La República

INVESTIGACIÓN HISTÓRICA

Sabana Larga consolidó la Independencia

HAN TRANSCURRIDO 169 AÑOS DE ESA BATALLA

Homero Luis Lajara SoláSanto Domingo

“No podemos dirigir el viento, pero sí podemos ajustar las velas y seguir navegando” -Autor Desconocido- La idílica percepción con que muchos dominicanos se han formado en las aulas, mostrando que el trabucazo del general Matías Ramón Mella, en la Puerta de la Misericordia en 1844, bastó para que el Ejército y la Flota Naval haitiana depusieran sus armas, y sus líderes desistieran de la idea de volver a invadir la parte Este, es un elemento totalmente alejado de la realidad. Esas gestas épicas se sellaron con tinta indeleble en base al machete, la pólvora y donde los campos se llenaron de sangre en medio de escenas pletóricas de heroísmo y amor por el suelo patrio, que hacen recordar las narraciones de Homero en la Ilíada.… Allí mismo donde Aquiles se decidió por el camino del dios Marte, cambiando una vida tranquila, por casarse con la gloria eterna y la perpetuidad de su nombre. El privilegio de llamarnos dominicanos, de tener una bandera y un escudo que honrar, así como el imponente himno que escuchamos con emoción, nos hacen rememorar junto al retumbar del tambor que se combina con los vientos de guerra, el movimiento táctico de nuestras tropas en los campos de batalla. Aunque han transcurrido 169 años de esa epopeya, la evocamos como si fuera hoy, conectándola con nuestros tiempos pretéritos de la rigurosa rutina de la entonces Escuela Naval de la Marina de Guerra. Allí, cada mañana, antes de izarse el Pabellón Nacional, escuchábamos y cavilábamos, al compás de la lectura del brigadier mayor - el guardiamarina (cadete) de más rango-, fragmentos del libro: “Efemérides Militares Dominicanas” No era otra cosa que el resultado de la vasta cultura y experiencia conjunta, vertidas de la pluma de los hoy pasados Secretarios de Estado de las Fuerzas Armadas, los mayores generales retirados e historiadores militares: Ramiro Matos González y José Miguel Soto Jiménez, narrando con brillante prosa marcial, nuestras gestas libertadoras, divididas en las cuatro campañas militares. La primera campaña en el 1844, con las Batallas de Azua (19 de Marzo) y Santiago (30 de marzo), con los temidos generales de machete, Santana e Imbert, al mando; los combates de: El Memiso y Tortuguero, comandados por el general Duvergé y el general de marina (almirante) Cambiaso, respectivamente. La segunda campaña en el 1845, con las batallas de La Estrelleta, Beller y Cachimán, en cuyo frente comandaban los generales Puello y Salcedo, y el coronel Elías Piña, respectivamente; y el combate de las Pocilgas, de nuevo con el sable de Salcedo; así como los aprestos ofensivos de Hondo Valle y El Puerto, bajo el mando del valiente y sagaz general Duvergé. La tercera campaña en el 1849, en El Número y Las Carreras, con la dirección estratégica de los generales Duvergé y Santana; y la cuarta y última campaña, en los años 1855-1856, con las batallas de Santomé, Cambronal y Sabana Larga, con los generales: Cabral, Sosa, y Franco Bidó, al mando de sus respectivas tropas. Impulsados por la fuerza de Poseidón, con las musas ávidas de mover los remos, aportando conocimiento, consumamos este recuento de las travesías bélicas que mantuvieron ese Pabellón Nacional ondeando majestuosamente -por mar y tierra-, producto del valor y heroísmo de nuestras incipientes y valientes fuerzas militares. Las mismas que hoy, bajo el manto del nuevo escenario mundial, sable en ristre, subordinadas al poder civil legalmente constituido y al imperio de la ley - con su amor a su nación-, imbuidas de la indispensable disciplina, honor, desempeño apolítico y profesional, deben preservar la independencia, integridad y soberanía de la República, declarando objetivo militar a los nuevos jinetes del Apocalipsis: el narcotráfico y crimen organizado: “Pensando siempre en la vergu¨enza que constituye para la Patria, su familia y el mismo uniformado, que se convierte en lacra, cuando el peso de la ley lo lleva directamente a las ergástulas, lanzándolo dentro del pestilente zafacón de la historia”. Con la epopeya que cerró el paso de manera definitiva a las huestes haitianas: La Batalla de Sabana Larga, sobre cuya proeza guerrera citamos al general de brigada médico, Dr. Rafael Leónidas Pérez y Pérez, EN, director del Departamento de Historia del