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ANTE ASESINATO

La fe de creyentes de la parroquia Santa Cecilia no se ha doblegado

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Dalton HerreraSanto Domingo Este

La parroquia Santa Cecilia lucía anoche vacía y lúgubre. Un diácono oficiaba la misa que acostumbraba a realizar el sacerdote Elvin Taveras, quien está acusado de asesinar al adolescente Fernelis Carrión y por el que deberá cumplir un año de prisión preventiva en el Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo-Hombres.

Eran catorce personas, entre ellas dos niños, que rezaban y coreaban los cánticos frente al mismo lugar en que, según la División de Investigaciones de Homicidios de Santo Domingo Este, fue asesinado a martillazos y puñaladas, y finalmente degollado, el joven de 16 años de edad.

“Las cosas materiales nos roban la espiritualidad, nos quita la santidad. Mientras más amor a las cosas materiales le vamos teniendo, entonces Cristo va desapareciendo de nuestras vidas”, decía el diácono enviado ayer por la iglesia, solo identificado como Danilo.

La hostia fue repartida ante las bendiciones y los salmos, a la vez que el diácono anunciaba que el Arzobispado de Santo Domingo enviaría pronto un nuevo sacerdote a la parroquia para continuar la tarea de predicar la palabra de Dios.

Al llegar al templo, una ayudante del diácono que oficiaba la misa se acercó a la puerta al ver a los periodistas del Listín Diario y preguntó: “¿qué quieren?”, a lo que reporteros del LISTIN respondieron que solo pretendían escuchar la misa.

Los feligreses miraban a los reporteros con curiosidad. Algunos se mantenían cabizbajos al ver el lente del fotógrafo que captaba el rededor.

El pasado viernes, justo hace ocho días, desapareció el adolescente Fernelis Carrión. La familia del joven denunció la noche del lunes 7 de agosto que su pariente era abusado sexualmente por el cura, y le acusaron de la muerte.

Y según las investigaciones de la Policía Nacional así sucedió. Al día siguiente, la Arquidiocesis de Santo Domingo anunció la suspensión del sacerdote y le pidió perdón a la familia Carrión Saviñon.

Anoche, al final de la eucaristía, la bolsa de la ofrenda circuló delante de los presentes que arrojaron sus pocas monedas. Los feligreses se abrazaron unos con otros y se despidieron al canto de “gracias señor por habernos recibido…”.

No obstante a todo lo sucedido estos días, la fe de los creyentes no se había doblegado.