La República

REPORTAJE

Deforestación y desertificación de Haití, una amenaza para RD

Desértico. En Haití apenas queda del 1 al 2% del territorio como zonas boscosas.

“He recorrido prácticamente todo el globo, y puedo decir que no existe ninguna otra isla tan hermosa como Santo Domingo. Ningún país posee una fuerza de producción mayor, en ningún país hay tanta diversidad del suelo, de climas y de productos, ningún país goza de una situación geográfica tan admirable. En ninguna otra parte las laderas de las montañas ofrecen tanta variedad y tantas vistas maravillosas, en las que se erigen las residencias más cautivadoras y saludables”.

Cuando un explorador del planeta como fue el británico St. John Spencer se expresa de la manera anterior, hace un gran esfuerzo para abreviar en pocas palabras toda la belleza que por sus ojos pasó en su tarea por auscultar cada rincón del planeta donde cumplió misión diplomática, tal como lo hizo en 1844 en el vecino Haití.

Las primeras expresiones de asombro ante la belleza de la isla no fueron pronunciadas por el señor Spencer, sino por el propio Almirante. Desde los años de la llegada a la isla de los españoles, la conservación boscosa y de la fauna era de una riqueza fuera de lo común, narrada también por los Cronistas de Indias.

El jueves 6 de diciembre de 1492, en su Diario del primer viaje, Cristóbal Colón escribió: “Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte d’ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdova...”

Con los siglos, esta realidad sería transformada en una patética amenaza por parte de sus pobladores.

La miseria y la ignorancia de los campesinos de ambas repúblicas que comparten La Hispaniola, no obstante, son las mejores aliadas de la desertificación y deforestación, especialmente en Haití donde el bosque se reduce a solo el 2 por ciento, lo que provoca deslizamientos de tierra en las temporadas de lluvia, arrastrando cultivos, propiedades y familias.

La desertificación y deforestación del suelo haitiano no solo se ha convertido en una amenaza real para sus habitantes, sino para República Dominicana donde esos problemas no son tan profundos como en el suelo vecino, pero que comienzan a sentirse en la frontera, hecho comprobado con la riada ocurrida en el año 2004, producto de fuertes aguaceros registrados en las montañas haitianas vecinas, que desbordaron el río Soliette, con más de 90 años dormido, provocando poco más de 400 muertos en los dos lados de la isla.

La criticidad de la desertificación y la deforestación en el vecino país es una problemática que viene siendo tratada de manera especial por representantes de organizaciones internacionales, que ya reunidas en República Dominicana evaluaron su labor de diez años de combate. Entre las entidades participantes en el año 2009 estuvieron la Convención de las Naciones Unidas para el Combate de la Desertificación y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO). En Haití, la situación es especialmente grave: apenas queda entre 1 y 2 por ciento de zonas boscosas, al tiempo que la desertificación es un fenómeno que dificulta el acceso al agua, mientras la pobreza lleva a que la gente utilice los últimos recursos que les quedan de manera especialmente intensa y emplean las laderas para sembrar, sin terrazas y sin protección contra la erosión, que es lo que ocurre en las sierras fronterizas, particularmente en la zona montañosa de la región sur dominicana.

“El exceso de regadío, los monocultivos-como el café en Haití- y la sobreexplotación de la ganadería son otros factores de desertificación”, dijo en aquel cónclave Anselm Duchrow, del proyecto regional contra la desertificación de la GTZ para América Central y el Caribe.

Otra de las variables analizadas es que en Haití, después de los años de guerra e inestabilidad política, a lo que se suma el terremoto de 2010, se hace necesario reconstruir las estructuras nacionales. “Estamos conscientes de que un Estado como éste, de papel, requiere de mucha inversión que nosotros mismos no estamos en capacidad de dar; es una tarea que rebasa nuestro mandato”, sostuvo Duchrow.

La disyuntiva que se le presenta a más de una de las ONG que intervienen en el tema de la desertificación, la sequía y la falta de agua en Haití, es si se dedican a invertir en estos problemas o, en cambio, vuelcan recursos en la reconstrucción del Estado.