Ministerio de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas, herederas eternas de las glorias inmarcesibles, a cuyo puerto volvemos a recalar, para lectura de dominicanos y dominicanas que tanta gloria pueden percibir, deleitándose de bizarros episodios impregnados de patriotismo: “Teniendo como escenario los extensos campos de Sabana Larga, Dajabón, con un frente de más de quince kilómetros y una profundidad de diez y nueve kilómetros, y como eje central el río Macabón -hoy Arroyo Macaboncito-. Esa egregia batalla fue la más grande en los enfrentamientos para alcanzar la Independencia Nacional, y acaso la más sangrienta que se ha librado en las Antillas”. Durante los últimos meses del año de 1855, para no secar por completo el salitre del mar de mi prosa, extraigo del Cuaderno de Bitácora, inspirado en los relatos de don Emilio Rodríguez Demorizi, a Soulouque, cuando se prepaguez Rodríraba para lo que los haitianos creían iba a ser su segunda invasión de la República Dominicana; y el general de marina Juan Bautista Cambiaso, ilustre fundador de nuestra Marina de Guerra, italiano de nacimiento y dominicano de alma y corazón; como avezado marino militar, prepara la flotilla a la carrera, y se hace a la mar con un convoy compuesto por las barcas Cibao, Congreso y Libertador; el bergantín 27 de Febrero y las goletas General Santana, 19 de Marzo y Nuestra Señora de las Mercedes, en patrullaje preventivo de nuestro litoral marítimo, en maniobras táctico-navales con el objetivo de impedir, con el tridente de Neptuno, que los haitianos usaran el mar -en razonable estrategia naval-, para el envío de tropas, municiones y abastecimientos logísticos, en los aprestos que tendrían lugar en Sabana Larga. En esa insigne batalla, un 24 de enero de 1856, siendo las 07:30 horas, el enemigo inició su ofensiva desatando fuego de artillería continua sobre el ala izquierda del Ejército dominicano, haciendo retroceder las tropas al mando de los coroneles Hungría y Batista. El general Juan Luis Franco Bidó, comandante de las fuerzas militares dominicanas, resolvió enviar refuerzos. Formó una columna de quinientos hombres, que puso bajo el mando del activo comandante José Antonio Salcedo, pudiendo los coroneles Hungría y Batista recobrar fuerzas, gracias al oportuno auxilio, tomando de nuevo la ofensiva, atacando con la fuerza de Vulcano a los haitianos, quienes mordieron el polvo de la derrota, siendo despojados, entre otras novedades de guerra, de una valiosa pieza de artillería. Siguiendo el parte de guerra, a las 09:00 horas, una columna haitiana, comandada por el general Prophette, atacó a las tropas dominicanas concentradas en Sabana Larga, cuyos jefes, conscientes de la inferioridad numérica de sus fuerzas, con una preclara visión estratégi emboscada a las huestes del Oeste, retirando hábilmente parte del personal a la entrada de Arroyo Macabón -procurando el eficaz factor sorpresa-. Algunas de nuestras piezas de artillería, la infantería -soldados a pie-, quedaban camufladas entre los hierbajos del lugar, detrás, quedó la caballería debajo de los arbustos. El mando militar dominicano dejó hábilmente que los haitianos se acercaran, y, cuando estaban a distancia de tiro, nuestros cañones comenzaron a rugir incesantemente. Se da la señal, y nuestros bravos infantes, que estaban en el suelo, como soldados espartanos luchando con los inmortales persas, se levantaron como bólidos lanzando una potente descarga de fusilería al sorprendido y aterrado enemigo. Tras ese acontecimiento, las tropas del centro dominicano -con audaces movimientos tácticos-, rechazaron valientemente al enemigo, haciéndolo retroceder hasta el Cerro de Plata o El Alto de Caobanita, donde se parapetaron defendidos por su artillería y encubiertos por las trincheras que ahí poseían; hasta allí fueron los implacables guerreros dominicanos a combatirlos, entablándose una esforzada lucha, mientras, el ala derecha del Ejército dominicano, se movía en dirección hacia Cayuco, tras la sierra y cerros de Jácuba. E l ala izquierda de nuestro Ejército, al mando de los coroneles Hungría y Batista, que se encontraba en las cercanías de Guayabo, al oír hacia el Este el obstinado cañoneo, se devolvió rauda hacia el lugar de combate, para reforzar las tropas de Valerio, que perseguían las huestes del general Prophette que huían despavoridamente del poder de fuego dominicano. Mientras tanto, el ala