29 DÍAS EN LA VICTORIA

La visita del martirio

EN FEBRERO ENTRARON CERCA DE 70,000 PERSONAS A LA CÁRCEL MÁS GRANDE DEL PAÍS

Encuentro. Un interno carga a su niña en medio de un mar de hombres en el penal de La Victoria.

Encuentro. Un interno carga a su niña en medio de un mar de hombres en el penal de La Victoria.

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Javier Valdivia OlaecheaPenitenciaría Nacional de La Victoria

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“Changó”, viejo zorro, no le despega el ojo a los recién llegados: “El pasajero se mide por la maleta. Yo tengo mis pasajeros”, dice, otro domingo día de visita en La Victoria, en el momento en que una mujer suelta en una sola palabra toda su ira contenida: “¡Desgraciada!”. Afuera, los vehículos van llenando el área de acceso al penal, junto a los autobuses que llevan a los internos a la justicia, y Pascual, uno de los policías que custodia la entrada, bebe su segundo café y una queja furibunda se oye por primera vez en el día.

En ese momento en que una mujer suelta en una sola palabra toda su ira contenida: “¡Desgraciada!”.

Afuera, los vehículos van llenando el área de acceso al penal, junto a los autobuses que llevan a los internos a la justicia, y Pascual, uno de los policías que custodia la entrada, bebe su segundo café y una queja furibunda se oye por primera vez en el día.

La novedad esta mañana es que una mujer de unos 27 años, blanca, alta, ha sido descubierta con tres libras y media de marihuana escondidas en galletas Óreo.

Hay un sobresalto que interrumpe el proceso, dos mujeres policías salen y entran del lugar. La muchacha, esposada, es llevada a una carceleta ubicada a la derecha del arco donde empieza la fortaleza de La Victoria. Será conducida a la DNCD y luego a un penal como éste, pero para mujeres.

Carrasco celebra la incautación.

Dice que hace poco decomisó 8 libras y muestra la fotografía donde pretendían meterla al penal: en palos de madera. Pero se queja de que aquí no hay una sola cámara que pudiera ayudar a mejorar la vigilancia. Desde su oficina en el segundo piso, el jefe de la seguridad del penal observa, sin que lo vean, todos los movimientos en la entrada, desde que a las seis horas de entrar mandó a cambiar las persianas de metal por unas ventanas ahumadas.

Varias personas han venido por primera vez. Para entrar a La Victoria las mujeres no tienen que dejar la cédula; los hombres sí. Las dejan en la mesa donde un policía, De la Cruz, las ordena junto con una docena de pasaportes haitianos.

Llegan también más hombres, pero siempre hay más mujeres; madres, esposas, hijas. También prostitutas que pasan inadvertidas con el resto de la visita; les llaman “guagu¨itas”. El árbol sobre la caseta, con sus hojas amarillas, es sólo un viejo recuerdo de la pasada estación en La Victoria. Quizá igual que la prostituta que ha entrado ahora, que cobrará 150 y 200 pesos por sexo con la mayor cantidad de hombres que pueda, y un perfil que parece común a todas ellas: al entrar se quita el abrigo y deja al descubierto su espalda y parte del pecho. Aquí llegan, dice Suriel, las mujeres que ya han pasado por los cabarets, por las calles y por la “Bolita del Mundo”. Luego pontifica: “De La Victoria ya salen al retiro”.

En un día como hoy, Carrasco refuerza la seguridad en todo el penal con los policías que no tienen que custodiar a los que son llevados a la justicia. Ahora son 150.

Por el lugar donde salen los hombres hay tres niños que se ofrecen a limpiar la marca de los sellos a cambio de una propina. Pascual Abad insiste en que la visita debe ser esperada en las “goletas”, pero algunos prefieren salir a recibir la. Uno llega con un saco pequeño con berenjenas, plátanos y aceite; algunos han traído bizcochos y comida, los más pudientes reciben carne fresca del supermercado que un “pasador” tiene que trasladar en una carretilla.

“Este es un país donde todo se puede y todo se hace”, dice Suriel, que en marzo cumplirá un año en prisión y a estas alturas sólo quiere la revisión de su caso y cambiar de abogado. Cree en la honradez y está convencido de que hay un fallo en la justicia y en el sistema que obliga a la sociedad a profundizar en dónde está el origen de la delincuencia.

