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SACRIFICIOS

Subero mantiene en alto bandera de la honestidad

POSICIÓN. NO PERMITE QUE SUS HIJOS EJERZAN LA PROFESIÓN MIENTRAS OCUPE LA PRESIDENCIA DE LA SUPREMA

Santo Domingo.- Jorge Subero Isa conserva aquella honestidad y humildad que le inculcaron sus padres en San José de Ocoa. Todavía “come de cantina”, vive en la misma casa hace más de 30 años, no permite que sus hijos ejerzan su profesión de abogados mientras él sea presidente de la Suprema Corte, y el carro de su esposa, modelo 1994, se le está cayendo a pedazos. No es que ande por ahí haciendo profesión de pobreza. Pero es un hombre tan estricto y frugal en su vida cotidiana que todos los días se recoge en su casa entre cinco y seis de la tarde, al concluir la jornada laboral, y participa en muy contadas actividades sociales fuera de aquellas que le obligan el cargo. Sus amigos son los mismos de su infancia y adolescencia en Ocoa, y la mayoría de ellos llegaron a estudiar en la misma época a la capital. Es innegable que el cargo de presidente de la Suprema Corte de Justicia le ha ganado prestigio a Jorge Subero. Y en cierto modo hasta alguna estabilidad emocional y económica, a partir del axioma de que “el más rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita”. Es obvio que en términos materiales Subero habría ganado más plata en el ejercicio liberal de su profesión de abogado que en el cargo que ostenta. De cualquier modo, él siempre ha sido un profesional exitoso fuera de las posiciones públicas que ha desempeñado. Como presidente de la Suprema ha perdido a algunos de sus mejores amigos, y admite que en su condición de juez es excesivamente malagradecido. Hace poco un gran amigo en dificultad con la Justicia le hizo saber que él seguía apreciándolo y queriéndolo a pesar de no haber intercedido a su favor. Jorge le respondió: “Dígale que en lo personal cuente también con un amigo, pero que no cuente con un juez en la Suprema...”. Subero proviene de una familia de comerciantes originaria de Ocoa, y su primera infancia discurrió en una apartada comunidad montañosa de San Cristóbal, Los Mineros, a orillas del río Mahomita, a la que sólo se llegaba después de cuatro horas a lomo de caballo. Único varón de tres hermanos, vivió con sus tías para poder estudiar en la secundaria y luego para llegar a la Universidad Autónoma, donde se hizo abogado. Su padre quiso que fuera ingeniero, pero su propósito de trabajar mientras estudiaba lo puso a escoger entre las carreras de Sociología, Contabilidad, Idiomas y Derecho, únicas profesiones que en esa época podían hacerse en horarios vespertinos y nocturnos. En 1966, Jorge logró un empleo de cuarta categoría en la Secretaría de Educación. Aún conserva aquel nombramiento, firmado por Balaguer, y tiene enmarcado en la sala de su casa su primer cheque, por la suma de RD$ 22.85. Se lo regaló, sin cambiarlo, a su madre como símbolo de gratitud eterna, pero ella nunca lo hizo efectivo y lo conservó hasta el día de su muerte. En Los MinerosEstando Jorge muy niño, su padre Rafael Antonio Subero decidió irse a la sección Los Mineros, en El Cacao, de San Cristóbal, para explorar negocios en la compra y venta de productos agrícolas, especialmente café y cacao. Su “capital” inicial fueron veinte pesos que le concedió en crédito el señor Francisco Brea, hermano del radiodifusor José Brea Peña, que tenía un negocio de almacén de provisiones en los alrededores de la avenida Mella, en la capital. En esa época Jorge y sus dos hermanas, Fátima y Emilia, tenían entre ocho y cinco años y se fueron con su madre, Josefa Emilia Isa, doña Tilita, y el resto de la familia a Los Mineros. En la escuela rural de esa apartada comunidad montañosa cursó Jorge Subero sus primeros años escolares. La profesora era doña Cocola Nina, la madre del doctor domingo Porfirio Rojas Nina. Para ingresar a la escuela secundaria, doña Tilita llevó a sus tres hijos de regreso a San José de Ocoa y los repartió entre tres hermanas suyas, separándose la familia por primera vez. Tratando de apurar los estudios para ingresar a la universidad, Jorge preparó el cuarto año del bachillerato en las vacaciones de verano y se graduó de bachiller en Filosofía y Letras. Ese detalle frustró la esperanza de su padre, que