derecha del Ejército dominicano bajó hacia el suroeste de la sabana de Jácuba, para -con habilidad táctica-, cortar la retirada haitiana, lo que vino a producir una “operación de yunque (infantería) y martillo (caballería)”, emulando al gran estratega militar de todos los tiempos, Alejandro Magno, con la salvedad de que, a pesar de que esa táctica militar, diseñada cuando existe más o menos el mismo número de efectivos entre los ejércitos enfrentados; pero en este caso - de acuerdo al juicio de estrategas de infantería nuestros-, la rápida acción y el ataque contundente al centro de la masa enemiga, creó confusión, provocando la dispersión de sus tropas, lo que le produjo a las huestes haitianas, junto a las bajas sufridas en otros combates, la suma total de aproximadamente dos mil muertos, constituyendo con estos datos la batalla más sangrienta en la guerra dominico-haitiana. Las fuerzas de caballería dominicanas persiguieron en forma tenaz a las tropas haitianas que se retiraban desesperadamente en desbandada, siendo hostigadas sin descanso hasta el poblado de Dajabón. Al momento en que el valiente coronel Rodríguez tomó una pieza de artillería haitiana, recibió un metrallazo que le voló de cuajo una pierna. En ese estado, cual Cid Campeador criollo, fue montado por sus leales subalternos sobre el cañón capturado y arrastrado por éstos, emocionados y conmovidos a la vez con el impactante suceso. Entonces, al aguerrido coronel Rodríraba prepaguez le fallaron las fuerzas y fue trasladado en una camilla, para socorros médicos, pero expiró en Guayubín como un soldado matrimoniado con la gloria. El coronel Gerónimo de Peña fue otro de los oficiales superiores que abonaron el campo de Batalla en Sabana Larga, con su sangre, dejando la huella indeleble del héroe militar dominicano. En el parte oficial del general dominicano triunfante, Juan Luis Franco Bidó, se consigna que, después de una jornada de tal magnitud, a las 16:00 horas, cesó el fuego y ya quedaban ellos, los haitianos -en sus límites- , donde siempre deben mantenerse; con la buena voluntad y apoyo recíproco de dos naciones hermanas que comparten una isla. Ya en la recalada, coincido con historiadores militares nuestros en el sentido de que, la Batalla de Sabana Larga fue el Waterloo del emperador haitiano Faustino I- Faustino Soulouque-, quien no pudo atacar jamás suelo dominicano, porque en ese histórico y sangriento enfrentamiento, las fuerzas militares haitianas perdieron la necesaria potencia de combate y la indispensable moral, al ser derrotados de manera contundente por otras fuerzas militares menos numerosas, pero decididas a ser libres bajo un haz de energía ecuménica, unidas en un férvido ideal independentista que afilaba el machete, símbolo de poder y gallardía de nuestros fieros soldados. Con esta memorable batalla, cerramos el ciclo de la guerra por nuestra Independencia (1844-1856). Y nos despedimos, rememorando nuestro bautizo de fuego en la Fuente de Rodeo, el 11 de marzo de 1844, “donde la sangre de nuestro naciente Ejército, fecundó las ubérrimas tierras de esa región”, como me señalaba el general de brigada de infantería e historiador, Leónidas Báez, E.N; colaborador incondicional de nuestros ensayos, junto al teniente coronel y también historiador Sócrates Suazo, E.N. Las ondas expansivas del trabucazo de Mella, el general, prócer de la Independencia y la Restauración, anunciaron al mundo el nacimiento de una nueva República, que desde ese momento, iba a formar parte de una vez y para siempre, del concierto de naciones libres, soberanas e independientes, la cual debe navegar siempre bajo el mando de un capitán dominicano, aferrado al timón del valor, la fe y el trabajo honrado, para forjar con disciplina, planificación, amor por el suelo patrio y conciencia cívica, un futuro promisorio para una tripulación con derecho a la paz, progreso y felicidad, consciente de sus deberes, manteniendo esa rosa náutica orientadora firme en su norte de valores y principios, colocando a Duarte, Luperón y demás prohombres, paladines de nuestra Independencia, en el palo mayor de la gloria, como recordatorio eterno de preservar el legado de libertad, sellado con sangre y sacrificios en las gloriosas gestas independentistas. ¡Dios Patria y Libertad! ¡Qué viva siempre, por los siglos de los siglos, la República Dominicana!

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