“No todos los que estamos aquí somos delincuentes”, dice.

Según cálculos de los “colaboradores” para medir el impacto ambiental, el número de visitas diarias es el siguiente: lunes, martes, jueves y viernes, 1,300; miércoles: 3,800; sábados: 2,600, domingos: 6,200, para entre 69,000 y 72,000 personas. Oficialmente, según los registros de la Policía, los domingos de febrero visitaron el penal 8,695 hombres, 32,491 mujeres y 2,680 niños, con un total de 43,866 personas. Los miércoles, en cambio, llegaron 1,449 hombres y 16,948 mujeres, lo que sumado a los domingos da un gran total de 61,814 visitas, sin contar las que llegan a La Victoria otros días permitidos de la semana (los militares no pueden hacerlo los domingos por disposición de la autoridad).

En un domingo de visita con niños, “Pedro Pasador”, con su gorra blanca de siempre, y su polo anaranjado de oficio, está listo para el trabajo.

Este día no espera visita: “La cosa está difícil en todas partes”, concluye Suriel. En la puerta de acceso, “Changó” demuestra el privilegio que se ganó en algún momento de su estancia en La Victoria, colocándose delante de la soga que separa al resto de los “pasadores”. En el ambiente hay un olor a alcohol y la gente ha llegado desde las 5:30 de la mañana, pero han abierto después de las 6:00. Al “Pastorcito” lo busca una “Dominican York”, que ha llegado al mismo tiempo que una muchacha con dos bebés en brazos, una madre con sus hijas adolescentes y distraídas, y otra joven con el hijo de un hombre que lo recibe de rodillas. El padre le da un beso cariñoso, pero el niño le increpa seriamente que cuándo va a salir de allí.

Él sólo atina a quedarse callado.

Suriel acota sobre el caso: “De aquí han salido muchos matrimonios: se conocen aquí, se casan aquí” y tienen hijos. Muchos de ellos vienen hoy, desde casi recién nacidos como el de una mujer que parece perdida al principio, hasta niños que corretean solos por el lado de la entrada como si fuera un parque de diversiones.

Luego, un niño llama a su padre desde afuera. Es “Bolívar”, Bolívar Peña Medina, “colaborador” que ya tiene 127 “caritas” de internos que irán a la justicia al día siguiente, aunque le faltan seis que buscará más tarde. Una mujer murmura que tuvo que dejar 300 pesos y Guzmán bromea —para dejar en claro la única condición para pasar como “visita”—: “Si la misma doña Elvira (su propia madre) viene sin cédula, no la dejo entrar”.

El sol empieza a despuntar y se siente incluso bajo el toldo de metal que hay en la puerta de entrada. La sombra no alcanza, sin embargo, a la fila de hombres que empieza a extenderse a medida que pasan las horas y que provoca, debido a uno que otro desesperado, conatos de bronca con la policía. “Hoy si hay gente”, se escucha decir cuando Guzmán vuelve a pasar por el lugar reclamando a los internos que se vayan a sus celdas, que se alejen del cerco en la entrada o que “se tomen el día libre”.

Domingo Díaz, “El Pastorcito”, que recibirá en unos minutos a sus propios hijos, habla con Guzmán, el oficial a cargo del control de la entrada, y luego se va tarareando un viejo bolero que, cantado aquí, suena un poco más triste: “Cuando vengas a casa…”. Y una señora se queja otro domingo: “Estoy harta de venir aquí”, delante de un extranjero recién llegado que no sabe a dónde ir; una niña de 3 años que llora desconsolada y una mujer que se quita la malla de la cabeza y otra que luce un regalo de Armani.

En el “Hospital”, Rafael Peña, de 31 años, se ve feliz con dos de sus hijos: Grismeildi, de 7, y Cristian, de 10. Divorciado, su ex suegra, Reina Altragracia, de 45 años, lo ha venido a ver por segunda vez. Peña llegó con tres meses de preventiva y ya lleva dos años y no tiene querellante.

“Soy un preso del ministerio (público)”, dice, con detalles que completa la visita: “Cometió un error, y si uno lo abandona se pone peor”.

