La República

Manuel Núñez: Me defino como un intelectual comprometido con la continuidad histórica de RD

“EL SIMPLISMO Y EL ODIO RACIAL DE PRICE MARS HAN CARECIDO DE UNA RESPUESTA A SU ALTURA”

Manuel Núñez es un ensayista poco complaciente, con ideas claras, teorías defendidas, con un pensamiento y una obra dedicados entre otros ámbitos imprescindibles a la defensa de la idea nacional, la existencia de un país con autodeterminación, que admira y proclama a Juan Pablo Duarte y critica en muchos de sus postulados a esos intelectuales dominicanos que han predicado en contra del pensamiento de hombres como Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer y, según el entrevistado, defendido, aplaudido y endiosando a pensadores como el haitiano Jean Price Mars, cultor y artífice de la negritud.

“El simplismo y el odio racial de Price Mars han carecido de una respuesta a su altura. Muy pocos le han respondido. Pero tuvo respuestas de hombres eminentes. En sus memorias, Sócrates Nolasco le respondió brillantemente y lo propio hizo el eminente historiador y polígrafo Emilio Rodríguez Demorizi. A mi modo de ver la respuesta más contundente que recibió este hombre acomplejado y lleno de mitomanías fue la que le dio Manuel A. Peña Batlle en La isla de la Tortuga, quien le demostró que la historia de Haití no comienza con la llegada de Cristóbal Colón, como había dicho este señor en el primer volumen de la República de Haití y la Republica de Haití, que había tenido el tupé de atribuirle a Haití la historia precolombina y colombina”, dice el ensayista.

A Manuel Núñez, que por el color de su piel y las profundas convicciones que ha planteado sobre la situación histórica que impone una circunstancia de luchas domínico-haitianas, defendiendo el pensamiento de autores como Peña Batlle, de quien dice los historiadores han descalificado por Trujillista, aunque rinden tributo a Price-Mars, sin importar que fuera uno de los teóricos de la negritud de Papa Doc Duvalier, niega rotundamente los ataques que le han motejado de xenófobo:

“La xenofobia es el odio o el rechazo del extranjero. Es una acusación que no encaja ni en mi pensamiento ni en el de Peña Batlle ni en el pensamiento de Joaquín Balaguer. No le he rendido culto a nadie. Estudie profundamente la obra de Peña Batlle y actué como un abogado que examina por qué este hombre, historiador brillante, se le había hecho un discurso acusatorio y denigrante. Al igual que Joaquín Balaguer ningún pensador dominicano puede ser visto exclusivamente con el enfoque de sus enemigos. Quiénes son los hombres que hasta ahora han escrito de Balaguer, las izquierdas que quisieron lincharlo, los hombres que , en los 12 años, colocaron bombas, asaltaron bancos, iniciaron guerrillas en nombre de un futuro luminoso que ellos representaban. Para mí está claro, que un hombre complejo como lo fue, sin duda Balaguer, no puede ser visto exclusivamente por los hombres que hubieran deseado fusilarlo.

Estos grupos viven inmersos en un pensamiento monosilábico. Todo lo resuelven con un insulto. Algunas llegan a creer que tienen el monopolio del corazón. Pretenden darnos a todos cátedras de democracia, aun cuando echaron canas y llegaron a ser abuelos apoyando dictaduras totalitarias”.

En este diálogo Manuel Núñez mantiene sus invariables conceptos y explica que la dominicanidad va más allá de ser negro, blanco o mulato. Habla sobre Pedro Henríquez Ureña, plantea, con conocimiento cabal, aspectos fundamentales de la Literatura dominicana, hace referencias muy positivas sobre la novelística que se escribe hoy y el crisol de una de las poesías, que históricamente ha contado con cultores de enorme calidad.

En esta entrega, el pensamiento al desnudo de un pensador incansable: Manuel Núñez.

A continuación la entrevista:

“Nosotros no elegimos la vida que nos toca vivir ni tampoco los papeles que nos son dados desempeñar. Nos encontramos como diría Ortega y Gasset, con la vida ya hecha”, dice Manuel Núñez en la nota introductoria de Los días alcionios, ¿es la justificación para una razón intelectual de controversia?

