La República

ANGUSTIA

Detrás de dádivas que a veces no les toca: historias de envejecientes que piden en las iglesias

Foto: Adriano Rosario

“No me pudo dar nada, porque esas mujeres le echaban mano, y yo tenía miedo, porque me podían tumbar”.

El lamento corresponde a la envejeciente Francia Ramírez, de 83 años, minutos después de que intentara, sin éxito, recibir alguna limosna que entregaba una dama a un grupo de perdigüeños, a la salida de una iglesia.

“Yo estoy enferma, sufro de azúcar, de cataratas, y de la presión”, comentó cuando fue abordada por reporteros de LISTÍN DIARIO.

Pese a su avanzada edad y a sus dolencias, se trasladó desde el sector Villas Agrícolas a la Zona Colonial, para participar en una eucaristía en la Iglesia Nuestra Señora de las Mercedes, y también ver si allí encontraba alguna ayuda.

“Creía que no iba a venir por la azúcar, la azúcar me acabó”, enfatizó.

No tenía la intención de abandonar el área después que se marchó la señora que daba la limosna, porque quería ver si conseguía algo, ya que no pudo obtener nada en ese momento.

Caminaba sostenida en un bastón, porque se fracturó una pierna en el metro, según contó. Andaba acompañaba de una biznieta adolescente, a la cual también se le vio extender la mano en espera de dinero.

¿De qué vive?

Francia expresó que ella percibe algunos ingresos por la venta de botellas. “Me las llevan y yo las voy echando en un saco. Yo antes las cargaba pero ya no puedo, las fuerzas no me dan”, apuntó.

Narró que comenzó a vender botellas cuando tenía 20 años, lo cual combinaba con rifas.

Es viuda desde hace 17 años. Vive en una casita que le dejó el esposo. “El marido mío se murió y con esa casa no cuento, porque él tuvo siete hijos en la calle y nada más están esperando que yo me muera para hacerla vender”, manifiesta.

Describe la vivienda como un ranchito, para enfatizar que no está muy buena. “Allá tengo yo tó´ mojao, se me metió el agua, yo tenía miedo que el ciclón (María) me la tumbe”, cuenta. Dice que tiene una cama porque se la regaló una de la iglesia, que se la llevó a su misma casa.

Comenta que aunque su marido era discapacitado de una pierna, le buscaba su comida, porque era pensionado de la Policía. “Pero el chequecito, como no éramos casados, no me lo dieron”, se quejó.

Tiene cinco hijas, de las cuales solo una es empleada. Trabaja en el ayuntamiento, donde se ocupa de barrer en las calles. Manifestó que otra se dedica a vender ropitas. “No tienen empleo, mira, ni la tarjeta de Comer es Primero me la han conseguido”, dice.

Al iniciar la entrevista, una persona le advirtió que le estaban tomando fotos, y esta fue la respuesta de Francia: “No importa, no es robando que estoy”.

Al igual que Francia, la señora Eneria Pérez, de 60 años, buscaba alguna limosna. Ella dice que lava y plancha, pero que a veces no encuentra quien le pague por esa labor, pues observa que las personas que tienen lavadoras lo hacen ellas mismas. “Si conseguimos, hacemos la chiripita”, dice.

Solo tuvo una hija, que le dio dos nietos. Aunque los nietos no viven con ella, sino con la abuela paterna, sostiene que a ella le piden que les lleve leche.

Vive en la casa de sus padres, ya fallecidos, la cual sostiene que está muy deteriorada. Y de inmediato provecha para pedir que se la arreglen.

“Vivo en la casa de mi mamá y mi papá, si me la arreglan y me dan una ayuda, un chin de tabla”, indica. Pero también, pide que le den algún trabajito, pues dice que puede barrer en las calles. Cuando se le preguntó si tenía algún número de teléfono para contactarla, respondió: “Ay, no tenemos, porque no tenemos trabajo”.

Un llamado a la calma

¡Cálmense, cálmense! Les decía la señora Estanailda Disla de Fabián al grupo de limosnero que la arroparon, como cuando un león logra atrapar a su presa, en busca de conseguir algo del dinero que estaba repartiendo a la salida de una iglesia, entre los que se encontraban las señoras Francia Ramírez y Eneria Pérez.

Era domingo. Disla de Fabian salía de la iglesia Las Mercedes, donde asistió a misa. Cuando los perdigüeños se percataron dentro de la parroquia que la dama tenía intención de dar, la siguieron.

Ella salió del templo rápidamente, diciéndoles “vengan para acá, que dentro yo no doy nada”. Ya fuera de la parroquia, los necesitados se le tiraron encima, a punto casi de agredirla para no quedarse excluidos del reparto.

Un policía turístico de servicio en la zona les llamó la atención, pero la dama le dijo: “déjelos, que cuando se hace una labor humanitaria no se hace con atropellos”.

La señora Estanailda Disla de Fabián precisó que suele dar limosna, ropas, alimentos y útiles escolares tanto en el sector San Miguel, del Distrito Nacional, donde vive, como en otros lugares.

“Dar es lo que deben hacer todos, porque tenemos momentos difíciles, un momento lleno de temor, un momento lleno de angustias”, acotó. La dama es diseñadora, cuyo oficio ejerce en Estados Unidos.

No ha calculado cuanto dispone para obras de caridad, pero precisó que este año, dio mil canastas navideñas, y que el día de las madres hizo fiesta donde entregó artículos del hogar. Señaló que se disponía a acudir a zonas afectadas por el huracán María para hacer donaciones.