Si venir hasta La Victoria es difícil para muchos, para otros es casi un martirio. María Castillo, de 40 años, madre de Chanel D’Oleo, de 23, cuenta que a su hijo lo acusaron de un homicidio que no cometió, que le pusieron tres meses de coerción y que ya lleva dos años de prisión y tres reenvíos a la justicia.

“No tienen pruebas en su contra.

Su único error fue estar en el lugar equivocado: él no sabe ni a quién mataron”, dice, mientras su hijo está con la novia en la “goleta” y se queja de todo lo que tiene que dar para entrar a La Victoria.

En el “Patio” la visita sigue entrando.

Antes les robaban a los visitantes, pero hace pocos meses, concuerdan todos, desde internos hasta policías, con la llegada del coronel Carrasco hay un código de conducta casi inviolable. Pero un hombre no oculta su ira: “Esta maldita cárcel del diablo”, dice cuando Guzmán, apuntando a la puerta, afirma que “todos los problemas pasan por ahí”, y que “si hay uno”, él será el único responsable. Como una clarividencia, un policía lleva después detenida a una muchacha con dos celulares incautados, y un hombre gruñe que ya le “hicieron gastar dos mil pesos” en la entrada. Algunos internos dicen que en el caso de las mujeres, “cada prenda tiene su precio”, y una señora parece corroborar con cuatro palabras las dificultades que tienen que pasar la “visita”: “Es un infierno allí”, dice.

A las 12:45, Carrasco realiza una de sus acostumbradas inspecciones personales en la fila. A los pocos minutos vuelve con un pequeño cuchillo de cocina con mango de madera y con el acero reducido de tan afilado que lo pusieron. Tres horas después, los golpes de macana en la puerta y las llamadas por los altoparlantes anuncian estrepitosamente la hora de salida.

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La mañana avanza despacio aún en La Victoria, a la hora en que los internos de la Escuela Vocacional de las Fuerzas Armadas hacen fila para entrar a las aulas. Son las 9:00 AM. El capitán del Ejército Nacional Juan Encarnación, de 69 años, inspector militar, tiene a cargo la dirección del programa en el penal desde octubre del año pasado.

A Encarnación lo acompaña el capitán FAD Félix Javier Pirón, encargado de asuntos académicos.

Ambos dicen que ha habido una buena respuesta de los internos, lo que permite contar en la actualidad con millar y medio de estudiantes y tres cursos adicionales. La Vocacional, agregan, no sólo ofrece enseñanza técnica, sino que además inculca disciplina a los internos y orienta hacia la formación militar.

Serán tantos este año, que la graduación tendrá que ser en el patio del penal. Mientras tanto se preparan para dos exposiciones, una en junio y otra para la Feria del Libro.

Sobre los que asisten a la Vocacional dictando cursos y apoyando al programa, Encarnación no duda: “Nosotros hemos escogido a lo mejor que hay”. Uno de ellos es Javier Lendor, de 55 años, a quien ahora miran diferente en el penal: era un “pantalón corto” (estuvo aquí por narcotráfico) y ahora es un “pantalón largo”. Salió en noviembre del año pasado y al mes siguiente vino de nuevo, como profesor de artes plásticas forjado de la Vocacional. Tiene doce muchachos en su taller y prepara una exposición a nivel nacional.

“El sufrimiento de mi familia hizo que cambiara. Vi que había oportunidades.

Por buen comportamiento salí a los cuatro años”, señala Lendor, que al graduarse en el 2012 fue el primero de todos los cursos de la Vocacional. Aquí estaba en los “A” y de pronto ya estaba vendiendo cuadros. La superación personal también existe en La Victoria: dormía en el suelo cuando llegó y luego compró su “goleta”; su primer cuadro se lo vendió al alcaide a 4,000 pesos. “Yo soy otra persona.

Mi familia me adoptó de nuevo. Yo salí con mi trabajo: tengo esto para ustedes”, dice.

El otro es Yoneibis Chávez, el coordinador general de La Vocacional, y como tal vela porque se cumpla la asistencia y los programas; organiza las graduaciones y las exposiciones.

