EN EL FONDO DE LA POBREZA
Atrapados en el círculo de la marginalidad
DRAMA. QUIENES NACEN Y VIVEN EN POBREZA EXTREMA MUCHAS VECES NO LOGRAN ROMPER SUS CADENAS
Sus ojos miran sin horizontes cuando recuerda su entrada a la adolescencia y se llenan de lágrimas cuando habla de todo lo que sufrió junto a muchos otros que, al igual que él, dormían donde “les cogía la noche”.
No quiso revelar su nombre, pero para esta historia se llamará Juan Manuel. Llegó de un campo de San Juan de la Maguana llamado Juan de Herrera con su caja de limpiar zapatos cuando tenía casi trece años. Un amigo de su edad lo acompañó en la travesía y venían con la idea de que se alojarían donde estaba el hermano del amigo en la casa de un sacerdote, pero no había espacio para él.
Desde ese día empezó a vivir lo que nunca imaginó. Deambuló por las calles limpiando zapatos pero al llegar la noche no tenía a donde ir a descansar su cuerpo. Dice que nunca se involucró en nada “malo” porque siempre recordaba lo que le decía su padre “no hagas cosas malas, no quiero irte a buscar a la cárcel”.
“Éramos palomos, andábamos en los parques, en el malecón. Siempre aparecía gente que nos pedía hacerle favores de esos que no son buenos, algunos de mis amigos lo hacían y venían con dinero, pero yo le tenía miedo, siempre buscaba la forma de irme de ahí”, explica Juan Manuel casi susurrando como si su voz lo quisiera traicionar.
Cuenta que conoció muchas niñas y niños con 11, 12 y 13 años que usaban drogas y que eran usados sexualmente por “hombres y viejos degenerados”. Se entristece cuando recuerda a su amigo Lucas “él era como mi hermano, siempre me defendía, pero un día se armó un pleito y otro palomo le dio una puñalá con un cuchillo que llevaba escondido, aunque ya tengo 40 años, eso nunca me dejará de doler”.
Juan Manuel narra que vivió en la calle hasta los diecisiete años cuando pudo alquilar un cuarto en una pensión. Desde esa época y siempre con limpiabotas a cuesta ha luchado por ganarse la vida “sin hacer lo mal hecho”, aunque aún no logra conseguir un empleo decente.
“Mi mamá y mi papá eran viejos cuando yo nací, yo soy el más chiquito, mi mamá tenía cinco hijos más y yo era el único de mi papá, él lo que hacía era amarrar tabaco, era poco lo que ganaba y menos lo que podía darme. Yo quería ganar dinero desde muy joven y por eso vine para la capital. Ya hombre quise llevarle algo de dinero a mi mamá, pero imagínate, como un año antes de ella morir fue que pude darle algo”, dice Juan Manuel cambiando la dirección de su cara para distraer su tristeza.
“Tú sabes lo que pasa, que cuando uno ha vivido en la calle, la gente lo discrimina, siempre piensa que uno es un delincuente, desconfían de ti por tu físico, como tú no puedes tener un zapato bueno o una ropa elegante. Yo limpio zapatos aquí en el nueve (autopista Duarte), porque eso es lo que he hecho toda la vida, pero yo quisiera tener un trabajo y tener seguro médico”, expresa, tras precisar que como él otras personas que viven en la calle quisieran encontrar una oportunidad. “A nadie le gusta pasar hambre”, enfatiza.
No tiene hijos pero da gracias a Dios por eso, porque dice que en esa condición que ha vivido los condenaría a tener una vida miserable. De todas formas Juan Manuel sueña con que su vida cambie y algún día pueda hacer una familia.
“Están aislados del mundo del trabajo, y por tanto se les considera oprimidos y no propiamente explotados. Se ubican en el último espacio del quintil inferior en la distribución de la renta nacional”, indicó.
Jiménez refiere que es tan deprimente la situación de este grupo social que algunos estudiosos los definen como integrantes de una “infra clase” (por debajo de las clases sociales).
Agrega que su ínfima escolaridad o nivel de educación, la gran fragmentación de su núcleo familiar y su situación de total precariedad económica, tiende a arrastrarlos hacia actividades en conflicto con la ley.
“Las personas que nacen y viven dentro de estas condiciones quedan marcadas probablemente para toda la vida. El que nace dentro de este grupo social suele morir en él. No estudiar, no trabajar perpetúa su realidad existencial”, explica Jiménez.
El experto en análisis social considera que es reponsabilidad del Estado procurar, mediante la elaboración y aplicación de políticas públicas, que los pertenecientes a este sector experimenten una movilidad social y económica que permita concebir el mal de la pobreza como un triste recuerdo del pasado. “Me opongo a los programas asistencialistas que apenas alivian la penosa existencia de los indigentes, pero que no posibilitan la superación de esta condición. Postulamos políticas públicas que ofrezcan herramientas para superar la condición que padecen”, dijo.
Una desigualdad que lacera la piel PAÍS PARECE CONDENADO A LA POBREZA La pobreza extrema y la marginalidad son el resultado de la desigualdad en la distribución del ingreso en el país, así lo aseguran expertos consultados. El economista Miguel Ceara Hatton afirma que “República Dominicana está entre los países donde hay más mala distribución de la riqueza, donde las personas que han sido excluidas, todavía siguen excluidas y conocemos a tercera y cuarta generación de gente pobre en este país, donde los abuelitos son pobres, los padres son pobres, los hijos son pobres, y los hijos que vienen seguirán siendo pobres”.
MALES SOCIALES El sociólogo Celedonio Jiménez, quien pertenece a la Academia de Ciencias, señala que vivir en la extrema pobreza crea males sociales que se convierten en obstáculo para el desarrollo humano. Refiere el analfabetismo, la deserción escolar temprana, el resentimiento social, la desesperanza juvenil, la delincuencia, la violencia de género, los embarazos precoces, la prostitución, el hacinamiento, la promiscuidad, entre los males más relevantes que crea la pobreza. “Están permanente marcados por la incertidumbre, por la ansiedad. Su exclusión de las estructuras sociales, económicas, educativas, culturales, minimiza su capacidad de tomar decisiones y por tanto suelen ser entes pasivos, sin iniciativas”, concluye el especialista.