Sobre el particular, Duchrow, de la GTZ, reflexiona de la siguiente manera:

“Justo en el caso de Haití si la estrategia entera estuviese orientada a reconstruir el país, puede darse el caso de que se invierta mucho dinero en estructuras carcomidas y que a la población no le llegara la ayuda. Hay que enfrentar ambos lados y no existe una estrategia correcta, no se puede decir que los dineros invertidos en política medioambiental estarían mejor invertidos en procesos de democratización pues éstos dependen de los medios de subsistencia de la gente, de la calidad de los suelos y, en bastante medida, del agua”.

“El éxito de nuestro programa-dice- está íntimamente relacionado con la solución de muchos otros problemas políticos”. Hay coincidencia en muchos de los expertos que trabajan con el tema en la isla de que para emprender una política de desarrollo razonable en esta región, se necesita mejorar las estructuras nacionales, que en ciertas comunidades haitianas no existen.

La ignorancia, que fue abordado por el desaparecido experto alemán Louis Gentil Tippenhauer, es una de las trabas principales con que se enfrentan los gobiernos locales y las entidades de cooperación en Haití, a fin de avanzar en detener la ola depredadora que desde el occidente de la isla viene arrasando.

Lo que éramos En uno de los trabajos más enjundiosos que se ha hecho, “La isla de Haití”, (así se denominaba la isla entonces), publicado por la Academia Dominicana de la Historia, Louis Gentil Tippenhauer, cita a diversos autores sobre el encanto que les produjo la belleza del territorio de La Hispaniola por la profusión de sus bosques, ríos, montañas y, en sentido general, por su riqueza natural.

Sobre Haití hace dos siglos, Bryan Edwars, referido por Tippenhauer, afirmaba que “las posesiones francesas en esta espléndida isla se consideran los jardines de las Indias Occidentales...”

Por esos mismos tiempos, investigadores extranjeros y dominicanos realizaron estudios profundos y profusos sobre la “monografía Quisqueyana” intentando establecer un “censo” sobre flora, fauna, agricultura, foresta, ganadería industrias, comercio, suelos, arroyos, ríos, recursos mineros, fósiles, manantiales termales, yacimientos de petróleo y las condiciones meteorológicas.

Traducida del alemán al español, la obra de Tippenhauer hace un abordaje detallado del caudal de riqueza en los dos lados de la isla en los siglos posteriores a la llegada de los españoles.

La calidad y fertilidad del suelo lo atestiguó, además, Moreau de Saint Mery en una descripción topográfica, física, política, poblacional e histórica de la parte francesa, escrita en 1796. Juan Nieto y Barcácel también hizo un recorrido por el territorio de República Dominicana durante los años 1810 hasta 1815, dejando testimonios escritos de la gran riqueza natural de la parte este de la isla.

Con una densidad poblacional asombrosa de 391 habitantes por kilómetros cuadrados y una población de 10 millones 847 mil 334 habitantes, Haití ha venido de más a menos en ese renglón, lo que deriva en hacinamiento y empeoramiento en las condiciones de vida de su gente.

Muy avanzado el siglo XlX, en 1874, se emprendieron esfuerzos reales para la conservación de los bosques. Tanto en Haití como en República Dominicana la explotación forestal apenas existía, aunque sí el trazado de caminos forestales, según pudo establecer Tippenhauer en su estudio.

Cita, pues, que el 7 de octubre de ese año “se decretó en Santo Domingo la protección de la floresta, obligando a los agricultores a dejar un 5 por ciento del suelo cultivado con árboles, prohibiéndose la tala de manantiales con una multa de hasta 50 pesos por tarea”. Para el Estado, sin embargo, era rentable la tala de árboles para exportación, por lo que el autor ya habla de la necesidad de repoblar los lugares de impacto.

Poco antes de la Revolución Haitiana, en 1791, las exportaciones de madera de ese país fueron de 1 millón y medio de libras de madera; en 1820, 2 millones; en 1840, unos 20 millones; en 1860, casi 104 millones y en 1880 hasta 321 millones 729 mil 800 libras, entre Campeche, palo amarillo, zángano y caoba, entre otros tipos de madera.

Si República Dominicana no toma medidas enérgicas en esa dirección, en varias décadas nuestro suelo perderá por completo el bosque que aún conservamos.

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