SEMBLANZA

El General que salvó de la muerte a perseguidos políticos

PALABRAS PRONUNCIADAS POR FRANK RAINIERI EN NOMBRE DE LA FAMILIA IMBERT BARRERA EN EL ACTO DEL SEPELIO

Muy Buenas Tardes:

En nombre de Giralda, Tony, Oscar, los descendientes de Cuchi, la familia Imbert y en el mío propio, permítanme agradecer a ustedes por acompañarnos en este momento y a todos los que de una u otra forma se han unido en la despedida al Héroe Nacional, General Antonio Imbert Barrera; para unos don Antonio, para sus hijos y nietos Papitón, y tío Antonio para mí y muchos otros.

“La muerte no nos roba a los seres amados. Al contrario, los inmortaliza en nuestros recuerdos”, dijo FranÁois Mauriac.

El Gral. Imbert Barrera estará inmortalizado en el recuerdo de todos aquellos que le conocimos, le tratamos o simplemente siguieron su trayectoria.

Su figura austera, tímida, sencilla, inmutable, con su eterno cigarrillo en la boca, su hablar pausado, directo, su mirada lejana y sus proverbiales citas y anécdotas pueblerinas, no habrá forma de olvidarlas.

Biznieto del héroe de la Restauración de la República, General Jose María Imbert, y nieto del General, Segundo Imbert, Vicepresidente de la República, desde joven pesó sobre sus hombros la carga de una tradición de hombres de honor y gallardía, dispuestos a enfrentar cualquier situación que en el transcurso de la vida se les presentase.

Hombre muy privado, su vida, fuera de su participación en el ajusticiamiento del 30 de Mayo, es poco conocida.

Nació asmático, condición que no limitó su vida. A muy corta edad quedó huérfano de padre y quizás por eso mismo, formó familia muy joven. Hombre práctico, de principios firmes, honesto, franco y enemigo de las lisonjas y del adulamiento.

Desde muy joven y a pesar de ocupar cargos gubernamentales en el gobierno de Trujillo, comenzó a complotar contra la tiranía y ya para finales de la década de los 40, fue “huésped” en las cárceles del Tirano.

Al dejar su Puerto Plata natal, llega a la ciudad de Santo Domingo, y al poco tiempo, con su primo Moncho Imbert y los hermanos Josué y Elizardo Erickson, organizan un grupo con el propósito de volar por los aires al Sátrapa; proyecto que posponen, cuando Moncho decide unir al grupo al Movimiento 14 de Junio.

Develado el complot del 14 de Junio y presos la mayoría de sus compañeros, Antonio Imbert se mantiene activo buscando la forma de lograrle la libertad a nuestro pueblo.

Conversando con su íntimo amigo Salvador Estrella Sadhalá, deciden formar un grupo a fin de eliminar al Tirano. Las circunstancias de la vida llevan a que tiempo después, fruto de una conversación entre Salvador Estrella Sadhalá y Antonio de la Maza, quien tenía un grupo con los mismos propósitos, deciden unir esfuerzos y de ahí surgen el grupo de acción y el grupo político que llevaron a cabo el ajusticiamiento del 30 de Mayo. Esa noche, el carro con la responsabilidad principal, era conducido por Antonio Imbert.

Sobre el 30 de Mayo se ha hablado mucho, pero en lo personal, creo que lo que convirtió a los Héroes del 30 de Mayo en verdaderos héroes, fue, utilizando la jerga de hoy día, que “No tenían un plan B”, no sabían a donde irían a buscar refugio o qué harían, en caso de que el plan fallara. Fueron verdaderos suicidas.

Una vez, al ser cuestionado sobre la persecución Trujillista, tío Antonio dijo: “Si nos hubiésemos puesto a pensar sobre dónde escondernos, no lo hubiéramos intentado”.

Es posible que, en lo que a continuación voy a relatar, incluya situaciones desconocidas para muchos. Así fueron los hechos y así se escribió la historia.

Con el fin de la Tiranía, se inicia una etapa de transición en el país, caracterizada por la inestabilidad política, el surgimiento de fuerzas extremas producto de la guerra fría y la incidencia de los grupos trujillistas en la política, la economía, los medios de comunicación y el control casi absoluto de las Fuerzas Armadas.

El General Imbert, en esta difícil etapa, se convierte en un ente mediador y protector, evitando que las fuerzas más radicales eliminaran a muchos miembros de la juventud dominicana. Y en muchas ocasiones, propició la salida del país de personas cuyas vidas estaban en peligro frente a las fuerzas extremistas.

No dudó en asumir esta responsabilidad cuando el presidente Juan Bosch fue depuesto y solo aceptó salir del país bajo la condición de ser acompañado en el barco por el General Imbert, pues consideraba que solo con él, su vida estaba garantizada. Y no fue infundado ese temor del presidente Bosch.

Los ejemplos de este tipo de actitud responsable y clara, abarcaron todo el espectro político-social de nuestro país. Solo días antes de irse a las montañas, aquel gran dominicano, Manolo Tavárez Justo, fue a visitarle. Al informarle lo que estaba planificando, el General Imbert le dijo que si se iba a la montaña, le estaría dando la oportunidad a los militares trujillistas de eliminarlo. Lamentablemente no se equivocó.

