La República

ENFOQUE

La Patria: “Lo que se siembra se cosecha”

Rafael Guillermo Guzmán FermínSanto Domingo

“No juzgues el día por la cosecha que has recogido, sino por las semillas que has plantado”.

-Robert Louis Stevenson-

En este mes de la Patria, nos preguntamos: ¿Tendremos razones suficientes para celebrar nuestra Independencia Nacional? ¿Podemos decir orgullosos que disfrutamos de una sólida soberanía nacional y dignos valores patrios? Para tratar de encontrar algunas respuestas apropiadas, utilizaremos la agricultura como sentido metafórico, pues la siembra es la vinculación entre las acciones del presente con las consecuencias futuras.

En tal sentido, la acción de sembrar describe etapas donde se desarrollan ciertas “conductas” que, tarde o temprano, arrojarán un resultado, sean estos positivos o negativos. La sabiduría popular recoge esto en el pasaje bíblico de Gálatas 6;7: “Lo que se siembra se cosecha”.

Es en este contexto que en la política al igual que en el ámbito de las labores agrícolas, la buena siembra dependerá de los siguientes factores: semillas sanas (ideas), de la tierra (la Patria) y un clima apto para el cultivo (gobernabilidad) pero, sobre todo, de los más capacitados agricultores (gobernantes).

Para poder entender la realidad sociopolítica actual, donde existe una ancestral vulnerabilidad en el principal instrumento fundacional de toda nación soberana, la Constitución, la que ha sido modificada 39 veces; donde sufrimos una constante invasión migratoria haitiana, de cuyo Estado nos independizamos, entre otras debilidades institucionales, hay que acudir a la historia que dio origen a nuestra Patria en febrero de 1844.

El oráculo de nuestra historia nos dice que la semilla del “Ideario Duartiano” fue de muy buena calidad, donde la edafología del terreno era la apropiada, pero que el primer responsable -agricultor- de dirigir todo aquello, el general Pedro Santana, fue el primero que forzó a la Asamblea Nacional para modificar la primera Constitución de la naciente República para incluir el autoritario Artículo 210 que le otorgaba poderes dictatoriales y el manto “legal” de impunidad durante sus cuatro gobiernos. O sea, ¡empezamos mal!

Este ignominioso apartado constitucional le permitió al general Santana suprimir las libertades públicas recién conquistadas, justificar el exilio del prócer inmaculado Juan Pablo Duarte, fundador de la Nación; el fusilamiento de la heroína María Trinidad Sánchez, confeccionadora de la primera Bandera Nacional; asesinar al patricio Francisco del Rosario Sánchez y fusilar al Centinela de la Frontera, general Antonio Duvergé, entre otros tantos paladines de la libertad.

Le sucedió en importancia el presidente Buenaventura Báez, cuyos seis gobiernos fueron caracterizados por intrigas de poder, tráfico de influencias personales y corrupción administrativa, a tal punto, de querer vender la península de Samaná a Estados Unidos a cambio de las deudas astronómicas, producto de la depredación insensata y voraz del erario. En ambos casos, todo por la ambición desmedida de poder.

Entonces, ¿los problemas que hemos padecido a lo largo de nuestra historia han sido por las semillas plantadas o por los agricultores seleccionados? Para responder esta pregunta, analizaremos el paralelismo histórico entre estos dos primeros presidentes mencionados con dos de los primeros mandatarios de Estados Unidos. Veamos: El general George Washington, comandante del ejército durante la guerra de independencia contra Gran Bretaña, y primer presidente norteamericano, ha sido un ejemplo de líder caballeroso y honrado, con una combinación de valentía y modestia, amalgamada con una sola ambición: servir a su nación.

Sus ejecutorias sentaron las bases del modelo de integridad y rectitud sobre la cual debieron ceñirse los presidentes que le sucedieron.

Luego de la victoria independentista, cubierto de fama y gloria, prefirió el retiro honroso a su campo de Mount Vernon, desde donde fue llamado para presidir la convención que habría de elegir al primer presidente norteamericano, a celebrarse en Filadelfia, solicitud que declinó para no influenciar en los debates.

No obstante, fue elegido para ocupar el cargo. Cuatro años después fue reelecto, donde se destacó por su personalidad conciliadora, al mantener unida a la nación dividida entre la facción anglófila (de la que era partidario) presidida por el secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, y la tendencia afrancesada, liderada por el secretario de Estado Thomas Jefferson, admirador de los ideales de la Ilustración francesa.

Luego de concluido su segundo período constitucional, se opuso rotundamente a presentarse para un tercer mandato, sentando así el primer precedente que duró casi 150 años, para luego retirarse con honor siendo el gran sembrador democrático de la futura superpotencia mundial.