MN: No; en absoluto. El planteamiento de Ortega y Gasset es que se vive siempre en una circunstancia. Y esa circunstancia es la que nos marca lo que hay que hacer. Como dominicano me encuentro con un problema. Que la República Dominicana, tal como la veo, es un equilibrio de las poblaciones, de las culturas, de las lenguas. Porque nacimos encerrados con Haití en la isla de Santo Domingo, y tenemos una frontera intra insular, y de la dominación de ese país nos libertamos y celebramos nuestra Independencia. Nuestra existencia siempre ha estado sometida a incertidumbre y a inestabilidad. Y esa circunstancia, la de haber nacido en un país con tan probables posibilidades de desaparecer es a la que debo responder. Que con un simple desplazamiento demográfico puede volver a hacernos caer en una etapa anterior a la de la independencia. Es decir, caer en una etapa anterior al 1844. Ningún país del continente corre ese riesgo. Ortega y Gasset decía que como intelectual y como pensador, se encontraba con la Sierra de Guadarrama. Yo me encuentro ahora con un país ocupado por los vecinos, desnacionalizado, acorralado internacionalmente, corroído por la traición de un enemigo interior. Y esa es mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo.

Al mencionar dos nombres, Pedro Henríquez Ureña y Manuel Arturo Peña Batlle, ¿qué ideas le surgen en su formación crítica sobre el destino dominicano?

MN: En ambos hay un enfoque cultural predominante. Los dos ven al pueblo dominicano, no como un conglomerado de hombres y mujeres de razas distintas, sino como una unidad cultural. Dominicano es más que blanco, más que mulato y más que negro. Superan ambos la visión biologicista. En Peña Batlle esa perspectiva se ve en su trabajo sobre el Tratado de Basilea. Al momento de producirse la Independencia de la colonia francesa de Saint Domingue, que apenas duró un siglo 1697-1803, ya Santo Domingo llevaba más de tres siglos que vivía bajo el dominio social, económico, cultural y político de España. Esos tres siglos fueron suficientes para que ese conglomerado social que constituían los dominicanos adquiera carácter y configuración cultural propia. Henríquez Ureña tiene exactamente la misma concepción. Como tenía pasión por las demostraciones científicas, parte de dos elementos esenciales. La presencia de la hispanidad como elemento organizador. En vista de ello, escribe ese libro magistral “El Español en Santo Domingo” (1936) donde hace la primera gran descripción hecha en nuestra lengua de idioma hablado por un pueblo hispanoamericano. Es un clásico de las obras de dialectología en lengua española. Describe la fonética, el vocabulario, las influencias, los refranes, el fraseo, hasta llegar a las características de la lengua española en Santo Domingo. Posteriormente, escribe otra obra: “Santo Domingo en las letras coloniales”, donde hace una historia de la cultura, los primeros hombres de letras del siglo XVI en adelante, y poco a poco, descubre como un friso romano, el papel de la hispanidad como elemento que resulta ser una porción esencialísima de nuestra cultura, sin que por ello desaparezcan o se nieguen otras influencias. Estas existen, y son parte de la primera. Ni Henríquez Ureña ni Peña Batlle le dieron a la hispanidad connotación racial. Actualmente, el país que lleva el cetro del idioma y de la cultura hispánica: la nación con más editoriales, más publicaciones y más hispanohablantes y mayor influjo en todo el mundo es México. Henríquez Ureña supuso su patria, como un componente de una patria mayor. Por ello, fue el primero en distinguir las cuatro grandes zonas lingüísticas del español de América, y terminó escribiendo una exhaustiva historia de la cultura en la América hispánica, para, en los “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”, plantearnos que esa magna patria, que era un sueño bolivariano, debería ser, además, la patria de la justicia. Ser la encarnación política de la libertad que los hombres andan buscando en el resto del mundo.

Me parece que ambos hombres empalman sus ideales con la lealtad al destino histórico y al sentido inicial de la vida de los dominicanos. Peña Batlle defiende la dominicanidad desde la historia. No conozco a ningún historiador dominicano que haya superado el esfuerzo historiográfico, modelo de profundidad analítica, documentación bien empleada, tesis y perspectiva puramente historiográfica mostrada por Peña Batlle en “La isla de la Tortuga”. Henríquez Ureña muestra por otra parte, 1. Que la hispanidad no tiene coloración étnica ni es patrimonio exclusivo de España; 2. Que hemos fraguado una cultura dentro de los moldes de esa hispanidad, que ya ha adquirido su emancipación intelectual en las obras de Martí, Darío, Sarmiento, Hostos, Montalvo y Andrés Bello.

Peña Batlle presentó a Henríquez Ureña en la Sociedad Paladión en 1932, como el maestro de América. Ambos, se admiraban mutuamente.

¿Necesita una poeta como Salomé Ureña de la defensa, ante los intelectuales que han desmeritado su poesía, por su valor y sentido muchas veces patriótico y ético, ajustado a su entorno de entonces, más allá de la preceptiva misma?