Del 2007 al 2011 fue colaborador de la escuela básica. Llegó por homicidio, en una condena por 20 años. Vive en “Alaska”. Es licenciado en Educación, mención matemática, aquí tiene 22 reconocimientos y 25 cursos hechos. Antes de llegar era subdirector de un colegio en Cristo Rey.

“Iniciamos el año con una matrícula de 1,524. En febrero había 1,325”, dice. Proyectando el año, el coordinador de la Vocacional espera que terminen más de mil. Chávez formó al equipo de apoyo. Cuando llegó aquí sólo había 135 estudiantes, ocho talleres y cuatro profesores.

Funcionaba hasta la 1:00 de la tarde y sólo había un solo ministerio.

Chávez incentiva a los estudiantes diciéndoles que más que para lograr la libertad, deben estudiar para lograr conocimiento. Entre los resultados, el equipo de apoyo, los “colaboradores”, tiene tasa cero de reincidencia. En cuanto al perfil de los estudiantes, la mayoría es joven y cristiana; los adultos son apenas el 10%. Los talleres de más demanda en la Vocacional son el de refrigeración, inversores, informática, idiomas. Y se permite sólo un taller por año porque si un interno toma más de uno se le quita la oportunidad a otro de capacitarse.

Los profesores de la calle son seis de los trece talleres: dos asimilados, tres militares, un “igualado” que estuvo diez años en prisión y ahora enseña y cobra un sueldo. El profesor “interno” debe haber terminado como mínimo el bachillerato, ser graduado en el área que enseña.

Hay también entre 2 y 3 ayudantes del equipo.

El curso más demandado ahora es refrigeración. En el taller de informática hay 27 computadoras, pero nueve están dañadas por un alto voltaje. En la Vocacional la lista se actualiza cada semana. En cuanto a la seguridad, los agentes, cuatro entre policías y militares, revisan a la entrada y a la salida. Algunos de ellos, incluso, están matriculados en los cursos.

A Chávez, que trabaja de 7:00 AM a 6:00 PM, le queda la “satisfacción de dejar un legado” y un año para aplicar para la condicional, aunque reconoce que hay una familia que perdió a un integrante por culpa de una irresponsabilidad suya. “Eso nada lo resarce”, afirma el “colaborador”.

La motivación para los cursos empiezan después de la graduación, la primera semana de diciembre. Van celda por celda buscando nuevos estudiantes, a los que se les entrega un formulario. Los sábados también se dicta un curso para reparación de computadoras. Pirón queda al frente con Chávez. El material lo da la Escuela Vocacional. De los 13 talleres cinco son certificados por el Infotep: tapicería, sastrería, talla en madera, ebanistería y torno en madera.

Chávez dice que una cárcel es una bomba de tiempo. “Si a los internos se les quita el celular y la televisión… esto podría explotar”, afirma a quien la soledad le “cambió la

vida en menos de 24 horas”. Afuera era presidente del Círculo Deportivo Internacional de Santo Domingo, viajaba cada fin de semana fuera del país… Al caer aquí llegó con las cosas claras: “Tenía que prepararme para lo peor. Eso es lo más importante, hacerse una rutina: ejercicio, escuela, lectura, televisión”.

¿Miedo? Cuando llegó estuvo cinco días en la “Planchita”. Era viernes y el lunes siguiente feriado.

Tuvo que quedarse allí con otros 60 tipos porque ese día no había sistema para registrar su entrada, recuerda Chávez, que hizo diligencias para estar en “Alaska”; su “goleta” le costó 5,000 pesos entonces; ahora vale 180 mil.

Según la administración de La Victoria, la población del penal dedicada al aprendizaje es de 25%.

Además de la Vocacional, la prisión cuenta con el Centro de Estudios Nuestra Señora de las Mercedes, donde a la educación formal (básica y bachillerato) se suman los diferentes cursos que dicta el Instituto de Formación Técnico Profesional (Infotep), en módulos de 25 personas y tres o cuatro veces por año.

Porfirio Nicanor Mieses, con 13 años en el penal de 20 por homicidio, es el coordinador de nivel medio de Las Mercedes, que bajo la dirección de Carmen Rosario, a dos tandas y 16 internos y 54 “colaboradores”, tiene en la actualidad 380 estudiantes en básica y 125 en media, “aunque hay que contar todos los días”. “Un profesor vio alguna cualidad en mí”, dice Mieses, que empezó su labor alfabetizando, fue coordinador de idiomas, profesor de Historia y Geografía, y ahora no da docencia por todas las responsabilidades que tiene.

