Un hombre, un barrio y unos muchachos
Con un cura que apostó siempre por los jóvenes, llegó un gran Señor, no sólo con ideas, se entregó y asumió el barrio de Cristo Rey, como suyo, desde entonces el susurro, “ese hombre tan rico y camina con nosotros, comparte con nosotros”, unos iban a observar, otros se integraban y así se marcó una época.
Olga Sánchez
Era una vez, un barrio, quizás el más popular de la ciudad capital. En su mayoría la población era gente proveniente del cibao, el barrio conservaba las características de las regiones de sus inmigrantes, el folklor, modo de alimentarse, hasta en los gestos para saludar era notorio que exhibían una forma muy respetuosa, pero la solidaridad era el elemento más preponderante en toda su gente, era un sector sumamente excepcional. La sensibilidad y la hospitalidad de su gente, por mucho tiempo lo identifico, como uno de los mejores lugares para vivir, no solo por su gente, sino por lo estratégico de su ubicación, casi en el centro de la ciudad capital.
Las organizaciones y grupos por parte de la Iglesia marcaban la diferencia y aunque de los clubes quedaban rastros, el estilo de vida era muy valorado. Los jóvenes caminaban en busca de cambio, trabajaban, estudiaban y aun con tiempo para las reuniones y el disfrute del compartir con amigos, era la magia del buen vivir. Para esa época existían grupos de adolescentes muy activos, la cuestión era pensar y actuar. Así se formaron los muchachos de Camilo, hicieron historia con sus sueños y utopías, han pasado décadas y aun los muchachos de Camilo se sienten.
Con un cura que apostó siempre por los jóvenes, llegó un gran Señor, no sólo con ideas, se entregó y asumió el barrio de Cristo Rey, como suyo, desde entonces el susurro, “ese hombre tan rico y camina con nosotros, comparte con nosotros”, unos iban a observar, otros se integraban y así se marcó una época. Ese hombre rico cargó con sus amigos empresarios a trabajar por un barrio con identidad, desde entonces un grupo de empresarios conocieron a Cristo Rey, específicamente La 40, donde la dictadura marcó con hechos abominables, tristes recuerdo en nuestra historia. A ese grupo de empresarios, lo hizo cenar yaniqueques con agua de coco y pagarlo, cual restaurante de cinco cubiertos convenciéndole de que no todo estaba perdido, había que invertir en los barrios, en su gente no solo dinero, sino compartiendo experiencia de cómo llegar a la cima, a través del trabajo.
El hombre rico aportó sus recursos, su tiempo, su familia y hasta sus amigos pusieron en este barrio su sello, la construcción de una biblioteca y jornadas de trabajo que han servido de experiencia a instituciones para formar y crear conciencia de cómo organizar un barrio y su gente, por eso hoy existen “los muchachos de Camilo”. Entre ellos prospero empresarios, directores de medios en fin muchachos de bien.
Sus hijos fueron parte del proyecto y en las jornadas de trabajo se veían integrados en las necesidades de la comunidad. Se le solía ver en las reuniones con su media naranja, según él expresaba, hoy quienes lo conocen saben que es su naranja entera, una de las mujeres más talentosa y emprendedora de la República Dominicana Haydée Rainieri.
Han pasados varios años, no los vamos a contar para no decir que somos viejos, y con estos, el recuerdo de aquella época se quedo el amigo de Cristo Rey, de su gente, de sus jóvenes, en fin de la historia. Ese hombre dejó sus ideas emprendedoras, su espíritu de trabajo, y el recuerdo del equipo y del líder, a sabiendas que los logros de todas las civilizaciones se han conseguido siempre en grupo, quizás por esto le ha funcionado a la perfección la empresa líder del turismo dominicano el Grupo Punta Cana.
Sus grandes obras radican en el sector turismo, sin dejar de marcar y ensanchar otros horizontes, cual humanista que busca recuperar la dignidad y construir esperanza.
Ha pasado el tiempo y como él, pocas personas han dejado huellas, sobre todo asumir la amistad por tiempos con el barrio y con su gente, pues se hizo uno de ellos Frank Rainieri.