vecinos. Lamentablemente, la verdadera salud de la República se ha sabido, no por los responsables de mantenerla, sino que tuvo que ir el prominente cardiólogo dominicano Dr. Pedro Ureña para constatar personalmente la gravedad de un paciente mal atendido, mal vigilado.
El incidente en que fue secuestrado el destacado médico, nuestro amigo, junto a un grupo de compañeros dominicanos que hacían turismo interno del lado dominicano en la línea fronteriza a manos de una turba armada de haitianos, constituye un hecho grave, no solo para los militares responsables de salvaguardar la frontera, sino más bien para nuestras autoridades políticas que gobiernan la nación, quienes son al fin y al cabo las que diseñan y dirigen las políticas fronterizas.
Pero lo peor de todo, es que el secuestro de los ciudadanos dominicanos fue en nuestro propio territorio y ante la presencia de dos soldados del Ejército Nacional Dominicano quienes no reaccionaron ni para pedir refuerzos de los supuestos centenares de soldados de las unidades de comandos especializados en seguridad fronteriza, ni mucho menos para pedir apoyo de los famosos drones de vigilancia y otros equipos electrónicos.
Los militares no cumplieron su tarea, sino que fueron unos lugareños criollos quienes hábilmente hicieron pasar al grupo de turistas nativos como si fueran “norteamericanos”, no sin antes los mismos ser despojados de sus pertenencias por los delincuentes invasores.
Sí, dominicanos, la frontera está enferma, y esta vez lo tuvo que constatar el eminente cardiólogo, quien se percató de que esa sintomatología es recurrente en la frontera sin que las autoridades hagan nada. Son como especies de microinfartos que un día acabarán por aniquilar al paciente.
La salud de la nación sigue estando en grave peligro, no solo por la patología migratoria haitiana, sino por la sospechosa pasividad de los responsables de la salud de la Patria.
Parecería dejar la impresión ante la opinión pública de que las Fuerzas Armadas no tienen control, seguridad y defensa de la frontera, y no es así, pues no me cabe la menor duda, que las instituciones castrenses poseen la capacidad, voluntad y coraje para defender nuestra soberanía nacional, pero como órgano constitucional del Estado es estrictamente obediente al poder civil legalmente constituido, por lo que hay que eximirles parte de la culpa y compartimentar sus responsabilidades.
De acuerdo al capítulo referente a las Fuerzas Armadas, la Constitución de la República del 2015 en su Artículo 252, numeral 1 dice: “Su misión es defender la independencia y soberanía de la Nación, la integridad de sus espacios geográficos, la Constitución y las instituciones de la República”. Entonces muchos se preguntarán con impotencia, ¿por qué ellas no cumplen con su misión consagrada en la Carta Magna? Sin embargo, la respuesta está contenida en su numeral 3, que establece: “Son esencialmente obedientes al poder civil, apartidistas, y no tienen facultad, en ningún caso, para deliberar”.
En este contexto, nuestros cuerpos de seguridad y defensa tienen las manos atadas, pues están recibiendo “órdenes” que están afectando el cumplimiento de sus deberes constitucionales, por lo que la exclusiva responsabilidad de los acontecimientos sobre este tema deben recaer en las autoridades políticas que nos gobiernan.
En tal virtud, es lamentable reconocer que en el ámbito de defender su soberanía e identidad nacional los gobiernos haitianos han sido muy efectivos, exhibiendo una gran dignidad nacional cuando se trata de defender sus intereses, siempre apoyados por un cuerpo diplomático altamente capacitado y eficiente.
La frontera está enferma, solo basta con analizar el concepto de lo que significa esa franja divisoria para, en base a sus síntomas que padece, saber el grado de su afección.
Esta línea convencional es la que define los límites de un Estado, por lo tanto, acuña la soberanía de una nación, y en base a esta soberanía los estados tienen la irrenunciable facultad de imponer y ejercer su autoridad de la manera que crea conveniente para la República sin que ello perjudique la soberanía de otras naciones.
La frontera está enferma, padece osteoporosis severa, ya que los haitianos ilegales cruzan sin control por los millares de “huecos” fronterizos; sufre de contrabando de mercancías de todo tipo, entre ellos, el carbón vegetal que los mismos haitianos ilegales depredan de nuestros bosques, causando daños irreparables a nuestro medio ambiente; padece del trasiego peligroso del narcotráfico, contrabando de armas y demás actividades delictivas, siendo en estos casos las FF.AA. los responsables primarios.
Bajo este cuadro clínico, los remedios a estas afecciones peligrosas, que podrían degenerar en graves, no se solucionan con discursos bien maquillados ni con propaganda estratégica de asesores extranjeros ni tratando de ocultar o minimizar esos incidentes, tal como hacen los “expertos” de escritorios con los problemas de la seguridad ciudadana.
Los problemas de percepción se pueden combatir en los medios de comunicación, pero la “realidad” se combate en el terreno. En este orden, es preciso recordar que los problemas grandes no son más que el cúmulo de muchos pequeños problemas que no se solucionaron a tiempo.
¿Hasta cuándo la tolerancia de la salud de la República pueda soportar la excesiva “prudencia” de los responsables de velar por la seguridad de la Nación? ¿Acaso no saben que aquel Estado fallido que tenemos de vecino sufre de una inestabilidad política, fragilidad institucional y financiera, debilidad en sus cuerpos de seguridad y de orden, lo que puede producir un estallido social en cualquier momento que provoque una estampida hacia la frontera de ambos países? Sabemos que el concepto de fronteras internacionales ha experimentado una evolución notable en la agenda nacionalista y del desarrollo de los estados por efectos de la globalización, y que esa fuerza renovadora ha provocado cambios sociales, políticos, económicos y hasta culturales, logrando reconfigurar a las sociedades modernas y tal vez desemboquen en un nuevo orden mundial, pero también estamos seguros, que esas diferencias económicas, políticas y culturales regionales tienden a fortalecerse en lugar de desaparecer bajo un mundo impulsado por estos vectores globalizantes.
El ejemplo más contundente lo tenemos en las recientes políticas de protección fronteriza de la actual administración de los Estados Unidos, de las naciones sudamericanas como Brasil, Colombia, Ecuador y Perú, ante el éxodo migratorio venezolano, y el de los prósperos países europeos con la migración africana. Todos están reforzando sus fronteras, amparados por sus derechos constitucionales de naciones soberanas e independientes.
El Estado dominicano no debería dejar pasar esta oportunidad de oro para hacer valer la Constitución de la República, ratificada por la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, pues en estos momentos la comunidad internacional no tiene moral para atacar nuestro derecho de autodeterminación de proteger nuestra soberanía nacional, rediseñando con dignidad soberana una verdadera política migratoria y la construcción del marco conceptual de frontera con los enfoques interdisciplinares y transdisciplinares que apoyen el fortalecimiento del conocimiento de la diversidad, dinámica y complejidad de la frontera haitiana.
Porque nunca nos cansaremos de repetir, que el problema de la frontera no es un asunto exclusivo de los militares -ellos poseen toda la capacidad operacional necesarias-, sino es un problema político, y por ende, de políticos, especialmente de aquellos que juraron defender la Patria ante la solemnidad de la Asamblea Nacional, para que en el futuro no tengamos que esperar que otro cardiólogo tenga que diagnosticar que la frontera ha sufrido un paro cardíaco masivo.
El autor es miembro del Circulo Delta.
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