La República

OBSERVATORIO GLOBAL

El plagio de melania

Leonel FernándezSanto Domingo

En principio, su discurso fue recibido de manera entusiasta. Su personalidad irradiaba simpatía y elegancia. El contenido de su alocución, convincente. Su tono, apropiado. El aplauso final fue el reconocimiento de que su mensaje había calado en las mentes y corazones de los presentes.

Sin embargo, al día siguiente todo había cambiado. Se descubrió a través de Twitter que Melania Trump, la ex-modelo, esposa del candidato presidencial republicano Donald Trump, había incurrido en una de las faltas más graves en el mundo de las ideas y de la creación: el plagio.

Había copiado, literalmente, párrafos completos de un discurso pronunciado ocho años atrás por la actual Primera Dama de los Estados Unidos, Michelle Obama, en el momento en que su esposo, Barack Obama, era proclamado candidato presidencial del Partido Demócrata.

Los responsables de la candidatura de Donald Trump reaccionaron, inicialmente, tratando de mitigar el efecto del daño creado.

Afirmaban que eran frases comunes que cualquiera podría pronunciar. Que no había plagio alguno en las palabras de la aspirante a Primera Dama.

No obstante, según trascendió, hasta los propios familiares del candidato republicano se alzaron en cólera.

Estaban furiosos. Sabían que esa falta había deslucido el espectáculo de la convención y desmeritado el esfuerzo de la esposa del candidato en proyectar el lado humano de su figura.

Al final, se tuvo que admitir que algún desliz se había cometido.

Algunos intentaron atribuírselo a la propia Melania, ya que esta había afirmado con anterioridad que era la autora de su discurso.

Pero luego surgió otra versión.

La supuesta responsable sería Meredith McIver, encargada de redactar esa pieza oratoria.

Había olvidado eliminar los párrafos presuntamente sugeridos por Melania del discurso de Michelle Obama, en la última versión del texto.

Escritores de discursos

En los Estados Unidos existe una larga tradición de profesionales cuyo oficio consiste en la redacción de discursos. Son los llamados speechwriters en la lengua sajona. Los hay para todas las actividades y oficios.

Hay quienes los escriben para empresarios, comerciantes, artistas, y, por supuesto, para políticos.

En la actividad política, se cuenta que Alexander Hamilton llegó a escribir varios discursos para el primer presidente que tuvo la nación, George Washington.

De igual forma lo hizo John Quincy Adams para el presidente James Monroe, mejor conocido por la doctrina que lleva su nombre.

Durante el siglo XIX, tanto Andrew Johnson como Ulises S.

Grant tuvieron la asistencia de profesionales de la palabra para elaborar algunos de sus discursos.

Se cuenta, inclusive, que hasta el propio Abraham Lincoln, quien tenía fama de escribir sus propias alocuciones, en algún momento llegó a contar con el auxilio de quien había sido su rival político: William Seward.

Sin embargo, no fue sino hasta la segunda década del siglo XX cuando llegó a institucionalizarse, de manera definitiva, en territorio norteamericano, el uso de escritores de discursos para primeros mandatarios.

Ese fue el caso del presidente Warren Harding, quien contrató para esos fines a Judson Welliver, cuyo nombre sirve actualmente para designar a la asociación bipartidista de escritores de discursos de los Estados Unidos.

En tiempos más recientes se reconocen a varios destacados escritores de discursos para presidentes norteamericanos. Entre estos se encuentran Arthur Schlesinger Jr., quien los escribía para John F. Kennedy; Pat Buchanan para Richard Nixon; James Fallows para Jimmy Carter; y Peggy Noonan para Ronald Reagan.

Pero, tal vez, el más prominente de todos, lo haya sido Ted Sorensen, quien al igual que Schlesinger, redactaba los discursos pronunciados por uno de los más impactantes oradores de la política norteamericana contemporánea: el presidente John F. Kennedy.

Entre Kennedy y Sorensen había una gran conexión intelectual.

Se afirma que era su otra mitad; que su nivel de identidad con el presidente Kennedy era de tal magnitud que podía leer su mente y adelantarse en el pronunciamiento de sus palabras.

La capacidad de Sorensen en la redacción de discursos era tal que podía calcular el número de aplausos que la alocución concitaría.