Prisiones precisa que los internos que estudian reciben un certificado que les acredita haberse matriculado en un curso y que sirve de aval para la solicitud de la libertad condicional ante el juez de la ejecución de la pena, y para mantener el tiempo ocupado dentro del penal.

Como José Elías Estrella, 52 años, profesor, licenciado en publicidad de la UASD, que cumple cuatro años en mayo, de los 15 que a los que fue condenado por violación. O Jesús María Hernández, de 39 años, artista pulido antes de llegar a prisión: pinta desde los 12 años y estudió con Cristóbal Rodríguez en Higu¨ey.

Aquí pintó “Crónica del maltrato” y su trabajo ahonda en los valores, las emociones, los problemas sociales; gusta de las luces y el movimiento.

“Jensi”, como le dicen, fue condenado a 17 años por homicidio, de los cuales ya cumplió más de la mitad.

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Lidio Puente, de 51 años, presidente de la Confraternidad de Pastores de la Iglesia Evangélica, estuvo en La Victoria por drogas hasta un martes de marzo de 1996 y el sábado siguiente ya estaba de nuevo en el penal, pero predicando.

“Yo conocí al Señor aquí en la cárcel”, dice. “Fue un encuentro cara a cara”.

Puente viene al penal hasta cuatro veces por semana y ha sido presidente de la confraternidad durante doce años consecutivos. Trabaja con “pasión, anhelo y amor”, como él dice. Y escucha al interno para darle una palabra de esperanza. El pastor asegura que muchos como él han salido de esta cárcel y ahora son buenas personas. El duró un año y seis meses aquí donde casi lo matan por un abanico en los tiempos de “Danny 45”; fue testigo de al menos seis motines. Es un sobreviviente de la época de Díaz Pérez en que los presos morían de los castigos que les infligían; luego el gobierno de los internos. “Dios me guardó para este tiempo”, afirma.

Cuando la policía empezó a tomar control del penal, a finales de los noventa, Puente, a quien muchos ven con recelo, empezó a trabajar con la iglesia. “El trabajo que yo hago a los corruptos no les conviene”, dice el pastor de casi 7 pies de estatura. “Dios mantiene ahora esto en paz. Aquí alguna vez mataron hasta a la visita”.

La confraternidad maneja 13 iglesias y un “campo blanco”, una capilla en el “Área Médica” donde se congregan los enfermos. Cada área tiene una iglesia, que en total son 28 en todo el penal. La feligresía evangélica ronda casi el millar.

“Todos están claros en que la iglesia juega un papel fundamental en la seguridad de este penal, por eso nos dan facilidades”, dice el pastor, quien considera que no hay de hecho un programa de reinserción de internos, salvo la labor que realiza la iglesia, que además fomenta el hábito de estudio y puede ayudar a regenerar a las personas. “Hasta el más criminal puede cambiar. El cambio se produce en un encuentro con Dios”, afirma Puente, para agregar que puede dar fe de muchos de esos casos.

La iglesia Evangélica lleva 20 años ofreciendo una cena de Navidad.

En la última, como siempre, comieron todos (no importa la religión), y comieron bien: cocinaron 11 sacos de arroz y 800 libras de cerdo, y dieron agua y ensalados los jueves; los católicos dan catequesis semanalmente por áreas, celebran eucarísticas los sábados y realizan labores de evangelización a través de células por áreas: entre ocho y diez catequistas.

Isael Lugo, “colaborador” de la iglesia Católica y del área educativa, considera que el penal hay un respeto por lo espiritual muy elevado, fruto hasta de la idiosincrasia del delincuente, que guarda un vínculo con lo mágico-religioso”.

También destaca que el hecho de pertenecer a las iglesias garantiza recibir las “bendiciones”, ayudas que llegan del exterior. Los que no están en la iglesia están metidos mayormente en juegos de azar, vegetando en los espacios de dominio público o en el gimnasio o en actividades deportivas, en los negocios que montan o para los que trabajan, en las mafias de corrupción.