MN: No sé quién le ha negado méritos a la poetisa Salomé Ureña de Henríquez. Todos los estudiosos dominicanos, que poseen cierta solvencia en la crítica: Diógenes Céspedes, Mariano Lebrón Saviñòn Bruno Rosario Candelier, Manuel Matos Moquete, Antonio Fernández Spencer, Joaquín Balaguer, y desde luego los juicios de Max y Pedro, sus hijos, son iluminaciones; los poetas que tuvieron mayor conciencia del género, y que además han sido buenos ensayistas literarios : Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, José Enrique García, la reconocen; y todas los antólogos extranjeros como Luis Caillois, Baeza Flores, Menéndez Pelayo la incluyen y la exaltan como la poetisa más importante de su tiempo, superando incluso a José Joaquín Pérez. Para mí, particularmente, me parece la más importante poetisa dominicana, de todos los tiempos. Desconozco quien tenga esos juicios que descalifiquen a Salomé. Pero, ante la balumba de defensores que tiene la poetisa, no creo que superen en autoridad y conocimiento del tema a las personas que he citado. Hay gente a la que no hay que hacerle caso. Aun cuando ladren y ladren, no lograrán superar su condición de cuadrúpedo.

En su controversial libro El Ocaso de la nación dominicana, usted habla de la traición histórica de los intelectuales dominicanos ante la narración de hechos históricos sobre las batallas libradas con Haití, ¿todavía sostiene esos criterios?

MN: La traición de los intelectuales la he ilustrado en muchísimos escritos. Es renunciar a la lealtad a la continuidad histórica. Queda claro que una porción de los historiadores dominicanos comenzó un proceso de idealización de la dominación haitiana. En esas circunstancias, vale más leer la propia historiografía haitiana. Por ejemplo: recuerdo el caso de don César Herrera, que escribió un opúsculo sobre la fundación y clausura de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Y decía en ese texto que el Gobierno de Boyer había cerrado la Universidad. Apareció en su contra una camarilla de historiadores que trataron de enmendarle la plana. Descalificarlo. Y, sin embargo, Edner Brutus, autor haitiano, habla de manera docta de la política oscurantista de Boyer, que cerró, además, todos los liceos de Haití y se constituyó, según ese autor, en el mayor enemigo de la educación.

( Instruction publique en Haiti). La emigración de las familias con mayores niveles de cultura y mayor capacidad financiera fue enfocada como algo positivo, y sin embargo, hablando de los emigrados dominicanos, fueron reconocidos como civilizadores por historiógrafos cubanos. Estas actitudes han sido llevadas a los extremos de comprometerse con el intervencionismo internacional, documentar los ataques a la Republica Dominicana, viajar al extranjero para sumarse a la campaña de ataque a los poderes del Estado dominicano, presentar la invasión de 1822 como una petición del país, ocultar la matanza de Moca y Santiago de 1805, etcétera, etcétera. . En fin, se ha producido un deslinde, los dominicanos pro haitianos, que han roto la lealtad con el proyecto de Juan Pablo Duarte, y aquellos que mantienen lealtad a ese proyecto y se oponen resueltamente a los desplazamientos demográficos y a las maniobras jurídicas destinadas a desmantelar a la República independiente de la circunstancia haitiana.

Jean Price Mars es un nombre clave para la creación de una ideología que acusaba al dominicano de racista y a quien los historiadores dominicanos lejos de enmendarle la plana, han rendido culto, ¿cómo definir esa actitud?

MN: Jean Price Mars es el padre de la negritud. Una especie de sionismo negro que divide a la sociedad en razas. Opone a los negros al resto de los grupos étnicos. En su obra trata de importar sus esquemas racistas de pensamiento a la República Dominicana. Se trata de ideas simplonas que han seducido a algunos historiadores dominicanos, que han empleado el resentimiento racial para analizar la realidad dominicana. Nosotros hemos dicho parafraseando a Martí que los negros han vivido demasiado tiempo en la esclavitud para ahora entrar en la esclavitud del color. Dominicano es más que negro, más que blanco y más que mulato. El simplismo y el odio racial de Price Mars han carecido de una respuesta a su altura. Muy pocos le han respondido. Pero tuvo respuestas de hombres eminentes. En sus memorias, Sócrates Nolasco le respondió brillantemente y lo propio hizo el eminente historiador y polígrafo Emilio Rodríguez Demorizi. A mi modo de ver la respuesta más contundente que recibió este hombre acomplejado y lleno de mitomanías fue la que le dio Manuel A. Peña Batlle en La isla de la Tortuga, quien le demostró que la historia de Haití no comienza con la llegada de Cristóbal Colón, como había dicho este señor en el primer volumen de la República de Haití y la Republica de Haití, que había tenido el tupé de atribuirle a Haití la historia precolombina y colombina. Peña Batlle desmontó todas las mentiras de Price Mars. Es, a mi modo de ver, el primer historiador dominicano que desarrolla una tesis, que demuestra cómo las luchas religiosas llevaron, con hechos concatenados, a la división de la isla de Santo Domingo y a la formación de una nación en la porción occidental de la isla. Los historiadores dominicanos prefieren hacer causa común con las mentiras de Price Mars y no con las verdades de Peña Batlle. Porque acusan Peña Batlle de haberle servido a Trujillo. Price Mars fue el ideólogo del movimiento negrista de Francois Duvalier, que fue su discípulo junto a Lorimer Denis. Entre los tres formaron el movimiento de Les Griots. Duvalier lo nombró canciller. Fue un defensor a capa y espada del duvalierismo y del racismo negro céntrico. El fundamento de los defensores de Price Mars en la actualidad se basa en el argumento de que entre Haití y Republica Dominicana hay una cultura negra común. Eso es falso. En ambas sociedades hubo formas de socialización distintas. Predominó en Haití la plantación francesa y en Santo Domingo el hato ganadero, tuvimos dos influjos culturales distintos. El color de la piel o la raza no une nadie con nadie. En África negra, hay miles de culturas distintas. Solo en el Senegal hay 126 lenguas; en Camerún unas 200 lenguas. La cultura negra no existe. Hay mucho más diversidad entre las culturas africanas, que, en las ramas del indoeuropeo. En el universo negro africano hay 52 Estados; todos son negros, y pertenecen a naciones distintas.