quería ver a su hijo graduado de ingeniero, por tradición de la familia. Casi todos los Subero que llegaban a la universidad en esa época estudiaban ingeniería. Ya graduado de bachiller antes de cumplir los 18, en el año 1964, Jorge llegó a la capital y se instaló en casa de otra tía materna, en la calle Hostos 17, y de inmediato se matriculó en la escuela de Derecho de la UASD. Asistía a partir de las tres de la tarde a la universidad, y trabajaba de 7:30 a 1:30 en Educación, donde poco a poco fue escalando posiciones hasta llegar a ser encargado de nóminas. Renunció de Educación al graduarse de abogado, en 1970. El último año académico en la UASD fue muy convulso. La situación política de entonces era caldeada. Balaguer se reelegía por primera vez, los presos políticos se contaban por centenares, la izquierda se radicalizaba, grupos del Pacoredo y del MPD se mataban en las calles unos a otros, la banda estaba en su apogeo y secuestraron al coronel Donald J. Crowley, agregado militar norteamericano en el país. La cosa estaba color de hormiga. El entonces rector de la universidad estatal, doctor Rafael Kasse Acta, aceptó hacer un acto de investidura especial para que se graduara un grupo reducido de unos diez doctores en Derecho que habían obtenido excelentes calificaciones. Entre ellos estaban Jorge Subero y César Pina Toribio, actual secretario de la Presidencia. El decano de la escuela de Derecho era entonces el prestigioso abogado Froilán Tavárez, y el secretario era el doctor Bernardo Fernández Pichardo. Inicio de la carreraMignolio Pujols, pariente de Jorge Subero, y quien ya ejercía con éxito el oficio de abogado, lo acogió en su bufete del edificio Copello, en la calle El Conde esquina Sánchez, que para la época era el centro de las principales actividades sociales, políticas y comerciales del país. En los próximos tres años ejercería al lado de su pariente en una agitada carrera que lo llevaba de un tribunal a otro, atendiendo los casos más corrientes y comunes que llegaban a la oficina de Mignolio. Tres años más tarde, en 1973, Jorge Subero se fue a trabajar a la compañía de seguros San Rafael, perteneciente al grupo Corde. Llegó como subgerente del departamento de Reclamaciones de Vehículos y terminó cuatro años después como gerente de ese departamento y asesor legal. En ese organismo estatal trabajó con Leonardo Matos Berrido, Eudoro Sánchez y Sánchez, José Abigail Cruz Infante y Yuyo D’Alexandro. Entre 1977 y 1990 Jorge Subero tuvo una exitosa carrera como abogado independiente, y en ese período sirvió a algunos de los grupos empresariales y consorcios internacionales más prestigiosos del país. Pero fue llamado al servicio público de forma inesperada para una posición que en aquel momento estaba en el centro de la controversia pública: La Junta Central Electoral. Promediaba el año 1990 y el país se hallaba nuevamente en crisis. Las elecciones nacionales celebradas en mayo habían terminado en un verdadero tollo. Juan Bosch acusaba a Balaguer de haber hecho fraude para permanecer en el poder y le exigía su salida inmediata del gobierno. La Junta Central Electoral había hecho un papel miserable en aquel proceso y su presidente, Canoabo Fernández Naranjo, se había retirado a su hogar en actitud considerada ambivalente e irresponsable. No había una salida institucional a la vista. “Alguien cuyo nombre me reservo me llamó en aquel momento y me dijo que se estaba buscando a personas serias y sin compromisos políticos partidarios para integrar una nueva Junta Central Electoral, y me preguntó si yo estaba dispuesto a aceptar ser miembro de esa junta. Le dije que aceptaría con la condición de que tenía que conocer previamente los nombres de los demás integrantes”. Esperó en vano una respuesta y aquella propuesta se diluyó sin ningún resultado, explicó Subero 19 años después. La misma situación se presentó en el año 1994, después de una crisis de mayor proporción que la del 90. La misma persona volvió a llamar a Subero para proponerle que integrara la Junta. Y esta vez él fue mucho más radical. Había que someterle a él primero los nombres de los otros integrantes, y una condición invariable era que él, Subero, presidiera el organismo. Así se le prometió. Sin embargo, encontrándose en Santiago de Chile, el doctor Peña