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Mayobanex se consideraba “un privilegiado de Dios’’

FUE EL PRIMERO DE LOS 198 EXPEDICIONARIOS QUE BAJÓ DEL AVIÓN A SU LLEGADA A CONSTANZA EN 1959

Era aproximadamente las 3:00 de la tarde del domingo 14 de junio de 1959 cuando un grupo de 54 expedicionarios de distintas nacionalidades, despega en el avión C-46 Curtis desde una pista clandestina que Fidel Castro tenía en la Sierra Maestra, Cuba. Durante una hora reinó un silencio sepulcral, que solo interrumpió el canto del Himno Nacional dominicano, ya que todos temían que la aeronave fuera derribada. Su principal objetivo era llegar a República Dominicana para derrocar el Gobierno de Rafael Leónidas Trujillo.

En el grupo se destacaba una persona, por ser el que conocía al dedillo la zona donde aterrizaría el avión, por lo que venían totalmente confiados en que el arribo de la aeronave, que estaba camuflada con las insignias de la Aviación Militar Dominicana, sería todo un éxito. Y así fue, pero lo que Mayobanex Vargas no tenía planeado era la forma de salir airoso tantas veces de las emboscadas de la muerte tras su llegada al país.

Cuando Mayobanex escuchó que el comandante del grupo, Enrique Jimenes Moya estaba preparando la lista de los que llegarían en el avión, se interesó en formar parte del grupo, se acerca a él explicándole que era campesino y que conocía al dedillo la zona donde aterrizarían, por lo que creía conveniente que él viniera en el viaje.

Jimenes Moya no lo pensó dos veces, veía en Mayobanex a la persona idónea para que cuando llegaran a las montañas pudiera guiar al grupo. Saca un integrante de la lista y lo agrega a él. Al que sacaron murió junto a otros compañeros que vinieron seis días después en la embarcación.

La llegada Al pisar suelo dominicano, el grupo de divide en dos, uno toma para la izquierda y el otro hacia la derecha. Mayobanex formaba parte del grupo de la izquierda, pero notó que iba muy lejos, por lo que decidió devolverse e integrarse al de la derecha, al primero lo eliminaron casi por completo.

Al salir airoso de esta emboscada, el líder de grupo le ordena que le quite 250 de los 500 tiros que trajeron cada integrante del grupo para que los guardara en un lugar que solo él supiera, para cuando se presentara la necesidad de utilizarlos. Otro compañero lo escuchó y asumió la responsabilidad del mandado, cuando se necesitaron las municiones, que su compañero las fue a buscar fue sorprendido por un ataque que se lo llevó de paro.

Ya son tres las veces que este joven, de apenas 23 años había escapado a la muerte, pero no sabía cuántas otras le quedaban. Aún así seguía su lucha con la convicción de que lo único que tenía seguro era la voluntad y el coraje de salvar a un pueblo de la dictadura.

Tras varias semanas subiendo y bajando montañas y sufriendo el apresamiento de su padre por la decisión que había tomado su hijo, Mayobanex decide entregarse. Era una tarde del 5 de julio y para ello le avisó a Petán Trujillo, quien de inmediato lo mandó a buscar.

“Me entregué en la finca de nosotros, en Blanco, en la loma. Un pequeño valle de esa montaña (Bonao), donde yo había soñado combatir a Trujillo como guerrillero. Por la radio yo conocí a todas esas personas organizándose, a Fidel, y empecé a crearme ideas propias en esas montañas”, narra Mayobanex al recordar aquellos momentos.

Durante su traslado a la comandancia deciden pasarlo por el frente de la casa de su madre, “para que lo viera por última vez”. Al encontrarse se abrazan y se besan bajo un mar de llantos, la despedida de su madre fue una súplica al Todopoderoso, que a él le entregaba su hijo, plegaria que hizo hincada en el mismo medio de la vía.

Él se marcha y las miradas de ambos se confunden en la distancia. Al llegar a la comandancia le esperaba un intenso interrogatorio, pero también a la puerta aguardaban dos periodistas norteamericanos, que desde que el expedicionario llegó se interesaron por conocer su caso.

Pero ahí no fue mucho lo que éstos pudieron hacer, ya los militares sabían que debían obrar fino, para que el mensaje no pasara fuera de las fronteras. De un interrogatorio, donde el jefe de operaciones hacía las preguntas y se las respondía él mismo, no pasó. Fue entonces cuando, ya en la madrugada, deciden enviarlo al centro de tortura que operaba en San Isidro. Para ello utilizaron un avión que despegó de la misma pista donde aterrizaron al llegar de Cuba.

“Yo veo esos dos señores altos y rubios con cámaras, me doy cuenta que son periodistas, cuando me llevan con una ametralladora puesta en el costado derecho, y amarrado, paso por el medio de los periodistas, con la mirada les pedí tantas cosas”, recuerda.

El paredón Mayobanex calificó el trayecto como “el viaje al infierno”, por la forma en que operaban los centros de tortura. Entendió que lo peor estaba por llegar. Y así fue. “Hubo un momento de desesperación cuando me estaban torturando con un bastón eléctrico que llamé a mi mamá y a mi Dios”. Ya por ahí habían pasado 67 de sus compañeros, cuyos cuerpos encontraron en una fosa común del lugar.

Tras el amargo episodio le preguntan que si es católico y le responde que sí. La siguiente interrogante era que si se quería confesar, lo que también responde positivo. Ya hecho un guiñapo, proceden a llevarlo a una pequeña sala, donde paseaban a todos los que estaban en lista para ser llevados al paredón. Pero antes de ser fusilado le hace una última petición al sacerdote, y es que su cadáver se lo entregaran a su familia. Eso indignó al religioso, respondiendo que él era un perturbador de la paz, por lo que no merecía que sus restos fueran llevados a un lugar digno. Tras escuchar la negativa del sacerdote, se negó a confesarse.

“Cuando se va el sacerdote, yo caí de rodillas. Ahí fue la primera vez que yo hablé con Dios, porque Él me cuidaba, pero yo no sabía, me cuidaba en todos los momentos difíciles. Me hinco y le pido que me dejara morir con dignidad, porque era muy triste después de uno tomar una decisión de esa naturaleza entonces acobardarme”, dice.

Pese a todo, la suerte lo acompañó, pues hasta allí lo siguieron los dos periodistas que se encontró cuando lo llevaron a la comandancia. Pocos minutos después observa que vienen dos oficiales con un uniforme en las manos. Es ahí cuando comienza a contar los últimos minutos de su vida. Pero observa algo raro. Le entregan uniforme nuevo y le quitan las esposas. Entendía que si lo iban a fusilar no le debían quitar los grilletes. “Cuando me van a montar en el carro se aparece uno de ellos (oficial) y me dice: Mira, ahí hay dos periodistas que te quieren ver, ten cuidado con lo que tu habla”. Les entregaron el detenido a los periodistas. Tras escapársele por cuarta vez a la muerte, Mayobanex sale del lugar con la convicción de que si no era libre, por lo menos salió respirando, lo que muchos que pasaron por ahí no lograron. Salió de los esbirros de Trujillo, más no así de los de Balaguer. Es ahí cuando se ve en la necesidad de salir del país para resguardar su integridad física y evitar seguir pasando sobresaltos. Retornó al país en el cuatrienio 74-78.

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