¿Qué siente Manuel Núñez sobre las acusaciones de xenofobia que muchos le atribuyen a su pensamiento, de quienes le endilgan rendir un culto sin cortapisas a figuras intelectuales como Peña Batlle y Joaquín Balaguer?

MN: La xenofobia es el odio o el rechazo del extranjero. Es una acusación que no encaja ni en mi pensamiento ni en el de Peña Batlle ni en el pensamiento de Joaquín Balaguer. No le he rendido culto a nadie. Estudie profundamente la obra de Peña Batlle y actué como un abogado que examina por qué este hombre, historiador brillante, se le había hecho un discurso acusatorio y denigrante. Al igual que Joaquín Balaguer ningún pensador dominicano puede ser visto exclusivamente con el enfoque de sus enemigos. Quiénes son los hombres que hasta ahora han escrito de Balaguer, las izquierdas que quisieron lincharlo, los hombres que , en los 12 años, colocaron bombas, asaltaron bancos, iniciaron guerrillas en nombre de un futuro luminoso que ellos representaban. Para mí está claro, que un hombre complejo como lo fue, sin duda Balaguer, no puede ser visto exclusivamente por los hombres que hubieran deseado fusilarlo.

Estos grupos viven inmersos en un pensamiento monosilábico. Todo lo resuelven con un insulto. Algunas llegan a creer que tienen el monopolio del corazón. Pretenden darnos a todos cátedras de democracia, aun cuando echaron canas y llegaron a ser abuelos apoyando dictaduras totalitarias. Son como los judíos conversos que quieren darles lecciones a los cristianos viejos. Como vienen de una antigua escuela de intolerancia, se figuran tan listos que creen poder manipular a todo el mundo. Marx dice que se trata de personas que han aprendido un idioma nuevo, de algún modo dejan ver el acento de su lengua materna.

Todos conocemos de su admiración y defensa del patricio Juan Pablo Duarte y muchos consideran que el mundo de hoy es mucho más abierto a la visión que se tenía hace décadas sobre las nociones de patriotismo y nacionalismo, es tan importante ser seguidor de Duarte en estos tiempos?

MN: He dicho que la República Dominicana es un equilibrio de las culturas, de las poblaciones, de las economías. Peña Batlle hablaba de la dualidad social, económica y política de la isla de Santo Domingo. Un desplazamiento demográfico como el que se ha producido puede aniquilar a la República Dominicana que nos legó Juan Pablo Duarte. En el ideario del patricio se halla la mayor claridad patriótica. Duarte dijo “Entre los dominicanos y los haitianos, no es posible la fusión”. Planteó el carácter multirracial de la sociedad dominicana planteando que todos “los negros, los blancos, los cobrizos etc.”, formamos parte de la nación dominicana como porciones de un mismo entronque, en contraste, con la posición negro céntrica haitiana, en cuya primera Constitución de 1805 planteaba todo lo contrario. Le prohibía el derecho a la nación y a la propiedad a los blancos. (Art. 12 y 13). Duarte fundó una República, con su pensamiento, que aún no hemos realizado, mientras que Dessalines fundó una monarquía absoluta, un régimen bárbaro que terminó con el ajusticiamiento del emperador. En Duarte, se hallaba la modernidad del Derecho, entre los haitianos en cambio se hallaba las raíces del despotismo, que mantiene aún en instituciones como el restavec, la horrible institución de la esclavitud.