Como parte de su leyenda se dice que antes de redactar una pieza oratoria preguntaba a su interlocutor con cuántos aplausos lo quería.

Así era ese genio de la palabra, a quien se le atribuye la famosa frase de Kennedy pronunciada en su toma de posesión: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”.

De igual manera, fue su capacidad creativa la que estuvo detrás del memorable discurso del joven presidente norteamericano ante el Muro de Berlín, Ich bin ein Berliner (yo soy un ciudadano de Berlín).

Por su parte, en la actualidad, el presidente Barack Obama ha contado con dos jóvenes virtuosos de la palabra, quienes han sabido tejer sus discursos con la fuerza emotiva que suelen tener las intervenciones del primer presidente afroamericano de los Estados Unidos.

Se trata de Jon Favreau y Cody Keenan, quienes con menos 35 años de edad, al llegar a desempeñar sus funciones en la Casa Blanca, se convirtieron en los artesanos de la fabricación de imágenes, símbolos y significados que emplea el llamado hombre más poderoso del planeta.

La retórica del poder

Desde la antigu¨edad griega se discute acerca del papel de la dialéctica y la retórica en alcanzar el convencimiento o persuasión de los ciudadanos en relación a temas de interés colectivo.

Ya lo había expresado Aristóteles en su texto, La Retórica, el cual fue objeto de comentarios en los Diálogos de Platón, tanto en Gorgias como en Fedro.

En ambos trabajos se elaboran argumentos en torno al uso de la palabra como instrumento de convencimiento o de empleo de sofismas, manipulación y desinformación.

También, desde aquella época, el poder político siempre se ha entendido como una relación entre los que gobiernan y los que son gobernados. Esa relación de subordinación se logra, por un lado, en base al uso de la palabra, que confiere una especie de poder persuasivo; o por el contrario, mediante el empleo de la fuerza, lo que le otorga un poder coercitivo.

En todo caso, siempre se ha preferido la persuasión sobre la coerción. La fuerza de la palabra sobre el poder de la espada.

Sin embargo, para conquistar el poder por vía de la persuasión, es imprescindible disponer de un mensaje que se identifique con las necesidades, aspiraciones y esperanzas de quienes lo reciben.

Ese mensaje, a su vez, requiere de una estructuración, de un estilo retórico o narrativo, que exprese de manera simple, clara, racional, lógica, pero también emotiva, lo que constituye el objeto de la comunicación.

En adición a la simplicidad y claridad del mensaje, los que se dedican al oficio de elaboración de discursos suelen valerse de las llamadas figuras literarias o técnicas retóricas del lenguaje.

De ahí surge el poder de la metáfora, de las imágenes, de las analogías, como formas de transmisión de ideas con un sentido estético, de belleza, que producen un impacto emocional, y, por consiguiente, una capacidad de conmoción y de identificación con los valores expresados.

Todos los grandes discursos pronunciados en distintos momentos históricos, han logrado su trascendencia debido al uso adecuado de alguna imagen o metáfora que se hace memorable o imborrable en el tiempo.

Se trata de Abraham Lincoln, con su famosa frase: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”; de Franklin Delano Roosevelt, “a lo único que debemos temer es al miedo mismo”; de Winston Churchill “solo ofrezco sangre, sudor y lágrimas”; de Martin Luther King, con su famosa frase “Tengo un sueño”; y de Fidel Castro, “la historia me absolverá”.

En su discurso, Melania Trump empleó una impactante y emocionante metáfora. Dijo así: “Mis padres me impregnaron valores: trabajar fuerte para lo que se desea en la vida. Que tu palabra te obligue, que haces lo que dices y mantienes tus promesas. Que se trata a la gente con respeto.

Me enseñaron a mostrar valores y moral en mi vida diaria. Esa es la lección que transfiero a nuestro hijo.” Hermosas palabras. Magnífico mensaje. Elocuente testimonio.

Solo hay un problema. No son propiamente palabras auténticas de Melania Trump. Son, más bien, de Michelle Obama.

A eso, en el mundo de las letras se le conoce como plagio; y es lamentable que luego de un impresionante espectáculo de luces, música y algarabía, lo que la historia habrá de registrar es que se trató de un fraude, de un fiasco, de un plagio. El plagio de Melania.

Tags relacionados