AGROEMPRESARIO DEL AÑO
Revolución agropecuaria
Estados Unidos, por el contrario, exportó a la República Dominicana valores de productos por un monto de 4,358 millones de dólares en el año 2004, mientras que en el año 2012 sus exportaciones aumentaron a 7,697 millones de dólares, para un incremento de más de 3,339 millones de dólares. Si comparamos la evolución de nuestro comercio con los Estados Unidos y la de Centroamérica con Estados Unidos en el período 2004-2012, se nota que al momento de firmar el DR-CAFTA, la República Dominicana exportaba a los Estados Unidos más que cualquier país centroamericano. Las exportaciones de Centroamérica, que antes del DR-CAFTA eran similares a las nuestras, se duplicaron durante esos ocho años, mientras que nosotros exportamos 200 millones de dólares menos. Es decir, Centroamérica ha aprovechado el DR-CAFTA mucho más que la República Dominicana. ¡Algo hemos hecho mal, y algo estamos haciendo mal!Por ejemplo. Muchos productos nuestros, con gran potencial de venta en el exterior y que representarían millones de dólares para nuestros productores, no pueden ser exportados actualmente a los Estados Unidos. Dicho de otra forma, hay cuotas de exportaciones a Estados Unidos que no pueden aprovecharse porque la República Dominicana no ha podido superar las dificultades vinculadas con el cumplimiento de los requisitos fitosanitarios, así como con las normas de tamaño, calidad y madurez exigidos. Es lamentable concluir que esas aperturas comerciales y preferencias solo tienen valores simbólicos. Las cuotas de productos tan importantes del sector agropecuario, como leche, pollos, helados, quesos y otros, no han podido ser aprovechadas por la falta de cumplimiento de las señaladas reglamentaciones. ¡¡República Dominicana necesita una revolución agropecuaria!!En las pasadas décadas el país no ha trabajado con la profundidad necesaria para lograr los niveles de cumplimiento requeridos. Eso refleja la poca importancia que se le ha otorgado a la agropecuaria nacional, lo cual pone en riesgo la estabilidad, y también la existencia, de muchos subsectores de producción de alimentos y bebidas. Los países avanzados cuentan, por ejemplo, con seguros agrícolas para cubrir un eventual daño de la naturaleza. El seguro agrícola es prácticamente inexistente en República Dominicana. Todos los que estamos aquí sabemos bien que el riesgo de las cosechas recae sobre el patrimonio de los empresarios y de los campesinos dominicanos. Si consideramos el financiamiento al sector, en lugar de sesudos análisis podemos acudir a la verificación de dos realidades: una, la insuficiente cantidad de productores consagrados en exclusiva a la producción; y otra, la visión de algunos propietarios de que, endeudar una finca para desarrollar algún proyecto dentro de esta es una manera casi segura de perder la finca.La evidente realidad es que los gobiernos de los países de Centroamérica otorgan a sus empresas mejores condiciones que las que prevalecen en República Dominicana: mejores precios de los combustibles, mejor tarifa eléctrica, mejor acceso al financiamiento y tienen, además, regímenes especiales más beneficiosos y avanzados. En el caso de Costa Rica, existen paquetes fiscales de promoción a la producción. En Guatemala funciona un régimen de fomento a las exportaciones y al régimen de maquilas en el sector agrícola, pudiendo una multinacional maquillar productos en una industria guatemalteca y exportar sus productos sin ningún pago de aranceles, ni de impuestos. En El Salvador existe un Régimen de Zonas Francas y una estimulante Ley de Promoción a las Exportaciones, para citar algunos ejemplos. En los Estados Unidos y Puerto Rico, que juntos representan nuestros principales mercados, el presidente Obama ha promovido importantes reformas que incluyen ayuda para la transformación empresarial, bajas tasas impositivas, exenciones fiscales y, en algunos casos, pagos de incentivos a los empleos en nómina, además de incentivos estatales adicionales a los federales. Puerto Rico estrena la nueva Ley de Incentivos para el Desarrollo Económico, la cual crea un nuevo marco legal que provee incentivos contributivos para empresas que se ubiquen en su territorio. Bajo esta ley los negocios estarán sujetos a una tasa fija de contribución sobre ingresos netos de solo el 4 por ciento, mientras que en la República Dominicana dicho impuesto es un 29 por ciento. Esto es claramente contraproducente, y podríamos llamarlo un “contraincentivo”. Nuestro comercio con Haití es primordial para el sector agropecuario. Las exportaciones a ese vecino país sobrepasan los 1,000 mil millones de dólares, de los cuales más de 300 millones corresponden a productos del agro y alimentos procesados, lo que convierte a dicho país en un gran consumidor de nuestros productos agropecuarios. Mientras se habla de posibles acuerdos de libre comercio con Taiwán, Canadá, México, y Colombia, no existe ningún estatuto, ni reglamentación en el comercio binacional con Haití. Durante decenas de años, hemos mantenido un intercambio comercial que representa miles de empleos y riquezas, pero ahora todo esto está sometido a interpretaciones bilaterales y a un “modus vivendi” de carácter internacional lleno de incertidumbres comerciales. Esta situación debe corregirse pronto, cuanto antes mejor para ambos países, y es necesario que la misma sea organizada y enriquecida por un acuerdo o tratado que otorgue certidumbre jurídica al comercio binacional. No existen dudas de que el