¿Es Manuel Núñez la conciencia intelectual de República Dominicana?

MN: Me defino como un intelectual comprometido con la continuidad histórica de la República Dominicana. En los mentideros hay muchos tipos de intelectuales. Tenemos los intelectuales inútiles que no instruyen, no educan; emplean un discurso embrollado y se convierten en monaguillos de idearios importados; luego se hallan los llamados analistas, que más bien, son consejeros del poder que les paga, ya sea el poder político o el poder de los grupos. En los casos peores, actúan como verdaderos pandilleros. Y no falta, aun cuando es una especie en extinción, el intelectual al servicio de paparruchas utópicas, que llega a creerse sus construcciones fantasiosas. El país se encuentra con todos a la vez.

con aquellos que predican que el impacto de la inmigración haitiana resulta positivo para el país, y en pos de esa demostración escriben artículos, libros y atacan despiadadamente a los que se atreven a pensar de forma diferente y contraria, llegando incluso a descalificarlos moral e intelectualmente. No tienen derecho ni siquiera al aire que respiran. Luego nos hallamos los que creemos que al país no le conviene importar mano de obra de Haití para suplantar la suya, que no le aporta nada positivo importar sus enfermedades y epidemias para descalabrar y hundir la salud pública dominicana, que no le conviene, igualmente, importar niños para aniquilar la escuela dominicana, que no le conviene poner en riesgo las conquistas sociales del dominicano porque esa destrucción aumenta la delincuencia, la prostitución, el narcotráfico y la descomposición social del país. Me parece que nuestras posturas se acercan más al ideario del fundador de la República. Porque las ideas del grupo contrario no hubieran servido para forjar la Independencia ni para defendernos durante el proceso de liberación del pueblo que fue la guerra domínico haitiana.

Tuvimos a una Salomé Ureña, también a una Aida Cartagena Portalatín e incluso, en la narrativa a una Hilma Contreras, mujeres de una formación humanística reconocida, ¿cree que las jóvenes poetas y las jóvenes narradoras tienen posibilidad de ocupar parte del espacio que legaron esas creadoras?

MN: En poesía aún no lo creo. Pero en narrativa sí. Es un género en el que las mujeres son más numerosas que los hombres. Tenemos narradoras notables: Carmen Imbert Brugal, Emilia Pereyra, Ángela Hernández, Marta Rivera, Rita Indiana, Ofelia Berrido y otras. Hilma Contreras y Aida Cartagena son sobre todo cuentistas. Aida hizo obras experimentales como Escalera para Electra y Estefanía. Las autoras que he mencionado tienen mayor perspectiva de la novela, y tras ella, hay una pléyade de jóvenes que se hallan en talleres de creatividad que están produciendo, trabajando y que de seguro, llevarán la antorcha aún más lejos. Es de las pocas cosas en la que soy rotundamente optimista.

Muchos consideran que es usted uno de los ensayistas de mayor importancia en el país, ¿sirve para algo esa consideración, en un país con tantas taras sistémicas en el entorno cultural?

MN: Muchos se preguntan, ¿cuál es el ágora de los intelectuales? ¿Tendremos un público que siga ideas? En rigor, el papel que debíamos desempeñar como personas con influjos en la sociedad, lo llevan a cabo los periodistas de la radio. Y en ese dominio tienen mayor influencia aquellos que dicen payasadas, vulgaridades, chismes, tremendismos. Los que tratan de educar, informar seriamente al pueblo, apenas se les escucha. Esa realidad, no me hará desanimarme, de hacer lo que considero. En la primera República había dos líderes absolutos: Buenaventura Báez y Pedro Santana. Ellos dominaban el espacio casi totalmente de las mentes del pueblo. En esos momentos, votar por Duarte, era apostar por el que iba a perder. Pero era la única posición correcta. En ese momento, Duarte ante dos caudillos vendidos, entreguistas, anexionistas, corruptos, representaba la dignidad. La verdad, aun cuando sea minoritaria, es la verdad.

¿Sigue siendo República Dominicana un país de poetas y cuentistas, o la novela rompió esos esquemas?