Tiempo después, en un momento en que nuestro país estaba dividido en dos bandos, en que la sangre se derramaba, y del cual todavía no se ha escrito la verdadera historia, es Antonio Imbert el hombre que acepta presidir un gobierno que contaba con la aprobación de ambos grupos en guerra, que lo consideraban como la única persona que podía lograr la paz y evitar un mayor baño de sangre.

Durante ese tiempo también intervino en múltiples ocasiones para salvaguardar la vida de mucha gente. No olvido el caso de mi querido compadre Freddy Beras-Goico, quien estando preso estuvo en peligro de muerte porque grupos militares pedían su cabeza. El General Imbert lo protegió entregándolo a su tío el Cardenal Beras y le pidió que lo sacara del país porque era imposible garantizar su vida.

Freddy se convirtió durante el resto de su vida en uno de los grandes amigos y defensores del General Imbert, a quien llamaba cariñosamente, tío Antonio.

Luego de las elecciones de 1966, enquistados en el poder grupos de fuerte extracción Trujillista, el General Imbert permanece prácticamente en un encarcelamiento domiciliario, hasta que en una plácida mañana de Semana Santa de 1967, testaferros de la familia Trujillo lo emboscaron en plena ciudad y trataron de eliminarlo. Recibió cinco balazos que casi acaban con su vida, pero gracias a su temple logró llegar hasta la Clínica Internacional, y poco después, decenas de jóvenes de todos los grupos sociales y políticos del país, se apersonaron en la clínica tomando control, a fin de que los asesinos no pudiesen regresar.

Fue un testimonio de apoyo a la figura y a la persona del General Imbert.

Años más tarde, cuando en unas elecciones libres y democráticas, grupos civiles y militares pretendieron desconocer los resultados de las urnas, es Antonio Imbert, quien una vez más juega el papel de árbitro y mediador, a fin de asegurar la instalación democrática del presidente electo don Antonio Guzmán, y con él, iniciar la democracia alternativa en el país.

No hubo una situación de conflicto en el país que requiriera su presencia y en la que él no se hiciera presente.

Será la historia, cuando las pasiones y los intereses disminuyan, y den paso a la objetividad, que dará a conocer el verdadero rol del General Imbert Barrera en la historia democrática de nuestra nación.

Pero también está el otro General Imbert, tío Antonio, aquél que siempre tenía un consejo sincero y franco para sus familiares y amigos; aquél que en un febrero de 1970, caminó por la Calle El Conde con la mirada perdida y las lágrimas en los ojos junto a miles de dominicanos que lloraban una tragedia nacional.

Recuerdo cuando un joven político en casa de tío Antonio, se lamentaba por las críticas que un medio de comunicación le hacía y tío Antonio le dijo: “No te preocupes por eso, tú no eres moneda de oro para gustarle a todo el mundo”. Y es que tenía una visión muy clara y práctica de lo que somos los seres humanos.

Le tocó vivir en la cúspide del poder, pero también en la soledad de una “Cárcel viviente”; recibir lisonjas y halagos, pero también la crítica dañina y malsana y el alejamiento y abandono de conocidos. Y todo lo soportó sin amargura ni sentimientos espurios, pues consideraba que todo esto era parte de la vida; y la ingratitud, parte de los seres humanos.

En una ocasión en que me tocó presidir una organización empresarial, me dijo: “Mi hijo, no olvides que el que empuja no se cae, se cae el que se deja empujar”.

Y es que a él, la vida lo había empujado a muchas situaciones difíciles y aunque de ninguna se arrepintió, todas pesaron en su vida.

Fueron muchas las personas que desfilaron por su casa de la Sarasota, y sentados debajo de un árbol de cañafistol o en la salita de su casa, le pidieron un consejo, su apoyo, o simplemente se desahogaron con tío Antonio.

Lo visitaban desde los más humildes ciudadanos hasta los más encopetados empresarios; líderes políticos de izquierda, centro y derecha; profesionales y militares; prácticamente todos los grupos sociales del país, incluyendo Presidentes de la República.

Hasta sus últimos años, cada martes era visitado por un grupo que se convirtió en una peña, en el que participaban exguerrilleros, exgenerales, profesionales, empresarios y políticos, entre muchos otros. Personas que en ningún lugar se sentarían juntas, pero bajo la sombrilla de tío Antonio Imbert, podían compartir.

Fue el refugio de muchos de nosotros; y siempre supo sobreponerse a los momentos duros de su vida, enfrentándolos con decisión, valentía y sencillez.

Siempre pensando en nuestro país y en la libertad, no había un Aniversario de la Gesta del 30 de Mayo, en el que su exhortación no fuese la misma: “Defendamos la libertad que es el valor principal de una sociedad”. Y reiteraba: “Siempre estaré dispuesto a luchar y ofrendar mi vida por la libertad”.

Hoy, al despedirlo de esta tierra, Giralda, su esposa y compañera de casi 45 años, y sus hijos Tony, Oscar y Eduardito, quieren simplemente despedirlo como él vivió: En paz, con honor, con decencia y con la mirada puesta en el más preciado valor de una sociedad: ¡¡¡LA LIBERTAD!!!

Patriota. Antonio Imbert Barrera murió la madrugada del martes a la edad de 95 años de edad.

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