DR-CAFTA y el mercado norteamericano ofrecen un gran potencial. Esperamos, por consiguiente, que el fortalecimiento de la producción en nuestro país, sea un punto de primordial importancia en la agenda nacional. Mientras más comercio generemos y mientras más personas puedan participar en actividades comerciales con el DR-CAFTA, estaremos creando más riquezas para el disfrute del pueblo dominicano. Los países no ponen en juego su independencia alimentaria, mucho menos un país necesitado como el nuestro. Cada importación desleal que recibimos, ya sea de productos agrícolas frescos o procesados, así como de materiales para la industria agrícola disponibles aquí, se traduce en una actividad productiva menos en nuestros campos; en aumento de cordones de miseria en las ciudades, en mayores índices de criminalidad y en la reducción inevitable de divisas necesarias para importar cosas que no producimos, por ejemplo, petróleo. El precio real de las importaciones no es el que se paga por un producto importado más barato que el dominicano. El valor real de dichos productos importados baratos es la eliminación del campo dominicano. Con las importaciones estamos cambiando la siembra de productos en el campo por la siembra de más pobreza que emigra a las ciudades y contribuye al desorden, la violencia y la improductividad que nos aquejan. Prefiero un producto más caro, cosechado y procesado aquí, que uno más barato importado, pues el que viene de fuera no solamente no aporta nada a nuestra producción y competitividad, sino que las hace cada vez más débiles y crea desempleados a granel. Señoras y señores, estamos irremediablemente obligados a resolver el dilema de que la República Dominicana sea, definitivamente, un eficiente productor de alimentos dispuesto a optimizar todas las oportunidades que brinda la ruta del libre comercio, o dejar que solo seamos un país consumidor neto de productos importados. Los sectores de exportaciones agrícolas no pueden ni deben ser agobiados de impuestos, lo que nos lleva a convertirnos, realmente, en exportadores de impuestos. Nuestros organismos de certificación de normas, nuestros sistemas de calidad y las ayudas al campo deben dirigirse a los subsectores agropecuarios, para que éstos se encuentren en condiciones de igualdad con los países que competimos. Llegó la hora de que todos miremos la agropecuaria con el nivel de importancia y la capacidad que tiene y representa en la solución de nuestros problemas. Yo confío en mi país. Confío en la determinación de los dominicanos, y estoy seguro de que si nos unimos en la búsqueda de un mismo propósito, podemos lograr las metas de desarrollo que merecemos alcanzar. El dominicano es trabajador y está dispuesto a dar lo máximo de sí para poner a parir el campo dominicano con la calidad necesaria para ser competitivos. La agricultura de cualquier país será siempre la obra de todos los que intervinieron en ella. Sin embargo, dentro de los muchos logros alcanzados en la nuestra y que son los que nos han permitido llegar donde estamos hoy, resaltan, entre muchos otros, cinco nombres. Por tanto, no podría, en justicia, terminar estas palabras sin rendir homenaje a esos hombres. Andrés María Vloebergh: un francés que dedicó lo mejor de su vida profesional a mejorar nuestra agricultura trabajando en la fundación de la escuela de agronomía del Instituto Politécnico Loyola en 1954, y en la fundación de la escuela de agronomía de la Facultad de Ciencias Agronómicas y veterinarias de la UASD de la cual fue declarado profesor meritísimo y quien vivió por y para la educación, la investigación y experimentación científica. Al reverenciado profesor Eugenio Marcano: investigador, científico, observador y sabio, quien, empero, nunca pasó por las aulas universitarias, no estuvo inspirado por el dinero ni el lucro, ni siquiera por la gloria. Era un investigador natural motivado por el amor a la ciencia y al conocimiento. Al legendario agricultor y promotor vegano Francisco Gómez Estrella: cuya cultura y experiencia agrícola estuvo siempre al servicio de miles de dominicanos a quienes aconsejó, asesoró y estimuló tanto de manera directa como a través de la educación radiofónica en la que fue un innovador. Al arrocero Toño Brea: hombre de singular mérito que fue capaz, por sus propios medios y recursos, de desarrollar una línea de arroces que hoy lleva su nombre, y que millones de nosotros consumimos alegremente sin que la mayoría haya caído nunca en la cuenta de cuánto fue necesario hacer para lograrlo. Y finalmente, con todo el respeto y admiración de que soy capaz, agradecer a todos los numerosos, duraderos y fundamentales aportes a nuestra agricultura por parte del hijo de una dominicana y un norteamericano, nacido en Guantánamo. La sabiduría, visión, conocimientos, capacidad de trabajo y vocación de servicio y cultura de este hombre ha sido tanta que trascendió con mucho y durante años las fronteras y confines de esta isla sirviendo en otros países, institutos y agencias internacionales. Me refiero a uno de los fundadores e inspiradores del nacimiento del Instituto Superior de Agricultura en 1962 y al inspirador del surgimiento de la Facultad de Ecología de la PUCMM: don Luis Crouch Bogaert. A estos hombres, y a muchos otros que no he mencionado, debemos agradecimiento pero también, tan o más importante aún, debemos proponerlos como ejemplo porque nuestro futuro inmediato, reclama esa visión, colaboración y aportes más que nunca antes. Muchas gracias. Félix GarcíaEmpresario