MN: Aquí se cultivan todos los géneros. Desde luego, el más exitoso sigue siendo con mucho la poesía. En cada generación desde los neoclásicos del siglo XIX, Salomé Ureña y José Joaquín Pérez, hasta la época moderna, que para muchos empieza con Moreno Jiménez, creador del Postumismo, hasta por ejemplo Cayo Claudio Espinal, vemos desfilar todos los movimientos importantes, incluyendo a los miembros del Movimiento Interiorista, puede darse cuenta uno que la poesía ha tenido etapas de esplendor. En cada generación hay un nombre indispensable, digno de estudiarse. Moreno Jiménez, en el Postumismo. Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda y Freddy Gotón Arce, en la Poesía Sorprendida; Pedro Mir, en los Independientes del Cuarenta; Lupo Hernández Rueda y Luis Alfredo Torres, en la Generación del 48. A partir del 60, todo cambia. No hay una voz generacional; pero quedan nombres importantes: Sánchez Lamouth, José Enrique García, Juan Carlos Mieses, Radhamés Reyes Vásquez y otros. La novela ha tenido importantísimos cultores: Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, Roberto Marcallé Abréu, Pedro Antonio Valdez, Ray Andújar, Rafael García Romero, Pedro Vergés, Guillermo Piña Contreras, Andrés L. Mateo y se me quedan nombres, Nunca antes se habían escrito tantas novelas como ahora. En realidad, aquí el único género que padece crisis es el teatro, muy pocos cultores. El único autor verdaderamente apegado al género es Franklin Domínguez, lleva más de un centenar de piezas. Un portento.

¿Hace falta una crítica literaria seria y objetiva o estamos bien a la libre, sin que nadie enfile los cañones hacia la literatura dominicana?

MN: La crítica resulta indispensable para poner las cosas en su sitio. Sin crìtica no hay verdaderos lectores. Se procede a ciegas, sin orientación. Nosotros necesitamos una sociedad en la que volvamos a la tradición inaugurada por Pedro Henríquez Ureña, Max Henrìquez Ureña, Alfonso Reyes, que era la tradición de los maestros. Una sociedad no puede esclarecer su destino si carece de maestros, y particularmente, si renuncia a ellos. La crítica seria y objetiva no es la crìtica complaciente. Se debe salir de la idea que el crítico aparece como un dispensador de elogios o un justiciero, sino alguien que esclarece para el público y para la sociedad el producto que recibe, velando por la calidad literaria, por la capacidad que tiene el autor de enriquecer nuestro punto de vista.

¿Qué cree que falta en República Dominicana para que el escritor y la escritora real, quien trabaja en un ejercicio sincero, cuente con las herramientas que faciliten su ejercicio, tomando en cuenta un mercado editorial prácticamente complejo cuando no inexistente?

MN: Faltan muchas cosas. Falta formación y conocimiento de la lengua en los autores. Porque el manejo del idioma es una de las carencias mayores que se observan en los autores. Junto a esa deficiencia se halla igualmente presente la ausencia de cultura, de lecturas, la formación literaria que lleva en sí varias cosas: conocimiento de autores, depuración del gusto, dominio del género, crítica y ensayo, y finalmente la propuesta, que debe ser innovadora, representar un tono nuevo, una visión particular. Ese es el esfuerzo que hace un autor. Pero hay mucha gente que escribe que no son autores. La industria editorial en el mundo entero anda detrás de los autores. Lo que noto mucho es la carencia de suplementos literarios, talleres de estudio, revistas; todo eso que alguna vez existió ha desaparecido. Al parecer, los creadores están ante el vacío. Esto a veces desmoraliza, en todo caso, desorienta.

¿Qué opina del desdén que se muestra desde muchos ámbitos hacia los autores dominicanos y las preferencias de autores del exterior sobre nuestros escritores, es cierto que esto se debe a que tienen una mayor calidad o que se trata de una realidad impuesta por las propias deficiencias sistémicas del país?

MN: Creo que más que desdén es desconocimiento. Tenemos autores dignos de apreciarse en todo el mundo hispánico como Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos, Freddy Gaton Arce, Manuel Rueda, Tomás Hernández Franco etc. Hay autores verdaderamente representativos en la poesía dominicana y también los hay en la prosa como Marcio Veloz Maggiolo, Roberto Marcallé, Juan Bosch. Lo que no habido es una crìtica que haga el deslinde, que le muestre al lector cómo orientarse, y reconocerse. Que ponga de relieve esos valores. Esa cosa la encuentra fuera de nuestro entorno. No creo que se trate de calidad. Hay desde luego una frontera, entre la literatura y la sub literatura. Pero esta última queda muy rápidamente desestimada. La literatura es un sistema que no depende de nuestro mundillo. Nosotros somos parte de sistema internacional de la hispanidad. Por lo tanto, hay que ver nuestra literatura como un valor dentro de un universo mayor, si no se hace así se peca de provincianismo. Eso ya se entiende en la música, y nuestros mejores cantautores lo demuestran claramente. Véase por ejemplo cómo Juan Luis Guerra influye en toda Hispanoamérica y lo propio ocurre con Romeo Santos. Hay otros productos de menor calidad que no llegan a internacionalizarse. Pero no porque haya una conspiración contra ellos. Es porque no interesan lo suficiente aquí, y nada, fuera de aquí.

