Familiares dudan que el arquitecto se suicidara

Los familiares del arquitecto David Rodríguez García, encontrado muerto en un baño de la OISOE el pasado viernes, no creen en la versión de que este se suicidó. “Él se crió en el evangelio. No bebía, no fumaba, no era de mucho hablar, no le gustaban las mentiras; era reservado, pero tenía muchos planes”, relataron su esposa e hijo. Su padre, un pastor pentecostal, muy enfermo, no conoce qué pasó. Ese día al arquitecto lo llamaron por teléfono, fue solo en autobús público y esperaba su antepenúltima cubicación, no la última. Su esposa Pilar y su hermana Noemí creen que hay que investigar. Rechazan que se quitara la vida. Eso creen también su cuñado y los vecinos.

De sus dos celulares solo aparece uno y una carpeta que estaba llena de papeles, vacía. Él hizo varias cubicaciones de una obra de 21 millones de pesos, pero vivía alquilado en Piedra Linda, con la misma licuadora, televisión, radio y tostadora que tenía antes del 31 de enero del 2013, cuando ganó el sorteo para construir la escuela en Peralvillo, Monte Plata.

No compró jeepeta, ni carro, ni plasma. Vivía en casa angosta, de zinc, y sin la más mínima comodidad para su esposa y tres hijos; Smeel David, 19, Luis David, 13, y Moisés David, de 9 años, tristemente impactados y todos coinciden en su sueño: “No me va a quedar siquiera ni para comprar un solar”, repetía a Pilar, Noemí y sus amigos Carlos Molina y Jesús Montilla.

Los familiares notaron algo en febrero cuando terminó la obra, y nada de pago. Su esposa recuerda cuando iba al concurso en el 2013, que le dijo si creía en los milagros, él esperando que su situación cambiara. La llamó a las 2:00 de la tarde, a celebrar que ganó.

Trayectoria Compañeros de trabajo y profesores en la universidad hablan igual de David. Era un excelente estudiante, dedicado y consagrado. “Ni borrachón ni parrandero. Llegaba a las 10 de la noche”, agrega su esposa. Molina, su profesor, refiere lo delicado en el diseño, la presentación y excelente digitador. Laboró en el Dominicus, en Casa de Campo y en Almore de Zona Franca y empresa de la capital y cuando conocía de alguien que se quitaba la vida decía: “Mira ese, ¡que tonto!”; ni tuvo problemas de depresión, ni fue atendido por médicos por cosas parecidas. Su esposa le reclamaba que debía tener un vehículo, a lo que él respondía: “a su debido tiempo, cuando yo cumpla”.

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