POBREZA
”Solo quiero un lugar digno para vivir”, el grito desesperado del envejeciente Luis González
Es el grito de Luis González: ¡Solo quiero un hogar digno para vivir! Este envejeciente sufre de permanentes dolores de espalda, con una pierna casi mutilada tras un accidente de tránsito. Habla con evidente congoja sobre la necesidad de ser trasladado cuanto antes al nuevo proyecto “Domingo Savio”.
La tristeza y la pena son sus fieles testigos. Está a la espera de recibir la tan anhelada ayuda para poder residir en una vivienda que le permita la “tranquilidad y comodidad” que tanto necesita.
Tiene 70 años, y adquirió el pequeño terreno hace 5 años.
La casita está cubierta de zinc, y desprovista de lo más mínimo para “vivir en paz”. Dice que le urge ser auxiliado por el gobierno.
Ya su humilde morada fue registrada por la Unidad para el Reordenamiento de la Barquita y Entorno (Urbe). Tiene impregnado el color rojo con los números 557; aquellos matices destacan las residencias que serán desalojadas, para dar paso a un proyecto estatal que proporcionará un gran cambio en el estilo de vida de los cientos de familias que viven allí.
Los mosquitos, la pestilencia, la contaminación y las calles en mal estado son las premisas que han alertado a todos los vecinos, algunos de ellos con hasta 40 años siendo los protagonistas de la aguda tragedia de sobrevivir en una localidad con múltiples problemas, a prescindir de la comodidad y, por su parte, a intentar adaptarse a una terrible pesadilla.
Las piedras y lodazales también son parte del camino; el fango es un claro ejemplo de lo agotador que pude resultar el tránsito a través de sus callejones y callejuelas.
Entre los ajuares de Papito, como cariñosamente le llaman, se encuentra una silla rota, un televisor que no funciona, electrodomésticos en mal estado, y sus muletas que le ayudan a trasladarse de un lado a otro.
Para don Luis, su vida no ha sido sencilla; ha tenido que soportar difíciles situaciones, como es el caso de la continua inundación de su vivienda cuando el río experimenta crecidas, lo que provoca que el agua turbia ingrese de manera recurrente a su morada y tenga que refugiarse en una escuela, con la impotencia de no poder salvaguardar sus pertenencias.
El dolor en su pierna, conforme pasa el diálogo se hace más frecuente, las ampollas en el dorso de su pie son notorias, y las plegarias al “creador” son cada vez más persistentes. Ha visitado el hospital Darío Contreras, y allí le informaron que deben realizarle una cirugía para ponerle clavos.
Desde lejos se pueden vislumbrar decenas de familias que están en igual condición que González, niños que se encuentran vagando por los alrededores de su humilde casa, como si intentasen discernir la dura vida que les ha tocado.