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LO QUE NO SE VE

¿Por qué lo apoyan?

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Ricardo Pérez Fernández@ricardoperezfdez

La historia electoral está de su lado. Dos hitos, prácticamente le consagran como el candidato presidencial del partido Republicano: nunca, en toda la historia de las elecciones intrapartidarias republicanas para seleccionar candidatos presidenciales, ha sucedido que aquél que triunfe en Nueva Hampshire y en Carolina del Sur, pierda la nominación presidencial. Él triunfó en ambos. Tampoco, desde que en 1988 naciera oficialmente lo que hoy conocemos como el “Súper Martes”, cuando una docena de estados decidieron celebrar sus elecciones internas en un mismo día, se ha presentado el caso, ni para republicanos ni demócratas, que quien en esa jornada gane la mayoría de los estados en contención, termine no siendo el candidato presidencial de su partido. Él venció en siete de 11 estados.

Así, lentamente, quienes apelando a las lecciones históricas de los procesos electorales recientes pronosticamos con fuerte convicción, que Trump no sobrepasaría la etapa de la campaña electoral donde el entretenimiento siempre desplaza lo importante y lo sustancioso, ahora contemplamos absortos la consolidación de una ---aparentemente--- indetenible realidad que parece haber surgido de la fértil y esotérica imaginación de un virtuoso del género de la ficción.

Donald Trump resulta un verdadero enigma. ¿Cómo es posible que un candidato a la presidencia que insulte, degrade, mienta descaradamente; que articule un discurso promotor del odio racial, social y religioso, de la xenofobia; que muestre a pecho erguido su monumental incultura e ignorancia; que nunca haya sido capaz de hilvanar con coherencia una propuesta sobre ningún tema; y que con vergonzosa apostura se regodee en su misoginia, pueda llevar la delantera en la nominación a la candidatura presidencial del partido Republicano de los Estados Unidos?

Descomponiendo el fenómeno El apoyo a Trump, contrario a lo que muchos pensábamos, no se ha limitado a un solo segmento sociodemográfico. Su desempeño en el “Súper Martes”, terminó por demostrar que este encuentra sustentación en todos los cohortes demográficos y sociodemográficos en los que usualmente se categorizan los votantes. Siendo esto así, podemos olvidarnos del prejuicio inicial que nos llevaba a pensar que solo los caucásicos conservadores de la tercera edad, de escasa formación educativa le apoyarían. Este, encuentra apoyo entre todos.

Lo anterior, consecuentemente, sugiere que la base de apoyo de Donald Trump ha de sustentarse sobre algo, algún elemento, alguna creencia o idea que todos compartan, indistintamente de sus diferencias de edad, genero, nivel económico, y demás rasgos distintivos. ¿Qué podría ser esto?

Una primera explicación nos aboca a conocer la teoría del autoritarismo, una que hace referencia al estilo de liderazgo preferido por votantes que sienten que su status quo se ve amenazado. Según esta, el elector con perfil psicológico caracterizado por el miedo a los elementos extranjeros (inmigrantes, acuerdos comerciales y alianzas estratégicas con otros países, etc) y un anhelo de que exista un orden que él asocia a la estabilidad e invariabilidad de su status quo, tenderá a buscar líderes fuertes que prometen tomar las medidas necesarias para protegerles y para prevenir los cambios a los que tanto temen.

Los republicanos, al lograr coronarse como el partido de la ley y el orden, naturalmente, han atraído a la inmensa mayoría de este tipo de

votante. Ahora bien, ¿a qué, exactamente, le temen? Le temen a un país que va transformándose vertiginosamente en el orden social y económico, donde en la actualidad, gobierna un afroamericano. Le temen a un mundo donde la bipolaridad que permitió la escenificación de la imponente fuerza del imperio norteamericano, ha dado paso a una multipolaridad que genera muchas confusiones, y que da la impresión de que ha diluido el poder que una vez se administró cuasi-monopólicamente Le temen a un país donde ya resulta imposible desplazarse por cualquier estado sin encontrar a hispanoamericanos, asiáticos, europeos y africanos, conviviendo con quienes pronto dejarán de ser mayoría: los caucásicos. Hace apenas unos años, por primera vez en la historia estadounidense, en un período de 12 meses, nacieron más niños hijos de padres no caucásicos, que de padres caucásicos, lo que quiere decir que dentro de dos generaciones, las hoy minorías, cuando consolidadas, serán más que las actuales mayorías.