¿Qué escritor o escritora dominicana lo representa y por qué?

MN: Me siento representado por un linaje de poetas que van desde Salomé Ureña de Henríquez, que empalman con Moreno Jiménez, poeta en ocasiones extraordinario, hasta Cayo Claudio Espinal. Desde luego, debo citar a Pedro Henríquez Ureña, Max Henríquez Ureña y Camila Henríquez Ureña, todos han sido maestros de América y han dejado huellas imborrables en nuestro país y en el mundo hispánico. Me siento representado en Juan Bosch como historiador y en Manuel A. Peña Batlle. Porque entiendo que un autor me representa en la medida en que trabaja por nuestra continuidad como nación.

¿Existen las fronteras en este mundo globalizado?

MN: Sí. Muchísimas. Imagínese en 1945, cuando se fundaron las Naciones Unidas en San Francisco éramos una cincuentena de Estados reconocidos como tales. Posteriormente vino el proceso de descolonización de África y de Asia se prolongó hasta la década del 1960 del viejo siglo XX, luego los desencuentros de la Segunda Guerra Mundial y finalmente el hundimiento del comunismo en 1989 y la dispersión de la Unión Soviética, y hemos llegado a casi 200 Estados reconocidos por las Naciones Unidas en la actualidad. Nunca en la historia de la humanidad ha habido mayor cantidad de fronteras.

¿Cómo repensar una República Dominicana en la coyuntura actual y desde la perspectiva de la cultura?

MN: Es una pregunta que podría responder escribiendo un libro completo. La sociedad dominicana actual es un país ocupado y en trance de apropiación por otro país. Se ha desnacionalizado la agricultura, la construcción, los servicios y los registros civiles. Se trata de algo más que una amenaza demográfica. Lo peor que nos pasa, es que el dominicano no sabe qué pasa. Solo ve crecer la desesperanza, la delincuencia, el abandono de los dirigentes políticos de su compromiso con la nación. En resumidas cuentas, el proyecto nacional que somos los dominicanos ha entrado en barrena. Nos hallamos al garete. ¿Qué ocurrirá? No somos profetas. No lo sabemos, la historia no consuela a nadie. En lo que toca a la perspectiva de la cultura, nosotros increíblemente hemos contado con personalidades que suelen sobreponerse al desastre del hundimiento. Sigue siendo entre nosotros la hazaña individual el modo de representar a toda una generación.

¿Qué opina de la situación actual de los escritores dominicanos? ¿Quién es escritor, el que escribe o el que publica?

MN: Lo importante no es que alguien escriba ni que se autoproclame como escritor. Hay quien escribe y no tiene lectores. Publican montañas de informes, bodrios que nadie lee ni a nadie le interesan, ¿son realmente autores? Las librerías, los almacenes de las editoriales se hallan llenos de libros que no interesan a nadie. Porque no le hablan a nadie. Porque los autores se hallan aprisionados en un discurso embrollado, pedante, sin público. Esos individuos todavía no se han enterado que son cadáveres, que están muertos, y andan como los personajes de Pedro Páramo de Juan Rulfo. Son muertos que han regresado de Comala. El mundo intelectual se parece a veces a un vasto cementerio. Los muertos hacen más ruidos que los vivos. El escritor es aquel que interpreta una de las tendencias del pueblo, son como los gurús de la tribu, y sus ideas de alguna manera pueden constituir una fuerza histórica. Eso es lo que define el influjo de un autor.

¿Existe una poesía y en términos generales una literatura dominicana? ¿Qué nos falta?

MN: Claro. Existe una poesía dominicana que toma sus caracteres en Salomé Ureña, José Joaquín Pérez, tradición neorromántica en su vertiente patriótica, nativista; luego entramos en el modernismo con Fabio Fiallo y Gastón Fernando Deligne y Altagracia Saviñón. Postreramente, vienen las vanguardias con Vigil Díaz, Domingo Moreno Jiménez, Los Independientes del 40, Manuel del Cabral, Pedro Mir, Tomás Hernández Franco, y así llegamos a la etapa de mayor esplendor que fue la Poesía Sorprendida, donde el lenguaje poético se renueva con los influjos del surrealismo y el conocimiento de otras tradiciones poéticas: Mieses Burgos, Rueda, Gatón Arce, don Mariano Lebrón Saviñón y luego nos hallamos con grandes individualidades: Lupo Hernández Rueda, Héctor Incháustegui, Luis Alfredo Torres, Sánchez Lamouth. A esa tradición que, en pocos países de América se tiene, hay que añadir un principio de organización.