“El ecumenismo no es obligatorio pero sí es necesario”, dice Lugo.

En diciembre, los católicos, también representados en el penal por REEN (Renovación de los Encarcelados), la Casa de la Anunciación y los Talleres de Oración y Vida, también organiza un almuerzo y el penal no cocina. Los espacios de la prisión se dividen por áreas pastorales después de que toda la Arquidiócesis de Santo Domingo es convocada. El año pasado fue el 19 de diciembre (el día más cercano al 24). También está Kayros, un movimiento ecuménico (acepta a otras denominaciones que reconozcan a la Trinidad), comprometido en el acompañamiento a los internos. Su director, Carlos Matos, de 52 años, hace énfasis en que se trata de un ministerio internacional exclusivamente de prisiones. Fundado en la Florida, Estados Unidos, en 1976, están por cumplir 40 años de labor en 15 países y 400 prisiones en todo el mundo. Matos explica la dinámica de Kayros (una palabra griega que traduce como “Tiempo especial de Dios”): realizan un retiro de cuatro días en la prisión con el propósito de “llevar el amor y el perdón de Jesús”. Después del retiro, el participante se convierte en colaborador.

Al penal llegan 35 de estos y dentro hay diez a doce internos involucrados con el movimiento. El fin de semana, en el que participan no más de 50 internos, tratan tres aspectos: el encuentro personal, el encuentro con Jesucristo y el encuentro con la comunidad. En La Victoria se han hecho nueve (dos anuales), con 450 participantes, internos que tienen un perfil común: depresivos o recién condenados, otros a los que les espera muchos años de cárcel. “La respuesta es extraordinaria”, dice Matos.

da a todo el penal. Cuando Puente llega, se la pasa guardando papelitos que los internos le dan para que los ayude con sus expedientes.

“No tienen quién les haga un favor.

Acá todo tiene un precio y ven en mí una salida”, dice. Puente estuvo en prisión exactamente entre septiembre del 94 y marzo del 96. Vivía en el “Patio” cuando no se había hecho las divisiones que hay ahora.

Se refugió en la Iglesia Pentecostal Mateo 25:31, la primera que hubo en una celda del penal. La confraternidad también ofrece formación, asistencia médica y asesoría jurídica con abogados que ayudan en el proceso judicial.

“El 90 por ciento aquí no tiene para pagar un abogado”, señala el pastor, que busca entre 70 y 80 “libertades” a la semana, es decir, personas que ya cumplieron su condena pero que no han salido por tantas razones como la falta de dinero para pagar la multa que le aplicó el juez. Los cristianos, en La Victoria, tienen un privilegio: nadie se mete con ellos. En la prisión hay 29 iglesias en total, trece de las cuales son pentecostales (hay 1,100 personas de esta denominación), cinco adventistas, una de los Testigos de Jehová y una llamada Iglesia de Cristo, de las que no creen en el Espíritu Santo ni en el ministerio de las mujeres según Domingo Díaz, “El Pastorcito”, pastor de verdad, “militar retirado y hombre honesto”.

“Si no tengo autoridad moral no puedo corregir a nadie”, dice quien además está seguro de que “Dios arregló el penal”, quien tiene el control igual que la autoridad”.

El resto es de la Católica.

Bajo de estatura, de cuerpo atlético, vive con otros pastores en “Veteranos 2”, del cual es representante; duerme tres horas al día y tiene 11 años buscando gente: los identifica en la tarde, de 4:00 a 7:00, pasando “caritas” (las fotografías de los internos) que las compara con una lista, incluyendo en el “Patio de Los Huérfanos”, donde un pastor oficia en créole.

Las autoridades del penal confirman que la religión prevaleciente es la Católica, aunque existe una fuerte presencia de protestantes: adventistas, pentecostales, testigos de Jehová y otros movimientos eclesiásticos.

Actúa a través de la Pastoral Penitenciaria Arquidiocesana, organismo que regula todas las actividades dentro del penal en el orden religioso y que es coordinado, igual que los evangélicos, con la Dirección de Prisiones. Católicos y evangélicos tienen sus días particulares, los primeros los viernes (día de visita oficial de la Pastoral), los segun-

Penal. Una pareja con su bebé se dirigen a la puerta principal de la Penitenciaría.

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