A lo anterior, Donald Trump se presenta como la panacea, espetando una serie de “propuestas” para que “Estados Unidos sea grande de nuevo”, que no resisten el más elemental y básico de los análisis. Pero hay más, porque vale preguntarse ¿qué lleva a estos ciudadanos a entender que todo se viene abajo y que necesitan de una figura fuerte que los salve del caos? En nuestra opinión, tres cosas: el internet, la disfuncionalidad de la política, y la complejidad del siglo XXI.

Una da las grandes fallas en las teorías de la globalización fue suponer que con el advenimiento de la revolución de la información y el conocimiento que impulsó el internet, estaríamos más unidos, que progresivamente nos integraríamos a la comunidad global, que habría una transculturación mundial y que con el pasar del tiempo, todos, nos pareceríamos más. Ha resultado lo contrario.

La interconexión, la tecnología y el acceso a la información nos ha permitido encapsularnos en microsegmentos sociales que aglutinan a otros que piensan justo como nosotros; que leen las noticias que nosotros leemos, que tienen nuestros gustos, que se identifican políticamente con nuestras ideas. Esto, nos ha ido abstrayendo de una dinámica esencial de las relaciones humanas, que a su vez, constituye el alma de la política: la capacidad de administrar conflictos y de buscar avenencias entre deseos e intereses encontrados. Así, nos hemos radicalizado, y también se ha radicalizado la política. Así, han surgido los “puristas ideológicos” que entienden que ceder, en el marco de una negociación, es de débiles, y que la imposición de nuestros gustos e intereses, es lo que debe primar. Así y por esto, Washington se encuentra en un tranque político permanente, que ha revestido de disfuncionalidad el proceso político que es gobernar, y de ahí que cada vez resulte más lógico concluir que para mejorar la política lo que se necesita es reemplazar a los políticos con anti-políticos. Así adquiere vigencia y arraigo un Donald Trump y cualquiera que como él, venda con éxito un discurso “anti-establishment” (Bernie Sanders en el partido demócrata).

Por último, la complejidad que supone un mundo interconectado, ahora de naturaleza multipolar, ha otorgado a una élite intelectual la exclusividad de la comprensión de los acontecimientos políticos, económicos y geopolíticos. No existe, por ejemplo, manera sensata de explicar el surgimiento del Estado Islámico, y las posibles vías hacia su destrucción, sin fundamentarse en análisis multifactoriales que contemplen perspectivas históricas, culturales, militares, religiosas, y demás. Esto imprime sobre los acontecimientos un grado de dificultad prohibitivo para muchos electores, lo que a su vez les genera ansiedad y temor y les deja vulnerables ante demagogos y seductores como Donald Trump, quién tampoco entiende la profundidad y las intríngulis de estos acontecimientos, pero para los cuales presenta “propuestas” infantiles y absurdas ---por lo general en una sola oración--- que hacen sentir a quienes le escuchan, primero, que para él lo complejo es simple, y segundo, que las vías de solución a cualquier problema, están a su alcance y serían de fácil implementación. Este tipo de candidato, para este perfil de electores, es el exégeta soñado, y el ejecutor anhelado.

Esos son los electores de Trump, individuos que ven mucho más de lo que escuchan y que asumen e interpretan más de lo que entienden. Para estos, los argumentos lógicos construidos sobre la base de los hechos, no tienen más sentido que una propuesta-oración cliché, carente de fundamentos y objetividad, pero acompañada de un ademán que denote firmeza y autoridad que les haga sentir que quien les habla tiene la capacidad de apaciguar sus ansiedades y de sepultar sus temores.

¿Es indetenible El “establishment” republicano, finalmente, ha sonado las alarmas. Los figuras más importantes del conservadurismo post-Reagan ya empiezan, públicamente, a intentar detener lo que aparenta ser un tren en franco momentum.

Matemáticamente sigue siendo posible lograr que Trump no acumule los delegados necesarios para la nominación presidencial, para luego en el marco de la convención de proclamación, intentar ungir otro candidato como el portaestandarte de la nominación republicana. Esto, naturalmente, plantearía vicios de legitimidad que podrían costarle mucho al partido, pero resolverían a corto plazo, las catastróficas implicaciones que para ese partido significaría un Donald Trump como figura insignia de una nueva marca del movimiento conservador.

Aún resta mucho tiempo, y muchas cosas podrían pasar. Lo que no podremos olvidar jamás será cómo muy pocos fueron capaces de ver que en estos tiempos, en estas circunstancias, en pleno siglo XXI, un Donald Trump era posible.

El autor es economista y politólogo.

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