Gómez dio unas declaraciones señalando que Subero no le resultaba confiable porque era reformista. Subero de inmediato declinó el ofrecimiento y negó semejantes vínculos políticos. Más adelante Peña Gómez se disculpó con Subero y es entonces cuando aceptó ser presidente sustituto de la Junta Central Electoral, al saber que el titular era un hombre de la categoría y la seriedad de César Estrella Sadhalá y que los demás integrantes eran personas notables. De la Junta a la SupremaCésar Estrella Sadhalá renunció a la presidencia de la Junta en 1996, después de organizar las elecciones de ese año, ganadas en segunda vuelta por Leonel Fernández. En esa situación asumió el presidente sustituto, Subero Isa. En los trámites de confi rmación en el cargo se encontraba el Congreso cuando el doctor Subero fue propuesto como miembro de la Suprema Corte de Justicia, en un nuevo esquema que cambiaría radicalmente el sistema judicial dominicano. A la propuesta inicial de que formara parte de la matrícula de la Suprema, Subero lo condicionó a que él fuera el presidente. Con toda lógica argumentaba que no dejaría de ser presidente de la Junta para ir a un cargo jerárquicamente inferior en la Suprema. Ese detalle fue tomado en cuenta al momento de la gran decisión por parte del Consejo Nacional de la Magistratura, que se había establecido en la reforma constitucional que dio salida a la crisis de 1994. Lo integraban el presidente de la República, que lo presidía, los presidentes de ambas cámaras legislativas y un senador y un diputado de partidos contrarios a los titulares del Congreso, así como el presidente de la Suprema Corte y un juez de ese organismo que funge como secretario. Las personas que por sus cargos de entonces componían el Consejo eran Leonel Fernández, Néstor Contín Aybar, Amadeo Julián, César Féliz y Féliz, Milagros Ortiz, Amable Aristy Castro y Héctor Rafael Peguero Méndez. Las sesiones del Consejo se prolongaron durante varios días hasta muy entradas las madrugadas. Había 252 aspirantes a 16 puestos en la Suprema, y uno a uno se fueron descartando hasta la sesión fi nal que llegaron 36. Entre ellos fueron escogidos el presidente y el vicepresidente y los restantes 14 integrantes, pero antes de juramentarse renunció Bernardo Fernández Pichardo, cuando ya había sido disuelto el Consejo y no había oportunidad de sustituirlo. EL TIEMPO AL FRENTE DEL TRIBUNAL De aquella primera sesión del Consejo Nacional de la Magistratura van 12 años. Es mucho lo que ha cambiado la Justicia desde entonces. Vista en la distancia, Jorge Subero cree que ha sido largo el camino recorrido, pero falta mucho más aún. De aquella vieja estructura queda cada vez menos. De entrada, el 70 por ciento de los jueces han sido cambiados, pero se conserva aún lo mejor que había en la judicatura, que era cerca del 30 por ciento. La Escuela Nacional de la Magistratura, que también fue una figura creada al amparo de la reforma constitucional de 1994, ha operado con el máximo de eficiencia. Jorge Subero está satisfecho de muchas cosas que se han logrado en este período, pero tiene plena conciencia de que a la institucionalidad judicial le faltan muchas cosas todavía. Él ha desplegado gran empeño en este tiempo. Ha sacrificado a la familia. Dos de sus tres hijos son abogados siguiendo la carrera de su padre, pero Jorge les ha prohibido ejercer el oficio mientras él se desempeñe como presidente de la Suprema Corte. Jorge Subero Isa ha mantenido su hábito alimenticio de siempre. Su esposa Francia le manda la comida de la casa todos los días. Y el, que hace horario corrido de nueve de la mañana a cinco de la tarde --salvo casos excepcionales-- prefiere “comer de cantina” para luego caminar media hora alrededor de la oficina antes de incorporarse a la segunda jornada laboral del día. A las cinco de la tarde va camino a la casa, donde después de descansar una hora estudia los casos pendientes para el día siguiente, lee un par de horas y se acuesta “oficialmente” próximo a la medianoche. Ahora está pensando en cambiarle el carro a doña Francia, que es un viejo modelo americano que él le dejó en herencia después de que le asignaran un vehículo oficial. El carro de su mujer pasa más tiempo en el taller que en la calle.

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