El otro “agricultor” estadounidense fue Thomas Jefferson, cuya generosidad de espíritu, sensibilidad humana, genialidad y talento para el derecho quedaron plasmados en la Declaración de Independencia de Filadelfia de 1776, siendo el manifiesto por excelencia de la libertad y la igualdad universal, llegando a “cumplir” cada una de las palabras brotadas de su pluma cuando llegó a ejercer la primera magistratura de su nación. ¡Cuánta coherencia de sus palabras con sus hechos!

Jefferson, durante sus dos mandatos de gobierno, favoreció los derechos de los Estados y un gobierno federal estrictamente limitado, receloso de los “financieros”, respetuoso de la independencia de poderes, a tal punto, que nunca llegó a vetar una resolución del Congreso; auspició la libertad religiosa, y por sus dotes de gran visionario, fue el comprador de los terrenos franceses de Luisiana a Napoleón Bonaparte en 1803, con lo que elevó casi al doble la superficie de Estados Unidos, garantizando la estabilidad nacional y dando origen a lo que él denominó un “imperio para la libertad”.

Este gran promotor de la libertad y detractor de la esclavitud, intelectual, filósofo político y otro de los Padres Fundadores, se retiró de la Casa Blanca con decoro y la admiración de toda una nación por su sabiduría, y por ser uno de los más eminentes constructores de los Estados Unidos de Norteamérica.

En tal virtud, luego de los relatos comparativos desarrollados, cabe preguntarse: ¿Había una gran diferencia entre los idearios de los padres fundadores de los Estados Unidos y los idearios trinitarios de los padres de la patria dominicana? Estoy convencido de que no, pues si comparamos las doctrinas de ambos textos, veremos que ellos recogen los principios fundamentales de un Estado democrático, de derechos, de amplias libertades y apegados estrictamente al cumplimiento de la Constitución y las leyes.

Pues tanto el pensamiento de Duarte y Jefferson fueron troquelados por las ideas de Montesquieu y el movimiento intelectual conocido como la Ilustración, donde la separación de poderes y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fueron sus ejes fundacionales.

Es evidente, por tanto, que las semillas eran buenas.

Pero cuando comparamos a los primeros “sembradores”, las diferencias son notables. A pesar que tanto Washington como Santana eran descendientes de inmigrantes, generales valientes, comandantes de los ejércitos independentistas, y que después de cumplida su misión ambos se retiraron a sus haciendas para luego ser llamados a ocupar la honrosa posición de ser el primer presidente de sus respectivas naciones, luego de ese paralelismo de sus vidas empezaron las grandes disparidades.

Mientras el héroe militar de la batalla de Yorktown no quiso participar en los debates de la primera proclama y elección presidencial, el héroe de Las Carreras atemorizó y corrompió a la Asamblea Nacional violando la aún virgen Primera Constitución de la República, e hizo que lo proclamaran “Presidente de la República”, que por justicia debió recaer en Juan Pablo Duarte, quien sería inmediatamente deportado, con lo que empezaría su vía crucis de humillaciones, sufrimientos y martirio, que luego lo consagrarían como el Cristo de la Libertad.

Mientras el gladiador de la batalla de Saratoga consolidada su débil nación fortaleciendo las libertades democráticas, el guerrero de la contienda de El Número imponía las cadenas del totalitarismo.

De igual manera, mientras Jefferson era cauteloso con el manejo financiero, Báez era voraz; mientras el erudito estadounidense consolidó su nación comprando más territorios para expandir sus dominios, el político dominicano trataba de enajenar parte del territorio quisqueyano para pagar deudas por los malos manejos financieros del Estado a su cargo. ¡Cuánta diferencia!

Pensamos y creemos que aún estamos a tiempo para que nuestros “agricultores” hagan siembras de patriotismo, no de la “patriotería” que se niega con los hechos, sino del amor patrio edificado en buenas obras como testimonio del bien que albergamos.

Amemos la Patria cumpliendo con el deber cívico en todas las actividades ciudadanas: los padres criando en valores a sus hijos, los empleados cumpliendo con honradez y empeño sus labores; los estudiantes reconociendo lo importante que ellos son para el porvenir de la Nación, y aprovechen al máximo la oportunidad de estudiar como medio de dignificar sus vidas siendo mejores cada día.

Pues aman a su patria quienes “siembran” adecuadamente el respeto a la ley y a sus semejantes; aquellos privilegiados que tienen riquezas y creen que es mejor dar que recibir. Aman la Patria aquellos “agricultores” como Juan Bosch, cuando escribió en su obra La Mañosa, “que había aprendido del campo una cosa: que la mejor tierra no se ve es porque la cubre la maleza”.