Desde luego, no todas las épocas suelen ser tan ricas como el pasado. Hay muchos países que sólo pueden vivir de su pasado. Porque a veces resulta muy difícil superarlo. Francia, por ejemplo, no ha podido superar el siglo XIX que vio coincidir a Stendhal, Victor Hugo, Dumas, Balzac, Zola, Flaubert, Marcel Proust. Después de una pléyade de gigantes, hay que contentarse con los enanos. Para los estudiosos de las letras, que no tienen pretensiones de hacerse famosos ni quieren ser admirados, el pasado siempre es más importante: Shakespeare, Cervantes, Dante, Moliere.

¿Qué opina de los autores jóvenes dominicanos?

MN: Los jóvenes se hallan con unos prolijos medios que no se tenían antes. Hoy ningún escritor que nos interese nos resulta completamente desconocido. Podemos averiguarlo, conocerlo todo. Aprender otras lenguas con mayores facilidades y medios. Comunicarnos con gente en todas partes del mundo, y disponer de libros, audio libros, grandes síntesis culturales, que antes se realizaban al final de una vida. Hoy todo es posible. A los jóvenes, como decía, Pedro Henríquez Ureña sólo les falta una cosa: orientación. Seleccionar con vocación y entusiasmo el proyecto que desean realizar, y el mundo les abrirá las puertas que otras generaciones no tuvieron. Ya hay autores jóvenes dominicanos que se abren paso en el extranjero Pedro Antonio Valdez, Ray Andújar, y lo propio acaece con las escritoras jóvenes. La literatura dominicana no se halla, realmente, en crisis. Tiene potencialidades innegables, y el pandero está en muy buenas manos.

¿Qué le parecen las intervenciones de los intelectuales dominicanos en las redes, se abusa de Facebook, los temas que tratan son frívolos, inducen al debate o deberían alejarse un poco?

MN: Las redes sociales consumen a veces demasiado tiempo. Creo que hemos llegado al fin de la vida privada. Nuestra vida aparece en las redes como un espectáculo. Se crean mundillos cerrados y que terminan empobreciéndonos. Porque esa es parte de la cultura del cotilleo y del mentidero. Sigo creyendo que los intelectuales no se forman en cafeterías o escuchando discusiones de la radio, sino en las bibliotecas, en la lectura individual, en la comprensión del mundo, y para tener esa comprensión superior del mundo hace falta la soledad. Decía Lope de Vega” A mis soledades voy/ de mis soledades vengo/ porque para vivir conmigo/ me bastan mis pensamientos”. Creo que una de las cosas que echamos de menos en este mundo de ruidos, es el silencio, la concentración y en esta sociedad de multitudes y de gente que se siente ser masa y piensa con las categorías que Ortega y Gasset llamó el hombre masa. Necesitamos soledad para recuperar nuestro yo disperso en la sociedad de redes.

Finalmente, ¿Quién es Manuel Núñez?, que los niños, los adolescentes y los jóvenes puedan entender las razones de su pensamiento y de sus actitudes intelectuales de escritor reflexivo comprometido con la causa de su país?

MN: Soy un escritor. Al levantarme y abrir la ventana me encuentro con mi país. Es una realidad que no puedo evadir ni puedo imaginarme otra, inventarme un territorio, un país al cual pueda huir. Sé que mi realidad es frágil, que podemos desaparecer, sin hacer demasiado esfuerzo. Pero a ese país, nacido de las proezas de los trinitarios, le he jurado lealtad. Para mí la cultura dominicana necesita ahora del sacrificio de los mejores. No creo que haya nada más importante que ser dominicano. Mi ser intelectual, el que soy, lo soy como dominicano. No puedo disociar esa realidad, que me persigue dondequiera que voy.

Biografía activa:

Natural de Santo Domingo. Hizo la licenciatura y maestría en Literatura de la Universidad de París VII. 1984.

Posteriormente concluyó sus estudios de doctorado en Lingüística aplicada a la enseñanza de la lengua en 1993.

Es profesor de literatura y lingüística de la Universidad Tecnológica de Santiago (Utesa) y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Ha sido profesor, igualmente, de la maestría de Lingüística Aplicada del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec). Actualmente es director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad APEC. Fue editor de Lengua Española de Editorial Santillana. Es autor y editor de Lengua y Literatura I, II, III, IV (1995-1999), publicado por Santillana y de otros manuales concebidos para la enseñanza de la lengua.

Ha publicado ensayos de literatura, análisis del discurso. Entre sus obras figuran La apertura del huerto sellado; la esencia gráfica. Tuvo a su cargo la edición de novelas cortas, artículos y ensayos de Manuel de Jesús Galván. En 1990 se dio a la estampa la primera edición de El Ocaso de la nación dominicana, entre otras publicaciones amplias sobre diversos temas.

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